Ante el duro compromiso bélico estadounidense tanto en el Pacífico como en el Atlántico, su presidente deseaba reivindicar con México el pacto de producción industrial, materias primas, alimentos y mano de obra para la causa aliada.
Agotado, enfermo, presionado por una reelección más y en medio de una complicada agenda internacional debido a la Segunda Guerra Mundial, el trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos de América, Franklin D. Roosevelt, cruzaba la frontera sur de su país para entrevistarse con su homólogo mexicano en Monterrey.
Fue recibido con los máximos honores militares, la mejor sonrisa de los ciudadanos de Nuevo León y un abrazo del presidente Manuel Ávila Camacho. El paseo no fue por placer. Ante el duro compromiso bélico estadounidense tanto en el Pacífico como en el Atlántico, su presidente deseaba reivindicar con México el pacto de producción industrial, materias primas, alimentos y mano de obra para la causa aliada. Tras un inicio desastroso, el final de la guerra ya no parecía inalcanzable. Sin embargo, las alianzas requerían ciertas condiciones. Con los rusos era claro que consistirían en un nuevo reparto territorial posguerra; en cambio, una nación como México requeriría un nuevo convenio vecinal.
Empresarios mexicanos, sobre todo del norte, habían expresado al distinguido estadounidense el desequilibrio entre las dos economías. Roosevelt escuchó y decidió ceder ante Ávila Camacho con un programa de cooperación. Esto llevó al imperialismo a proporcionar la tecnología suficiente para habilitar industrias como la acerera y la cementera en Monterrey. Con ello se esperaba dejar de ser una nación claramente exportadora de materias e importadora de manufacturas. Efectivamente, en muchos sentidos este acto avivó desde el norte la producción nacional de herramientas que desarrollaron la columna vertebral económica del país en los años por venir.
De igual manera se llegó a hablar por primera vez de una participación humana mexicana para el beneficio de una victoria final. Se concluyó que el mexicano era indispensable para el campo norteamericano y que una fuerza bélica, como terminó siendo el Escuadrón 201, sería un apreciable contingente que demostraría al enemigo la fortaleza y cooperación internacional contra ellos.
La época de una nación que explota los recursos de otra para su exclusivo beneficio parecía llegar a su fin. Fue un éxito sin duda para Ávila Camacho, pero la realidad es que la prioridad estadounidense era derrotar a dos enemigos poderosos como Alemania y Japón. El eliminar cualquier resentimiento de un aliado que pudiese complicar este objetivo a corto y mediano plazo era primordial. Inglaterra continuaba aislada, Rusia seguía ocupada por la temible infantería del Tercer Reich y Estados Unidos todavía no regresaba a Japón a su isla. México bien valía un abrazo.