El virreinato novohispano fue el único territorio de la América española que contó con un lugar para que las indias de la nobleza pudieran vivir su religiosidad. Tanto fue su éxito que, con el tiempo, se crearon dos conventos más para ellas. Este 2024 se cumplen trescientos años de la fundación de un convento de monjas fuera de lo común, porque en este profesaron mujeres de la nobleza indígena de Nueva España. Hasta antes de su creación, los monasterios femeninos fueron instituciones exclusivas para españolas y criollas (y un pequeño número de mestizas) provenientes de familias acomodadas de comerciantes, funcionarios o hacendados que veían el ingreso de sus hijas a la clausura como un elemento de identidad que les otorgaba honor y respetabilidad. Pero el privilegio de estos sectores terminó cuando, en 1724, abrió sus puertas el convento de Corpus Christi en la Ciudad de México.
Zumárraga y el primer intento de que las indias profesaran
Después de la conquista española un asunto importante fue que la población indígena se convirtiera al cristianismo. Sobre las mujeres, educar a las indias en el ámbito religioso tenía como objetivo que estas –en particular las niñas y doncellas– transmitieran sus nuevos conocimientos y creencias a sus familias y así extender el catolicismo en el territorio. Para ello, en los primeros tiempos de evangelización se les enseñó la doctrina en los patios de las iglesias.
Tiempo después, fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, y otro grupo de franciscanos, plantearon la idea de reunir a las hijas de la nobleza indígena en recogimientos para educarlas formalmente y probar si en un futuro podían ser monjas. Hay noticia de que en 1529 ya existía uno en Texcoco donde niñas y doncellas vivían en clausura estudiando catecismo, prácticas devotas, labores femeninas de acuerdo al estilo europeo y el idioma castellano, bajo la dirección de una mujer española elegida por los frailes. En años posteriores se fundaron otros más en la Ciudad de México, Otumba, Tepeapulco, Huejotzingo, Tlaxcala, Cholula y Coyoacán.
En 1531 llegaron, por petición de Zumárraga, seis beatas desde España para liderar estas instituciones. Al inicio todo funcionó bien, pero los franciscanos querían extender su jurisdicción sobre ellas; sin embargo, estas defendieron su independencia alegando que no estaban sujetas a ninguna orden religiosa. Ante esta situación, y la orden de la Corona española de que no las obligaran a seguir ninguna regla, el obispo aprovechó su estancia en la península para conseguir maestras seglares. Alistó a siete, algunas de ellas casadas, que pasaron a territorio novohispano en 1534. Con el tiempo, algunas abandonaron las casas de recogimiento para dar clases particulares y ganar más recursos. Entonces el religioso propuso finalmente al rey erigir un monasterio en la capital y que fueran monjas quienes directamente educaran a las niñas, pero Carlos I no aceptó. Parece ser que con esto el obispo perdió el interés y para la década de 1540 los recogimientos comenzaron a cerrar y la idea de que las indias pudieran profesar se fue olvidando.
Se concluyó que la población indígena no estaba preparada para la vida religiosa. Se le consideró neófita en la fe por lo que para el caso de las mujeres, se prohibió que profesaran en una cédula real de 1628. Algunas fueron recibidas en conventos para ser educadas, ser sirvientas o como “donadas” –mujeres que vivían en los claustros como religiosas pero sin posibilidad de profesar–. Pero con el paso del tiempo hubo un cambio de postura de la Corona española tocante al tema y fue aprovechado por el personaje que ideó la fundación del primer convento para indias nobles.
Un virrey, gestor de la fundación del convento
Fue en 1716 que llegó a Nueva España un nuevo virrey, Baltazar de Zúñiga, marqués de Valero. Conocedor de la legislación real sabía que desde finales del siglo XVII se decretaron leyes que favorecieron a la nobleza indígena –llamados caciques y principales–, sobre todo una de 1697 donde el rey, Carlos II, autorizó su ascenso a instituciones exclusivas de españoles; podían acceder a puestos eclesiásticos, políticos y de guerra. Se argumentó que ya que los reyes españoles buscaban la protección y defensa de los indios, éstos debían ser favorecidos como sus demás vasallos. Además, puesto que las altas jerarquías de la época prehispánica se habían mantenido con la institución del cacicazgo, el acceso a los cargos debía considerar su calidad y permitirles ese privilegio.
Con estos antecedentes, Baltazar de Zúñiga inició los trámites para fundar un convento diferente en la capital novohispana. Su idea fue que en él pudieran ingresar indias cacicas, ya que no existía un monasterio para ellas y, según su decir, había una gran cantidad que querían convertirse en monjas. En 1720 escribió al rey de España, Felipe V, para que apoyara su proyecto y justificó su petición porque estaba acorde a lo prevenido por leyes reales, especialmente las que ordenaban que las indias de distinción tuvieran recogimiento para que fueran educadas.
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