El mito criollo fue reelaborado en 1750 por Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, conocedor de los papeles de Duarte, y de las menciones de Sigüenza y de Boturini. Este autor, en su Historia antigua de México, recopiló muchas “pruebas materiales” de la presencia del apóstol en América: las cruces “prehispánicas”, como la milagrosa de Huatulco, demostraban la existencia de una predicación primitiva; las huellas de los pies apostólicos, que estaban grabadas en rocas en varias partes, solo podían atribuirse a ese santo; las tradiciones indígenas que hablaban de un sacerdote virtuoso, blanco y barbado y las similitudes entre los nombres de Santo Tomás (llamado también dydimus, el mellizo) y el sabio y piadoso Quetzalcóatl (también conocido como el coate o gemelo divino); la presencia de códices antiguos y tradiciones que supuestamente contenían enseñanzas de clara raigambre cristiana, como la adoración de un Dios creador, la Trinidad, la caridad con los pobres, la monogamia, la veneración de la cruz, el bautismo, la comunión, la confesión y el celibato sacerdotal.