Lázaro Cárdenas y Pearl Harbor

Soren De Velasco Galván

La página web de Relatos e Historias en México publica completo el artículo “Lázaro Cárdenas y Pearl Harbor” del autor Soren De Velasco Galván como un obsequio a nuestros queridos lectores. Que lo disfruten…

 

La tensión en el Pacífico entre México, Estados Unidos y Japón en plena Segunda Guerra Mundial

 

“Un día que vivirá en la infamia”

9:45 a. m., 7 de diciembre de 1941. Zumbando como tábanos enardecidos, los bombarderos en picado japoneses –con la escarapela del Sol Rojo pintada en el fuselaje– se alejan de la base naval de Pearl Harbor, dejando tras de sí una estela de destrucción. En menos de dos horas, Japón, impulsado por una política de expansión imperial, había logrado dos objetivos: diezmar a la Flota del Pacífico estadounidense y, con ello, alterar el equilibrio de poder en la región Asia-Pacífico.

Ese mismo día, pero a miles de kilómetros de distancia, en Jiquilpan, Michoacán, la familia Cárdenas Solórzano disfrutaba su descanso dominical. Súbitamente, alguien entró a la vivienda diciendo que Japón había bombardeado la isla de Hawái. El expresidente de México, Lázaro, se intranquilizó por la noticia.

Al día siguiente, el presidente Franklin D. Roosevelt se presentó ante el Congreso estadounidense. Su voz aristocrática expresó el sentir de su país: “Ayer, 7 de diciembre de 1941 –un día que vivirá en la infamia– los Estados Unidos de América fueron repentinamente atacados por fuerzas aéreas y navales del Imperio del Japón”. Los congresistas apoyaron la manifestación bélica: la Unión Americana había entrado oficialmente a la Segunda Guerra Mundial y unía su destino al Imperio británico y la Rusia soviética.

En aquellos momentos, el Japón atacaba simultáneamente las Filipinas, Guam, Hong Kong, Singapur, Tailandia y Wake. El único rayo de esperanza para la causa aliada era, en Rusia, la contraofensiva soviética en Moscú; y en Libia, la derrota del Panzergruppe Afrika de Erwin Rommel por los británicos.

Despertar geoestratégico

En Jiquilpan, Cárdenas escuchó la declaración de guerra estadounidense. Tras meditar la acción a seguir, envió un telegrama al presidente Manuel Ávila Camacho para manifestarle su preocupación por la seguridad de México y para ponerse a sus órdenes. La respuesta del mandatario fue inmediata y Cárdenas del Río viajó a la capital del país para conferenciar con Ávila Camacho. El 10 de diciembre, el presidente de la República decretó crear la Región Militar del Pacífico (RMP), comandada por Lázaro Cárdenas del Río, y establecer la Región Militar del Golfo, liderada por Abelardo L. Rodríguez.

Cárdenas se mostró raudo: instauró en Ensenada, Baja California, la jefatura de la Región Militar del Pacífico, y nombró a su Estado Mayor: jefe, comodoro Roberto Gómez Maqueo; subjefe, coronel Luis Alamillo Flores, y secretario particular, licenciado José Muñoz Cota. Enseguida, envió tropas al noroeste del país.

El 20 de diciembre, un grupo de soldados estadounidenses supuestamente desarmados ingresaron a territorio bajacaliforniano. Su misión: comprobar la existencia de bases clandestinas de aviones y submarinos japoneses en la península, así como reconocer los siguientes lugares: Bahía Magdalena, Bahía de los Ángeles y Bahía de la Paz.

Luego de transitar por Guadalajara, Mazatlán, Culiacán y Hermosillo, Cárdenas llegó a Puerto Peñasco, Sonora. En ese confín de la patria, Cárdenas tuvo su despertar geoestratégico porque esa población, denominada por los estadounidenses como “la playa de Arizona”, siempre será “un punto avanzado en el golfo de Cortés, que a México le interesa conservar, y dadas nuestras raquíticas condiciones materiales y militares, debemos presentar aquí la fuerza moral de una población regularmente numerosa. Igual deberá hacerse en la Bahía Magdalena, punto este que preocupa más a los Estados Unidos de Norteamérica”.

