Un pastel para la Pascua de Reyes

La Rosca de Reyes

Enrique Tovar Esquivel

Un año antes de su muerte, Francisco Frisard insertaba un anuncio fechado el 6 de enero de 1853 en el diario El Siglo Diez y Nueve, ofertando un amplio “surtido de toda clase de pasteles, para el día de LOS SANTOS REYES”. Más interesante aún, el anuncio añadía que repetía, “como los anteriores” años, la venta de dichos pasteles, por lo que su presencia se retrae en el tiempo.

 

Ciertamente no especificó la presencia de un pan para ese día, pues ofrecía un “amplio surtido” de ellos. Lo mismo se entendía en otro anuncio publicado en el mismo diario en 1856 por la viuda de Frisard, que ofrecía desde el 1 de enero, exquisitos pasteles para “la Pascua de Reyes”, entendiendo Pascua como “el reconocimiento y adoración de los Reyes Magos”. Sería otro anuncio del mismo año, pero publicado en El Monitor Republicano, donde quedó clara la existencia de un pastel especial para celebrar el 6 de enero.

“PASTEL DE REYES: Desde el 1º. de enero se venden pasteles a propósito para la fiesta de Reyes, en la pastelería de la señora viuda de Frisard, calle del Coliseo Viejo número 18. Las personas que tengan la bondad de ocurrir a dicho establecimiento, quedarán complacidas por el esmero y buen gusto que en sus obras emplea la propietaria. Madam Frisard”.

Este pastel de Reyes no era otro sino el gâteau des rois, pieza de gran tradición en el sur de Francia y cuya comercialización en México se estaba produciendo catorce años antes que en España, cuando un pastelero francés inició la venta del roscón de Reyes en Madrid.

El posterior cierre de la pastelería de la viuda de Frisard en 1867, no impidió dejar sembrada la semilla de una tradición cuyo consumo debió comenzar bajo los techos de los inmigrantes franceses en la década de 1840 y cuyos invitados, muchos de ellos mexicanos, debieron degustar y participar de la tradición francesa que consistía en introducir un haba al interior de la masa del pastel de Reyes, convirtiendo en rey de la celebración al que la encontrara, con obligación de organizar días más tarde, otra festiva reunión.

Del pastel o torta a la rosca de Reyes

La rosca de Reyes actual es el resultado de varias transformaciones a partir del momento en que llegó a México, comenzando por su nominación: el pastel de Reyes es la traducción literal de gâteau des rois; igual lo llamaban torta. Era “un bizcocho en forma de rueda” hecho con masa de brioche, una “gran rosca de sabrosa harina”, diría Manuel Gutiérrez Nájera en su cuento El pastel de Reyes (1884). En aquellos años, la cubierta de las roscas estaba salpicada de polvo de azúcar y grageas coloradas.

El término rosca prevaleció por encima de pastel (cayó en desuso a fines del siglo XIX) y torta (desapareció en la década de 1930); acaso la razón se encuentre en la costumbre de los panaderos mexicanos de producir desde tiempos virreinales un pequeño pan de forma circular que era llamado rosca o rosquilla, lo que cobra sentido en el cuento de Nájera al llamar a este festivo pan como “gran rosca”.

Del haba al bebé de porcelana

Un elemento indispensable en la rosca de Reyes era el haba, ya que permitía, al que en suerte tocara encontrarla, ser rey por un día, aunque con el difícil compromiso de ofrecer una comida o fiesta en su hogar tiempo después. El haba permitía una continuidad festiva que solo correspondía a los adultos, pues hasta principios del siglo XX era un divertimento donde los niños no participaban, ya que mientras estos disfrutaban su regalo de Reyes, “la gente grande” partía la torta de Reyes (El Tiempo, 1909).

En 1953, Alfonso Reyes apuntaba en el “Descanso XV”, de su obra Memorias de cocina y bodega, que el haba era “una perduración de las antiguas fiestas paganas”, para luego mutar en la forma que hoy subsiste en Francia, porque en México el haba fue cambiada por una figura de porcelana. La sustitución –decía Alfonso Reyes– era poco graciosa: “el bebé de porcelana carece de sentido histórico”.

