Herencia y nuevo orden en la Nueva España

Pilar Gonzalbo Aizpuru

El vasallaje y la sumisión existieron en Mesoamérica; por lo tanto, el nuevo liderazgo virreinal tuvo un fácil entendimiento con los indígenas. Así, el naciente orden introdujo otro tipo de valores que moldearon a una sociedad diferente.

 

Lo que hoy puedo contar de aquel pasado es, en principio, el mosaico diverso de pueblos y costumbres dispersos en el enorme territorio que paso a paso se llegó a conocer. Sabemos bastante de los pueblos que relataron su propia historia y que conservaron su organización y modo de vida, de la que dejaron constancia los frailes que lo escucharon de boca de los ancianos y sabios del mundo perdido, aquel en el que se creía en dioses creadores o destructores, como Quetzalcóatl, Kukulkán, Rayénari o Xipe Tótec y se convivía con señores que cifraron su poder en la violencia como Moctezuma Ilhuicamina o Tzitzipandácuri, o filósofos y poetas, como Nezahualcoyotl y Axayacatl.

Algunos señoríos estaban firmemente establecidos, las poblaciones iniciaban el proceso de urbanización y las normas determinaban los lugares que correspondían a hombres y mujeres, según su rango social. Ya fueran pequeñas comunidades o ciudades firmemente establecidas, el buen orden exigía que los matrimonios se dispusieran por acuerdo de los padres de los contrayentes, las relaciones familiares estuvieran organizadas de modo que se respetase en primer término la autoridad de los varones, se cumpliesen las normas del culto religioso y se realizasen las tareas domésticasy los servicios requeridos por la comunidad. Pasados pocos años, hubo alteraciones permanentes del antiguo orden y de aquella armonía, real o aparente, entre grupos, familias y miembros de diferentes generaciones, antiguos residentes e inmigrantes recientes. Ni el viejo orden se conservó intacto, ni se alteró en su totalidad. Por tradición indígena y por coincidencia con las normas promulgadas por los nuevos dominadores, la vida cotidiana sufrió tan solo las alteraciones forzadas por los nuevos sistemas de trabajo, la exigencia de pago de tributo y el cumplimiento de servicios obligatorios.

Actualmente sabemos más de lo que supieron nuestros abuelos. No solo podemos conocer lo que quedó parcialmente truncado en el siglo XVI, sino también lo que se conservaba como recuerdo de pasadas glorias, como Tula, Chichén o Teotihuacán. La arqueología ha confirmado e incluso abrillantado la imagen de esplendor de aquellos señoríos. A juzgar por nuestra admiración de hoy podemos comprender el orgullo de los rudos conquistadores que habían llegado buscando tierras incultas y gentes bárbaras y encontraban poblaciones ordenadas y productivas, formas de gobierno complejas y eficientes y lo que no les sorprendió y sin duda los benefició: la apasionada dedicación a la guerra, las permanentes luchas entre vecinos, las campañas de conquista y dominio, las feroces enemistades porque unos pueblos se consideraban superiores a otros y con derecho a sojuzgarlos.

Sin las guerras internas, sin los rencores acumulados por años y centurias, habría sido más difícil e incluso más cruenta la conquista que los españoles realizaron a lo largo de varias décadas. Imposible olvidar la violencia como parte de la cotidianidad en lo que sería la Nueva España. Sin embargo, lo esencial y duradero, lo que fue fundamento de una nueva forma de vida no tiene nada que ver con odios y agresiones, sino con la tarea humilde de quienes producían y elaboraban cuanto se necesitaba cada día para la supervivencia de personas y comunidades, la base de la subsistencia y del orden.

 

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