Los mitos del famoso “gusano” del mezcal

¿Por qué no deberíamos llamarlo así?

Marco A. Villa

Como cualquier mito, el del “gusano” que yace al fondo de la botella es uno de los más curiosos. Que si exhibe la mala calidad o mitiga el mal sabor de la bebida; que si realza sus exquisitas propiedades; que si garantiza que el líquido es bebible si el “gusano” se retuerce cuando se arroja; que si el animal tiene que ser blanco o rojo; que si es un infalible afrodisiaco…

 

Sean blancos o rojos –los primeros viven en sus hojas o pencas; los otros en las raíces del agave–, estos “gusanos” en realidad son las larvas de las palomillas pardas del género Agathymus y Megathymus (conocidas como chilocuil, chinicuil o tecol). Meterlas a una botella de mezcal es hoy un éxito comercial que incluso ha dado lugar a la introducción de otras especies dentro de las botellas, como alacranes, víboras o hierbas que, maceradas, son utilizadas en otro tipo de platillos regionales.

La cosecha de dichas larvas se da mayormente en agosto, también con el afán de evitar la plaga que constituyen para la planta porque durante la temporada de lluvia roen los tallos y las pencas, por lo cual los trabajadores deben extraerlos con minuciosa precisión.

Entre los productores mezcaleros es tradición afirmar que, antes de que existiera la tecnología moderna para su oficio, los destiladores que lo elaboraban en épocas coloniales tenían que garantizar la calidad del líquido arrojando un “gusano” a la bebida. Si moría durante el trayecto antes de llegar al fondo de la botella, no habría forma de que se considerara apto para el consumo humano. En cambio, si solo se retorcía en ese lapso, las condiciones del mezcal eran óptimas (aunque poco tiempo después el animal también terminaba muerto).

Al parecer la presencia de este gusano en dicha bebida es más prosaica. En el libro editado por Carmen Valles Septién, Mezcal. Elixir de larga vida, se narra que fue el artista plástico chihuahuense Jacobo Lozano Páez el responsable de hacerlo por vez primera. Mientras residía en Ciudad de México y luego de abandonar su vocación creativa principalmente por cuestiones económicas, Jacobo comenzó a trabajar en una licorería, donde conoció a su esposa. Al tiempo, ambos empezaron a envasar el mezcal que compraban a la familia Méndez de Matatlán de Tlacolula, en Oaxaca. Pronto se vieron ante la disyuntiva de tener que distinguirlo del tequila; así que ponerle el “gusano” fue la solución. Rápidamente se convirtieron en prósperos envasadores de la mítica bebida y después Jacobo se proclamó un experto en la producción mezcalera.

 

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