¡Vamos al cine! Les recomendamos “El Grito”

(Leobardo López, 1968)

Marco A. Villa

Tras cada protesta estudiantil, siguió la represión de las autoridades. Entre el verano y otoño de 1968 transcurrieron los meses más crudos en Ciudad de México, acallados finalmente el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

 

Jóvenes que en su mayoría lucían pelo corto, ropas formales y más poliéster, gabardina, corbatas y trajes que jeans acampanados y minifaldas, se arremolinaban en Ciudad Universitaria y otras sedes para bregar por sus derechos y el fin del abuso policiaco. Unos parecían decididos a jugarse la vida; otros, oponiendo “la razón a la violencia”, articulaban su crítica contra el gobierno, así como los cambios que urgían en el país.

La capital se llenó también de pintas y carteles que infiltraban en la sociedad mensajes que denotaban la fuerza juvenil de un multitudinario movimiento al que se adherían, día tras día, diversas voces en pro del diálogo con el gobierno y de la libertad para los presos políticos, uno de los seis puntos del pliego petitorio redactado por el Consejo General de Huelga universitario (CNH). De Insurgentes Sur o las sedes del Instituto Politécnico Nacional al Zócalo, de las aulas o las cafeterías a las calles abarrotadas, el sueño de una nación más justa e incluyente se reveló en cada una de las acciones emprendidas por los estudiantes contra las llamadas fuerzas del orden, que a su vez optaron por someterlos para contener así la extorsión, vejaciones y el libertinaje con el que estos dañaban a la sociedad, según dijera el presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Estas son algunas de las escenas de El grito, documental filmado en las entrañas del movimiento estudiantil de 1968, bajo la dirección de Leobardo López Arretche, integrante del CNH. Lejos de los templetes o del protagonismo de los líderes y más cerca de las masas, los estudiantes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) que tomaron las cámaras y grabaron en condiciones precarias lo acontecido durante esos días, fundió también el espíritu del movimiento con el paisaje citadino, entregándonos panorámicas que permiten a los espectadores conocer más de ese México de fines de los sesenta.

Este trabajo, que finalmente sobreviviría a la censura, incluyó al final una nutrida gráfica para ilustrar el testimonio de la periodista italiana Oriana Fallaci sobre el momento en que ocurrió la masacre de Tlatelolco. Así, a más de cincuenta años de distancia, sigue siendo un documento vital para asomarse a aquellos días, en buena parte desde la perspectiva de los protagonistas.

 

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El Grito