Los Reyes Magos en el imaginario occidental

Antonio Rubial García

El cristianismo primitivo conmemoraba en esa fecha la natividad de Cristo y con ella se pretendió sustituir una fiesta egipcia: el nacimiento del dios Aión, hijo de una virgen. Esta fiesta se hacía para bendecir los dones del Nilo, cuyas aguas se tornaban del color del vino en estas fechas. De hecho, en las iglesias orientales, cada 6 de enero se celebró el nacimiento de Cristo durante mucho tiempo; también era el día en que se bautizaba a los catecúmenos. Después que Constantino reconoció a las iglesias helenísticas (312-313), el nacimiento de Jesús se celebró el 25 de diciembre (una fiesta dedicada a Mitra) y el 6 de enero quedó como el día de la adoración de los magos.

 

Por casi dos milenios la cristiandad ha venerado la memoria de los magos que llegaron a adorar a Jesús niño y cuya festividad se conoce como Epifanía (palabra griega que significa manifestación) y que en Occidente se celebra el 6 de enero de cada año; sin embargo, esto no fue siempre así. El cristianismo primitivo conmemoraba en esa fecha la natividad de Cristo y con ella se pretendió sustituir una fiesta egipcia: el nacimiento del dios Aión, hijo de una virgen. Esta fiesta se hacía para bendecir los dones del Nilo, cuyas aguas se tornaban del color del vino en estas fechas. De hecho, en las iglesias orientales, cada 6 de enero se celebró el nacimiento de Cristo durante mucho tiempo; también era el día en que se bautizaba a los catecúmenos. Después que Constantino reconoció a las iglesias helenísticas (312-313), el nacimiento de Jesús se celebró el 25 de diciembre (una fiesta dedicada a Mitra) y el 6 de enero quedó como el día de la adoración de los magos.

Para el siglo V estaba ya consolidada la idea de que esos personajes eran astrólogos procedentes de Caldea o Arabia, o magos de Persia. La narración evangélica no mencionaba su número, aunque varios padres de la Iglesia señalaron que eran tres, en relación con el número de los regalos (oro, incienso y mirra). No obstante, en Armenia y otras regiones, la tradición hablaba de doce. A lo largo de la historia del cristianismo estos magos han tenido un papel fundamental en la conformación de estructuras mentales, conceptos y mecanismos para percibir al otro.

Sus nombres, Melchor, Gaspar y Baltasar, estaban ya bastantes difundidos en el Imperio bizantino para el siglo VI y los magos eran símbolo de las tres edades del hombre. Esa tradición se consagró en el siglo VIII al representar a Melchor como el mayor con barba blanca, Gaspar como el joven e imberbe y Baltasar portando una negra barba. Fue también en ese siglo VIII que el monje inglés Beda el Venerable (m. 735) concibió que “místicamente” los tres magos simbolizaban las tres partes del mundo: Asia, África y Europa.

El mismo sabio estableció que los magos remontaban su origen a Sem, Cam y Jafet, los hijos de Noé, que habían poblado los tres continentes. Finalmente fue también este monje sabio quien relacionó los regalos que portaban con los lugares de procedencia de los magos y con las necesidades de la vida cotidiana de la Sagrada Familia: el oro para mantenerlos, el incienso para dar buen olor al establo y la mirra para matar a los gusanos y vitalizar el cuerpo de Jesús.

El monje Beda fue igualmente el primero en mencionar que los magos regían sobre algunos reinos, pero esa idea se hizo popular hasta la época de Carlomagno, cuando sus monjes los trasformaron en reyes. En la coronación del emperador en la Navidad del año 800 en Santa María la Mayor de Roma, se tuvo en cuenta que Carlomagno imitaba a los magos y él mismo era uno de los adoradores de Jesús en la Epifanía. Poco tiempo después aparecieron las primeras representaciones de los Reyes Magos coronados en libros iluminados. Sin embargo, no fue sino hasta la primera Cruzada en 1095 que los tres personajes comenzaron a tener culto y la búsqueda de sus restos fue una de las muchas motivaciones de esta guerra santa y de las peregrinaciones a Jerusalén.

