Pletóricas y coloridas lucían las coronas de las monjas que decidían consagrarse. Eran retratadas para guardar la memoria del día en que tomaban los votos a perpetuidad, celebraban 25 o 50 años de vida conventual o morían para siempre vivir. El Museo Nacional del Virreinato, en Tepotzotlán, resguarda estas magníficas obras del barroco que nos permiten atisbar la vida conventual femenina.
Desde el siglo XVII, las religiosas vestían –después de uno o dos años de noviciado– los hábitos en solemnes ceremonias de coronación durante las cuales tomaban los votos perpetuos de obediencia, pobreza, castidad y clausura. Dicha celebración se llevaba a cabo por medio del pago de una considerable cantidad de dinero o dote, que variaba según la condición económica familiar. En muchas ocasiones, los familiares o bienhechores gastaban grandes fortunas en viandas, regalos y danzantes, entre otros materiales.
En este día de su “Toma de velo” o “Matrimonio místico”, las casi adolescentes eran retratadas para el recuerdo de sus familiares, quienes conservaban sobre un lienzo la imagen de la hija a quien tal vez nunca verían de nuevo. En este ceremonial, revestido de gran solemnidad, era cambiado el nombre que la joven tenía en este mundo por uno nuevo al que se anteponía la palabra “sor”, del latín soror, que significa “hermana”.
La indumentaria, en muchas ocasiones acompañada de objetos de plata y perlas, estaba cargada de diversos simbolismos representados en: la corona, que expresa la victoria y, al ser puesta sobre la cabeza, convertía a la joven en esposa de Cristo; la palma, relacionada con las que habían sido elegidas por Dios, era símbolo de castidad; el Niño Dios representa al divino esposo; el velo negro, por otra parte, se adquiría al pagar la dote, con la que podría tener la posibilidad de ocupar puestos como el de abadesa o vicaria dentro del convento; el escudo era sólo utilizado por las monjas concepcionistas y las jerónimas, orden esta última a la que perteneció sor Juana Inés de la Cruz, quien usaba un enorme escudo en el pecho, en el cual se leía su nombre, edad de profesión, ciudad de nacimiento y el nombre de sus padres, entre otros datos. Al llevar una vela representaban el símbolo de la fe. Asimismo, entre las recoletas se incluía un Cristo en la cruz, con lo que manifestaban que su existencia estaba alejada de las delicias y los placeres de la vida terrenal. Si en alguno de estos retratos la monja lleva un anillo, es símbolo inequívoco de su matrimonio con Jesús.
Las flores tenían también su propio significado: la rosa era el símbolo de la gracia, la roja era el martirio, la blanca la pureza, el jazmín significaba sencillez, el nardo la oración y el dolor de sobrellevar las virtudes, el clavel representaba obediencia y penitencia, mientras que el lirio era símbolo de pureza y castidad.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Monjas coronadas” de la autora Sara Bringas Cramer y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 38.