Leona Vicario, defensora erudita de los derechos de las mujeres

Marco A. Villa

 

Leona Vicario tenía casi veinticuatro años cuando fue capturada por primera vez. De Huixquilucan la condujeron a un convento en Ciudad de México, donde fue interrogada por la Inquisición en marzo de 1813, en plena lucha independentista.

 

Leona Vicario (10 de abril de 1789-21 de agosto de 1842) tenía casi veinticuatro años cuando fue capturada por primera vez. De Huixquilucan la condujeron a un convento en Ciudad de México, donde fue interrogada por la Inquisición en marzo de 1813, en plena lucha independentista. En una habitación secreta del Colegio de San Miguel de Belén, enfrentó a los jueces del crimen encabezados por Miguel Bataller. Le mostraron unas cartas suyas incautadas a un mensajero por el camino a Tlalpujahua, Michoacán, pero no lograron sacarle una palabra sobre su contenido cifrado, ni la identidad de sus destinatarios.

Al término de los interrogatorios, Bataller ordenó que Leona quedara presa y que fuese incomunicada. Un mes más tarde, el 22 de abril, tres hombres con el rostro cubierto ingresaron en el convento y a punta de pistola la liberaron. Eran el coronel Francisco Arroyave, Antonio Vázquez Aldana, antiguo dragón del rey, y el maestro José Luis Rodríguez Alconedo, pintor y orfebre que se había unido a la causa insurgente; por orden de Ignacio López Rayón (entonces en Tlalpujahua), habían acudido a salvarla.

Otros hombres esperaban afuera con las cabalgaduras prontas, y el grupo salió a galope tendido para perderse en la noche. No les quedaba de otra que preparar la fuga hacia Oaxaca, ciudad tomada por el ejército de José María Morelos y Pavón. A partir de ese día, Leona pasó de colaboradora de la insurgencia a ser miliciana en los campos de batalla.

Era hija de familias de alcurnia novohispanas y se había unido a la causa en 1810, a los veintiún años. Vivió la guerra y sufrió las consecuencias de la derrota y la persecución realista, que también confiscó sus cuantiosos bienes.

Al triunfo de la independencia, doña Leona recibió honores y se le reconoció su labor a favor de la insurgencia; sin embargo, con el paso de los años, su figura fue borrándose y permaneció en la penumbra de la vida privada, recuperando la visibilidad pública solo en contadas ocasiones. En contraste, su esposo Andrés Quintana Roo ocupó cargos políticos hasta su muerte.

Desde 1821, Leona había solicitado que se le devolvieran sus bienes incautados por el gobierno virreinal, pero fue hasta 1823 que el Congreso le concedió que, a cambio del capital (más de cien mil pesos que la nación no podía entregar en efectivo), recibiera la hacienda de Ocotepec, en los llanos de Apan, y la casa que había sido de las cocheras de la Inquisición en la calle de los Sepulcros de Santo Domingo número 2, frente al convento (hoy República de Brasil 37).

Esta devolución sería vista con malos ojos por los enemigos de Leona. También por esos años ella recibió una distinción que no esperaba: en 1827, la ciudad de Saltillo fue nombrada “de Leona Vicario”, aunque este reconocimiento duró poco tiempo, pues los ataques de la prensa en su contra hicieron que su nombre fuera retirado de la designación de la capital coahuilense.

Luego vinieron otros ataques y burlas hacia ella, intentando menospreciar sus esfuerzos revolucionarios; paradójicamente, quienes la criticaban habían sido realistas y ahora se hallaban en altos cargos del gobierno nacional. En los días en que el país se estremeció con el asesinato de Vicente Guerrero en 1831, otro artero ataque vino nada menos que del historiador e intelectual, y entonces poderoso ministro, Lucas Alamán, en un artículo sin firma publicado en el periódico Registro Oficial del Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos.

Alamán retomaba la infamia de que Leona no era digna de tantos méritos, pues se habría unido a la insurgencia por seguir a su novio Andrés Quintana Roo, y habría recibido casas y haciendas “merced a cierto heroísmo romanesco, que el que sepa algo del influjo de las pasiones, sobre todo en el bello sexo, aunque no haya leído a Madame Staël, podrá atribuir a otro principio menos patriótico”. Vicario escribió una respuesta al ministro y, como los diarios simpatizantes del gobierno no quisieron publicarla, apareció en El Federalista, periódico de Quintana Roo.

Posiblemente esta sea la primera carta publicada por una mujer en México en defensa de su derecho a pensar por sí misma: “Por lo que a mí toca, sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas y en este punto he obrado siempre con total independencia, y sin atender a las opiniones que han tenido las personas que he estimado. Me persuado de que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas y a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases hay también muchísimos hombres”. Por su relevancia aún para nuestros días, la compartimos completa a nuestros lectores.

 

Respuesta de Leona Vicario al ministro Lucas Alamán. De clic aquí para leer el texto completo.

 

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