¿Los Niños Héroes son la construcción de un mito?

Gerardo Díaz

 

La invasión estadounidense unió –aunque no coordinó– por un breve momento a las diferentes corrientes de pensamiento político en México. No obstante, ese enemigo en común no pudo ser derrotado por ninguno de los heroicos actos de guerra realizados por nuestro ejército y 1847 pasó a ser un año funesto para la nación. Pocos quisieron hablar de él en fechas inmediatas, si acaso para recordar con honor a los oficiales caídos. Pero nadie a los cadetes.

Sería Miguel Miramón uno de los primeros personajes relevantes en recordar en 1851 a sus antiguos compañeros del Colegio Militar, pero sin especificar nombres ni acciones. Paradójicamente, su derrota en 1857 junto a Maximiliano transformó el funesto recuerdo de 1847 en una gesta mexicana contra el siempre poderoso invasor que finalmente pudo ser detenido.

Pero este antecedente de triunfo y orgullo al ser partícipes de una de las glorias nacionales llevó a veteranos del Colegio Militar a formar una asociación que dignificara el recuerdo de sus hermanos caídos. De a poco surgieron libros y discursos. Nombres de cadetes como Agustín Melgar y Vicente Suárez fueron cotejados en listas para después relacionarse con Francisco Montes de Oca, Juan Escutia, Juan de la Barrera y Francisco Márquez. La historia del sacrificio por la bandera era muy conocida por acciones como la del coronel Santiago Xicoténcatl o la del capitán Margarito Zuazo y simplemente se incorporaron al relato los cadetes.

El reconocido litógrafo Santiago Hernández impulsó esta historia al darle forma a las leyendas cuando en 1871 realizó los primeros retratos de los jóvenes, que posteriormente serían copiados en todo México. Este año también sería el primer festejo oficial, pues el presidente Juárez aceptó la invitación de la Asociación de Ex Cadetes para asistir a la conmemoración de los combates.

A partir de este momento, el Estado incorpora con orgullo el festejo a esos "Niños Héroes". En 1882 el presidente Manuel González donaría la primera “lápida” para el llanto en forma del famoso obelisco y en 1884 el Colegio Militar decretaría que el 13 de septiembre se pasara lista a los cadetes muertos en el 47.

El paso de los presidentes y la necesidad de afianzar su legitimidad hizo que las ceremonias fueran cada vez más eventos de lecciones patrias, hasta que en el centenario de 1947 y por instrucciones del presidente Miguel Alemán, había que “encontrar” las osamentas de los cadetes. Como indica Enrique Plasencia de la Parra: “se demostraría que si uno está animado por el ferviente deseo de encontrar algo, lo más seguro es que lo encuentre”, en clara referencia a la poca certeza científica del origen de los restos.