A partir de ese siglo XI y del XII, en medio de las pugnas entre el papado y el Imperio, los Reyes Magos tomaron una nueva dimensión. En el discurso pontificio la adoración de los magos simbolizaba el sometimiento del poder temporal al espiritual; la versión imperial le daba en cambio el carácter de legitimación que el mismo Jesús otorgaba a quienes detentaban el poder civil como señores de sus pueblos. Este sentido de realeza de los magos recibió un fuerte impulso cuando en 1164 sus restos –“descubiertos” recientemente en Milán– fueron trasladados a Colonia por el emperador alemán Federico I, después de invadir ese ducado. A partir de entonces los Reyes Magos tomaron un inusitado papel político y cultural como promotores de la idea imperial, pues Colonia se convirtió en la sede de la coronación de los emperadores alemanes y en un importante santuario de peregrinaciones.

Para estas fechas, en una Italia donde no había una monarquía, se comenzó a extender la idea de que los reyes procedían de tres reinos distintos del Oriente. La presencia en Europa de esta región del mundo a partir de las Cruzadas había generado una visión muy compleja y variada; Armenia, Persia, India, Etiopía (considerada parte de la India) y China eran espacios descritos por los viajeros y sus riquezas comenzaban a llegar a Europa gracias a la apertura de rutas comerciales. Desde el siglo XIII, junto a ese mundo que los viajes de los franciscanos y de Marco Polo comenzaban a describir, se abría también el interés por los espacios siderales; la astrología, proscrita hasta entonces por la Iglesia, tomaba un nuevo auge. Melchor, Gaspar y Baltasar volvían a ser magos y, sin dejar de ser reyes, autorizaban con su presencia de astrólogos el regreso triunfal de esa ciencia esotérica.

En pleno siglo XV, cuando reyes y papas consultaban a sus astrólogos para tomar decisiones importantes, comenzó a aparecer un nuevo elemento en las representaciones de los magos: un rey negro. Su presencia se hizo visible en la pintura por primera vez alrededor del 1440 en el ámbito germánico, precisamente cuando los esclavos africanos comenzaron a llegar desde Portugal al norte de Europa. Los animales que los transportaban, que al principio solo eran caballos, comenzaron también a variar a partir de un mejor conocimiento del Oriente. Los camellos se volvieron muy comunes en las pinturas desde el siglo XV y formaron parte de los séquitos de los reyes, acompañados de sus sirvientes y vasallos ricamente vestidos. El último en aparecer en las representaciones (hasta el siglo XVII) fue el elefante, cabalgadura del rey africano.

En el siglo XVI, los Reyes Magos llegaron a América con los barcos que traían a conquistadores y frailes y se los presentaron a los indígenas en sus imágenes, fiestas y narraciones. El Colegio de Tlatelolco, donde los franciscanos educarían a los jóvenes nobles indígenas, fue instituido el 6 de enero de 1536. Muchos pueblos fundados por franciscanos, dominicos y agustinos los recibieron como patronos y su fiesta el 6 de enero se volvió muy popular entre las comunidades nativas. El gobernador indígena de Tlatelolco, Diego de Mendoza Imauhyatzin, bautizó a sus hijos con los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, apelativos que se volvieron muy comunes entre indios, españoles y afrodescendientes. En 1609 fue descubierta una rebelión de negros en Ciudad de México; el hecho de que el estallido estuviera programado para el 5 de enero y que los rebeldes tuvieran la intención de nombrar un rey negro nos refiere a una utilización contestataria de los magos; los africanos erradicados violentamente de sus lugares ancestrales ya habían asimilado esta representación como algo propio a principios del siglo XVII.

Pero esto fue excepcional, siendo lo más común que el tema sirviera para sacralizar el poder de la Monarquía católica. Varias catedrales americanas tuvieron en sus ábsides un altar mayor dedicado a los Reyes Magos (como las de México y Puebla), a quienes acompañaban otros santos reyes (San Luis, San Fernando), antepasados de los monarcas españoles. En su largo trayecto histórico, los tres personajes pasaron de ser astrólogos que escudriñaban el cielo estrellado, a convertirse en reyes consagrados, en guías de rebeliones y en representantes de continentes. Finalmente, en un proceso de simbólica degradación, se volvieron portadores de regalos para “los niños buenos” y en un pretexto para reunirse en una cena familiar y comer una confitura que lleva, “en su honor”, el pomposo nombre de rosca de Reyes.

 

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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

 

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