“Ya sabe usted cuál es nuestro deber”

Los habitantes de Baja California nadaban en un piélago de rumores: submarinos japoneses en Bahía Magdalena y tropas estadounidenses circulando libremente por la península. Por ello, en Tijuana, Cárdenas ordenó al gobernador del Territorio Federal Norte de Baja California, Rodolfo Sánchez Taboada, que informara a las autoridades estadounidenses de su llegada y que el cuartel general de la Región Militar del Pacífico estaría ubicado en Ensenada.

Al finalizar la reunión, Cárdenas dijo a su subjefe del Estado Mayor, coronel Luis Alamillo Flores, lo siguiente: “Ya sabe usted cuál es nuestro deber”. El compromiso al que se refería el expresidente era el siguiente: defender a México, tanto de una posible invasión japonesa como de las tropas estadounidenses que, pretextando auxilio, se habían internado en territorio nacional sin autorización.

Ensenada, el fulcro bajacaliforniano

A principios de enero de 1942, la comandancia de la RMP se instaló en el Hotel Riviera del Pacífico, hostería gestionada por el pugilista Jack Dempsey y frecuentada por actrices como Dolores del Río y Lana Turner. Cárdenas dictó instrucciones: enviar un destacamento de cincuenta soldados, al mando del mayor Arturo Dávila Caballero, para localizar a los estadounidenses y convencerlos de que debían regresar a su país. En caso de oposición, los militares mexicanos tratarían a sus contrapartes estadounidenses como filibusteros.

Asimismo, envió una circular a los comandantes militares y navales de la RMP para instruirlos sobre la importancia estratégica de la Baja California y el istmo de Tehuantepec. Esta extensión de tierra, en particular, era una preocupación constante y así lo hizo saber al presidente Ávila Camacho: “Conociendo usted importancia que en actual conflicto representa Istmo de Tehuantepec relacionado este con Canal de Panamá, someto a su acuerdo se ordene que un escuadrón o escuadrilla aérea salga esa capital establecer base en Salina Cruz para vigilancia hacia Acapulco como a San Benito, Chiapas”.

En una brumosa mañana de enero, un avión del Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos aterrizó en Ensenada. Un oficial descendió de la aeronave y a gritos pedía que se le permitiera hablar con “Cárdinas”. Ante la digna actitud de los soldados mexicanos, el estadounidense cambió su talante y mostró la documentación que lo acreditaba como jefe del destacamento de su país.

Esta era la primera prueba de que el mayor Arturo Dávila había ubicado y detenido a los estadounidenses en Santa Rosalía, Baja California Sur. El jefe del destacamento, mayor E. Bright, explicó que su misión era realizar observaciones geográficas y geológicas. Sin embargo, Dávila encontró documentos que hablaban de “La Expedición de Reconocimiento a México”. Por último, y luego de un interrogatorio, Bright manifestó que el verdadero objetivo era saber si La Paz pudiera utilizarse como centro logístico para las fuerzas armadas estadounidenses.

Geoestrategia aplicada

Cárdenas se percató que se necesitaba efectuar un análisis geoestratégico, el cual considerara una serie de factores tales como: vías de comunicación, la disponibilidad de recursos naturales, relaciones regionales, la economía, la mezcla cultural y los patrones de conducta y valores de la sociedad. Una vez realizado, la observación podía formular un plan.

Para tal efecto, los integrantes de su Estado Mayor recorrieron la Región Militar del Pacífico y conferenciaron con las autoridades militares y navales de las distintas zonas. Una vez efectuados los recorridos y consultas, se elaboró un Plan de Operaciones, integrado por nueve apartados en el cual destacaba la Organización de la Defensa. En esta sección, la RMP se dividía en tres zonas importantes: Baja California y Sonora, hasta el río Fuerte; el espacio comprendido entre Manzanillo y Mazatlán, incluyendo los puertos; y el área comprendida entre los puertos de Acapulco, Salina Cruz y San Benito, hasta la frontera con Guatemala.

