Pepe Alameda, el poeta del ruedo

Deportiva

Gerardo Díaz

Nacido en 1912, este madrileño fue uno más de los orillados por el régimen franquista a encontrar en México un hogar lleno de aquello extinto en España: libertad y oportunidad. Enamorado de la tauromaquia y aún más del castellano, sus crónicas desde la Plaza México enriquecieron la época dorada de los toros y su voz se afianzó en todos los rincones del país como una parte entrañable de la fiesta brava.

 

Nombrado Carlos Fernández y López-Valdemoro en la nación ibérica, decidió hacer de su residencia en México un renacimiento desde su mismo nombre. Así, fue conocido en los años por venir como Pepe Alameda, seudónimo que eligió en honor al torero Joselito y a la Alameda de Hércules, sitio con una enorme relevancia en la tradición taurina sevillana.

Don Pepe abrió cátedra en 1941 por medio de la radio. “La muleta bajísima, el ritmo extraordinario provocando el delirio del público”, se escuchó alguna vez en su elegante voz y perfecta dicción. Su acento del Viejo Continente enriquecido con nuestras expresiones pronto generó fanáticos. Sus críticas podían consagrar a los toreros y quizá también destruirlos, pero a diferencia del periodismo amarillista, Alameda era sensible y cauteloso.

Pronto la televisión y los periódicos se disputaron sus servicios. Se adaptó a todo, pero su gran pasión fue la escritura. Le complacía sobremanera crear artículos y reportajes del universo taurómaco impregnados de recursos poéticos, historia y análisis. Gracias a ello, escribió Los heterodoxos del toreo, El hilo del toreo, La pantorrilla de Florinda y El origen bélico del toreo, entre otras obras. Así, fue el primer comentarista que intentó llevar su conocimiento a un nivel más profundo por medio de los libros.

Pepe Alameda se convertiría en toda una institución. También en un melancólico, como muchos a la hora de acercarse su final. Una buena tarde de toros, el domingo 28 de enero de 1990, el maestro abandonó este mundo. En la Plaza México se dio a conocer la noticia y por unos minutos los toreros no brillaron y los toros no impresionaron. El ruedo parecía pequeño como la existencia misma. Así se le dijo adiós a don Pepe.

 

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