En México
Por unos días, en diciembre de 1914 Ciudad de México fue ocupada por los ejércitos aparentemente triunfantes de los caudillos de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur. Esos días marcaron simbólicamente el punto más alto de la rebelión popular que formó parte de la Revolución.
Francisco Villa llegó a la ciudad el día 3 de diciembre acompañando a Eulalio Gutiérrez, nombrado presidente de México por la Convención Revolucionaria, hasta Palacio Nacional, pero se rehusó a entrar sin antes conversar con Emiliano Zapata que se encontraba en Xochimilco a la espera de reunirse con el Centauro.
La reunión entre los dos grandes caudillos, que nunca se habían visto en la vida, tuvo lugar el 4 de diciembre en Xochimilco. Pancho Villa, como muestra de cortesía, se dirigió al territorio controlado por el suriano, dejando a sus hombres en Tacuba. Al llegar a Xochimilco, la población y los soldados zapatistas lo recibieron con gran entusiasmo. Luego los jefes se dieron un abrazo y se retiraron a un salón privado para formalizar la alianza y delimitar la estrategia militar para enfrentar al carrancismo.
Dos días después, zapatistas y villistas protagonizaron un memorable, larguísimo y simbólico desfile en el que miles de hombres atravesaron la ciudad rumbo al Zócalo. Los capitalinos observaban entre el temor, la curiosidad, el júbilo y la sorpresa ante tal demostración de fuerza. Encabezaban la marcha ambos caudillos. Zapata, vestido de charro, ocupó el lugar de honor. Villa lució un sobrio uniforme militar azul. Terminado el desfile se dirigieron a Palacio, donde los recibió el presidente y se tomaron la legendaria fotografía en la silla presidencial.
El 9 de diciembre Zapata y sus hombres dejaron la capital; dos días después los villistas. Ambos marcharon a sus frentes a combatir a los constitucionalistas, pero serían derrotados. En Ciudad de México, quizá nunca se olvidarán esos días en que los ejércitos del pueblo tomaron sus calles.
En el Mundo
La Navidad de 1914 ocurrió uno de los episodios más entrañables dentro de la terrible historia de la Primera Guerra Mundial. Fueron tan solo unas horas y en pequeños puntos del frente occidental cuando algunos soldados decidieron dejar las armas a un lado y abrazar al ser humano enfundado en el uniforme enemigo.
La Gran Guerra, iniciada casi seis meses atrás, no tenía señales de estar cerca de concluir y los mandos alemanes decidieron, para elevar la moral de sus combatientes, que la fecha fuera celebrada en sus frentes de batalla. Así, cientos de arbolitos y luces fueros enviados a los soldados para que decoraran sus trincheras. Los aliados observaron sorprendidos como las de enfrente, normalmente obscuras y habitadas por la muerte, se iluminaban y llenaban de los colores propios de la ocasión.
La víspera de Navidad, los soldados del Imperio alemán entonaron villancicos en su idioma, que fueron contestados en inglés y en francés por las tropas aliadas al otro lado de la franja de guerra. También se saludaron. En seguida, en la llamada “tierra de nadie” se intercambiaron abrazos y regalos como whisky, cigarrillos, chocolates y golosinas. La artillería permaneció muda durante toda la noche y comenzó una tregua no pactada que permitió que los caídos recientes fueran recuperados y enterrados en ceremonias conjuntas. También hay historias de partidos de futbol que se organizaron entre los soldados que estaban en medio de la guerra.
Al año siguiente se ordenó que el bombardeo de las artillerías fuera ininterrumpido para evitar que los soldados fraternizaran con el enemigo. Para la Navidad de 1916, los soldados ya no estaban dispuestos a una tregua. El recrudecimiento del odio después de dos años y medio de guerra hicieron que la posibilidad de una paz espontánea quedara solo en el recuerdo y en el testimonio de los cientos de cartas de los soldados que durante aquella Nochebuena lograron detener las balas.
El artículo "1914 en México y en el Mundo" del autor Luis A. Salmerón se publicó en Relatos e Historias en México número 125. Cómprala aquí.