Ángela Peralta, el Ruiseñor Mexicano

Luis Salmerón

Sobre el título de Cantarina de Cámara del Imperio otorgado por Maximiliano a Peralta en 1865, el escritor liberal Ignacio M. Altamirano sentenció: “Toda la frescura de los laureles que había traído de Europa se marchita vergonzosamente, ante la aceptación de ese nombramiento de una corte bufa y oprobiosa”.

 

 

El 30 de agosto de 1883 murió en Mazatlán la gran Ángela Peralta, llamada por sus admiradores “el Ruiseñor Mexicano”. Nació en 1845 en la capital de la República. Pese a ser hija de padres indígenas y de humilde cuna, pudo dedicarse a una profesión que estaba destinada a las señoritas de las clases económicas más favorecidas de su tiempo. Trabajó de sirvienta antes de dedicarse al canto. Con enorme disciplina y gran fuerza de carácter venció los prejuicios de la época y abrió las puertas de ese arte a muchas otras mujeres que la seguirían.

 

Resulta evidente que en su infancia recibió algo de instrucción formal y tuvo maestros de canto –quizá don Agustín Balderas, de quien fue alumna en su juventud–, pues se sabía de su educación y sus conocimientos de historia y literatura, así como de lenguas extranjeras, indispensables para una cantante de ópera.

 

En 1854, cuando aún no cumplía una década de vida, empezó a ser conocida por el expresivo timbre de su voz y las sonoridades que alcanzaba. Más tarde ingresó al Conservatorio Nacional de Música. Con quince años, debutó en 1860, cuando el maestro Agustín Balderas se atrevió a poner en escena, por primera vez, una ópera totalmente preparada en México y ejecutada por mexicanos: El trovador, de Giuseppe Verdi. Ángela, quien interpretó el protagónico papel de Leonora, fue aclamada por el público.

 

Un año después partió a Italia para perfeccionar sus estudios de canto. Un lustro estuvo en Europa, lleno de éxitos públicos, pero de soledad personal, mientras México combatía la invasión francesa. Precedida de una gran fama, a fines de 1865 regresó a nuestro país en atención a la invitación para cantar ante el emperador Maximiliano que, amante –al menos según sus dichos– de todo lo “mexicano”, ansiaba oír a la soprano hija de indígenas que sorprendía al mundo con su voz. Después de escucharla, maravillado, la nombró Cantarina de Cámara del Imperio. Con ese título realizó presentaciones en Guanajuato, León y San Francisco del Rincón. En Guadalajara inauguró el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, hoy Degollado.

 

En 1867, ante la inminente caída del régimen imperial, volvió a Europa. En Madrid contrajo matrimonio con su primo, el literato Eugenio Castera, del que enviudó tiempo después. Regresó a México convertida en empresaria, con la misión de llevar la ópera a distintas ciudades y públicos de su país. Más tarde realizó una tercera gira por Europa, donde inició un amorío con su administrador Julián Montiel Duarte, razón por la que fue juzgada por las buenas consciencias de su época.

 

Peralta permaneció incólume ante las críticas hasta su lecho de muerte, pues contrajo nupcias in articulo mortis con su eterno amante. En 1883, durante una gira al frente de su compañía, desembarcó en Mazatlán, donde alcanzó a dar una función, la última, antes de caer fulminada por la fiebre amarilla que asolaba por entonces al puerto sinaloense y que apagaría para siempre el hermoso canto del Ruiseñor Mexicano.

 

 

La nota breve "Muere el Ruiseñor Mexicano: Ángela Peralta" del autor Luis Salmerón se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 108.