María Auxiliadora

La utopía sinarquista de Salvador Abascal en Baja California Sur, 1942

Marco A. Villa

Religión católica, nacionalismo y tradicionalismo se convirtieron en el sustrato del sinarquismo encumbrado por Abascal, a quien sus seguidores veían como “el salvador”, “líder espiritual”, “mesías de los pobres y desheredados” o “el predestinado”.

 

El año de 1942 comenzó cargado de esperanza para las cerca de cuatrocientas personas que aquel primer día de enero atiborraron la caravana de camiones que salió de La Paz (Baja California Sur), decidida a recorrer de golpe los más de 300 kilómetros que la separaban del valle de Santo Domingo, su destino final. Pese a que ni el clima de la península ni el agreste camino les facilitarían la tarea, los ánimos estaban encendidos y su devoción religiosa a tope. Además, el peligro era quizá lo de menos, pues acababan de terminar una riesgosa travesía de dos días por mar, en la que el Salvatierra se bamboleó pronunciadamente la mayor parte del tiempo debido al sobrecupo.

Era el último tramo de un camino que empezó el 18 de diciembre anterior, cuando estos “cruzados”, “misioneros” o “providenciales” sinarquistas salieron de Distrito Federal, Ario de Rosales, León, Querétaro, Acámbaro, Pátzcuaro y Morelia para concentrarse en Guadalajara y de ahí trasladarse a Mazatlán, de donde zarparían.

Previa convocatoria lanzada en El Sinarquista, periódico del movimiento homónimo, los participantes fueron elegidos por Salvador Abascal (31 años), quien argumentó que los del Bajío eran la gente que más aguantaba los sacrificios y la que más sabía de agricultura, de manera que su proyecto de colonización en aquellas parcelas feraces y escasamente pobladas del valle cercano a Bahía Magdalena arrancaría con la gente indicada y, por supuesto, la venia de Dios y de la Virgen.

Católico a machamartillo –como él mismo se calificaba–, el ya encumbrado líder sinarquista eligió, “en nombre de la Santísima Trinidad”, el título de María Auxiliadora para su comunidad. Como una suerte de “nuevo Moisés con su pueblo en el desierto”, como lo llamara Carlos Velasco Gil (Mañana, marzo María Auxiliadora de 1944), Abascal se puso al frente de los suyos en todo momento.

De igual forma, pregonó los preceptos del sinarquismo en los que confiaba e impuso las veintisiete normas de convivencia que habrían de cumplirse a rajatabla. Entre ellas, que el jefe tomaría las decisiones de forma absoluta; se expulsaría a aquel que maltratara a su esposa, se embriagara, robara o cometiera una falta que provocara escándalo; las mujeres mayores de catorce años debían usar vestido largo; a las veintidós horas sería el toque de queda; se prohibían los bailes públicos y privados en cualquiera de sus formas; la educación sería católica y obligatoria.

Desde las primeras horas, las arduas tareas comenzaron. Con la unidad familiar y comunitaria como prioridad, lo primero era levantar las chozas de mezquite y hierba donde habitarían, así como la iglesia que terminarían tapando parcialmente con petates; la excavación de los pozos de agua; barbechar algunas partes de la tierra y preparar otras para la futura siembra de papa, calabaza, trigo, maíz, parra, dátil, alfalfa, sandía y otras especies; compilar las cargas de leña para el guiso de los alimentos; el trazado de la brecha que abriría el camino donde se construiría la carretera a San Francisco Javier y Loreto, entre varias más.

María Auxiliadora sería también –parafraseando al michoacano Abascal– una perfecta comunidad católica e inatacable residente en el desierto, la cual desarrollaría una vida social y se agruparía estrechamente para enfocarse, impulsados por todas y cada una de sus ideas sinarquistas, en el logro de ese “pueblo ideal”. Para lograr dicha cohesión se consideró como indispensables a profesores y sacerdotes, así como a misioneros humildes –de preferencia franciscanos– para la educación de los niños, y religiosas para las niñas. Por ello, el popular líder solicitó al Comité Nacional de la Unión Nacional Sinarquista (UNS) apoyo para que su llegada fuera inmediata.

Pese a todo, al paso de las primeras semanas la desmotivación llegó, al igual que la deserción, incluso de familias enteras (veinticinco en los primeros meses), debido a que la vida en aquellas tierras de grandes y bellos cardones fue una tenaz lucha de supervivencia contra las condiciones naturales, la precariedad alimentaria, las enfermedades, la dificultad para conseguir más tierras de cultivo… y también para poder comulgar con la radicalidad del quimérico ideario de Abascal, pues no todos aceptaron su incuestionable autoridad de buena manera.

Los apoyos económicos y el abasto de diversos productos y hasta de utensilios para la labranza y otras faenas fueron también reducidos; con todo y que sumaban los otorgados por el gobierno del Territorio Sur de Baja California, encabezado por el general Francisco J. Múgica,  quien se convertiría en un abierto respaldo desde que, meses atrás, Abascal le presentó el proyecto.

Para Abascal Infante, las crecientes desavenencias entre la UNS –cuyo mando había dejado apenas una semana antes de embarcarse hacia su utopía comunitaria– y la Base, el grupo dirigente de esta, fueron una razón decisiva para que María Auxiliadora tuviera gravísimas crisis que casi acabaron con ella, pese a las oleadas de inmigrantes que seguirían llegando a poblarla. Por supuesto, diversos fueron los motivos del fracaso, aunque, debido al contexto, destaca que el dirigente se había reafirmado antiestadounidense –los culpaba de diseminar el protestantismo, en detrimento de la fe católica–, en un momento en que el presidente Manuel Ávila Camacho era cercano al gobierno de EUA.

Por otra parte, la nueva dirigencia sinarquista había fraguado enviar y mantener lejos a Abascal, para así mantener la vía libre para consolidar sus intereses, que eran moderados, a diferencia de los de Salvador. Estas diferencias derivaron en falta de insumos, donaciones económicas y en especie, además de apoyo logístico para María Auxiliadora.

Fue así que esa colonia a la que el general Lázaro Cárdenas le dijera, durante su visita en marzo de 1942, que merecía respeto por “obra tan patriótica”, continuó dando tumbos. A ello se agregó que, desde el 1 de abril de 1944, su líder fue separado del cargo tras un acuerdo entre partes, vaticinando el michoacano que ahora sí, sin él al frente, llegarían los anhelados recursos y el plan de prosperar se cumpliría.

A partir de entonces, el firmamento sudcaliforniano atiborrado de constelaciones vigilaría el sueño de los cerca de 250 migrantes que aún quedaban y que desde entonces hicieron lo propio para mantenerse vigentes, llegando hasta nuestros días.

 

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