Mas el cambio sí tenía una razón de ser. Sucedía que, en muchos hogares, la gente se tragaba el haba para no cumplir con el compromiso que adquiría al encontrarla. Así lo manifestó El Tiempo en 1888: “tal era el número de los que se tragaban el haba por no obsequiar a la dueña de la casa, que hubo que apelar a poner remedio y la muñequita de porcelana es muy difícil de tragar”.

Del mismo tenor era El Popular (1903): “en la actualidad, que hemos llegado al siglo de las luces y de los engaños […], ya no hay almendra ni haba en las tortas, sino un bebé de porcelana”. Explicaba que el cambio se debía a que llegó un momento en el que, al cortarse la rosca, la persona agraciada se la tragaba sin decir nada, lo mismo ocurrió con el haba “y de allí nació la idea de incrustar en las tortas los niños de porcelana, pues esos sí, no los digiere ni un paquidermo”.

El nombre del muñequito ha variado con el tiempo, pues se le ha llamado bebé, nene, Cupido, niño, muñequito, monito y niño Dios. Ha variado su tamaño, postura, color, complexión y material; se le han añadido simbolismos cristológicos y hasta partidistas, sin contar con el progresivo aumento en el número de figuritas incrustadas en su pan. En la década de 1980 algunas pastelerías sustituyeron al muñequito por figuritas de los Reyes Magos y hasta del nacimiento completo.

La rosca de Reyes y las tradiciones perdidas

En 1894 se observa no solo el decaimiento de la rifa de compadres, sino el de su paulatino reemplazo. La Patria Ilustrada publicaba que “la rifa ha sido sustituida por la corona o la torta […] y los agraciados por la suerte con el muñequito, se reúnen para dar un baile más o menos suntuoso”, en lugar del que debía realizarse como consecuencia de la rifa de compadres, celebración que se diluyó en el primer tercio del siglo XX.

La fiesta de partir la rosca de Reyes no solo asumió ese rol, también sustituyó al padrino de la “levantada del niño” del pesebre. En 1908, El Diario apuntaba que en una casa esperaban cortar la torta de Reyes para ver quién, por medio del haba, le tocaba apadrinar “la levantada del niño”; y que en 1913 empezó a fijar la fiesta para el 2 de febrero.

A partir de esa fecha comenzó la relación de la fiesta popular con la fiesta religiosa, toda vez que la aparición del “niño” en el pedazo de rosca convertía al que lo encontraba en compadre del dueño del niño Dios del nacimiento y lo comprometía a vestirlo y entregarlo a su dueño el 2 de febrero, en medio de una fiesta. Estos eventos tan solo demuestran lo alterables que son las tradiciones, ya sean religiosas o populares, que no son estáticas ante la sociedad, que esta las cambia para seguir celebrándolas porque algunas, precisamente por no cambiar, desaparecen.

La rosca de Reyes en la actualidad

Hoy día, la rosca de Reyes ha tenido tanto éxito como pan festivo que se ha convertido en una de las tradiciones mexicanas con mayor aceptación colectiva, desapareciendo fronteras geográficas, ideológicas y religiosas; su consumo abandonó el inicial ámbito familiar invadiendo los espacios laborales, institucionales y escolares, manteniendo así su carácter de festividad popular. A pesar de ser ataviada en las últimas décadas con simbolismos cristianos, la sociedad ha mantenido un control sutil del festivo pan al mantener los nombres de mono, monito o muñeco, en contraposición de niño Dios.

En el 2021, una panadería tuvo la ocurrencia de introducir en la rosca de Reyes la figura de un personaje de ciencia ficción, como lo hacen desde años atrás en España, por lo que algunos sacerdotes se pronunciaron contra su presencia alegando una suplantación, pero la presencia del personaje se significa más como un retorno a los orígenes mundanos de la festividad.

La apropiación de una fiesta popular por la religión católica no es novedad; acaso lo novedoso sea el intento por recuperar el sentido meramente profano que tuvo la celebración en México, aquel donde la presencia del haba o figurita obligaba, al que la encontraba, a realizar otra fiesta más en una fecha cualquiera.

 

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