Entrevista con el general DeWitt

A las 10 a. m. del 20 de enero de 1942, en Tijuana, en el lujoso Casino de Agua Caliente, el general de División, Lázaro Cárdenas, acompañado de su Estado Mayor, recibió al teniente general John L. DeWitt, jefe del Comando de Defensa Occidental y del IV Ejército de los Estados Unidos.

Tras el intercambio de saludos, ambas comitivas entablaron conversación. DeWitt quería un plan combinado de defensa para el Pacífico, el cual incluyera la autorización para que soldados estadounidenses pasaran a territorio nacional. Por su parte, Cárdenas, sin aspavientos pero con firmeza, informó a DeWitt que las fuerzas armadas de México eran capaces de vigilar todo su territorio y evitar cualquier acto de agresión. Asimismo, México colaboraría en la defensa común, siempre y cuando se respetara su soberanía nacional. Después del almuerzo, Cárdenas y DeWitt se despidieron cordialmente.

Cárdenas redactó un informe de la reunión y comisionó al coronel Luis Alamillo Flores para que entregara este documento y el Plan de Operaciones al presidente Ávila Camacho. El día 25 de enero, los soldados estadounidenses abandonaron territorio nacional. Al día siguiente, el mandatario mexicano interrogó minuciosamente a Alamillo sobre la reunión y sobre los planes estratégicos de la Región Militar del Pacífico. Por último, notificó a Cárdenas sobre la aprobación del plan de cooperación mexicano-estadounidense; la creación de una “Comisión Mexicano-Americana de Defensa Conjunta, integrada por militares de los dos países […]. Esta Comisión debería sesionar indistintamente en Washington o en la Ciudad de México”, y la instauración de “una gran Comisión de Defensa Continental” integrada por las naciones del hemisferio occidental.

Presiones externas e internas

En un hecho poco claro, el jefe del recientemente establecido Estado Mayor Presidencial, general Salvador S. Sánchez, envió, el 4 de febrero, un telegrama a Cárdenas, en donde le solicitaba su colaboración para que los estadounidenses inspeccionaran Bahía Magdalena.

Cárdenas se sintió obstruido y decidió buscar a Ávila Camacho. El 9 de febrero, en Guadalajara, los dos militares se reunieron. Cárdenas logró la autorización presidencial para su plan de colaboración con DeWitt. Es decir: la vigilancia y patrullaje del territorio nacional sería realizado por los mexicanos y no se autorizarían expediciones extranjeras.

Mientras tanto, el 19 de febrero el presidente Roosevelt signó, por recomendación de DeWitt, la Orden Ejecutiva 9066, la cual autorizaba el encarcelamiento de los estadounidenses de origen nipón. El 25 del mismo mes, “aviones misteriosos” sobrevolaron Los Ángeles y produjeron la alarma colectiva. La artillería antiaérea estadounidense disparó 1,400 rondas, pero en un acontecimiento no explicado: ningún avión caza despegó para interceptar a los incursores.

Tras visitar Topolobampo, Sinaloa –puerto estratégico ubicado en el golfo de California– Cárdenas, acompañado de su Estado Mayor y del jefe político del Territorio Federal Sur de Baja California, general Francisco J. Múgica, arribó, el 28 de febrero, a Bahía Magdalena. Para sorpresa de los mexicanos, un grupo aeronaval estadounidense se encontraba apostado frente a la rada. Tras conferenciar por vía radiofónica con el comandante norteamericano, Cárdenas logró el retiro de los navíos extranjeros, no sin antes presenciar un intimidante despliegue aéreo.

En los días siguientes, Cárdenas recibió dos mensajes preocupantes: una carta de DeWitt expresando la posibilidad de que los aviones que habían sobrevolado Los Ángeles pudieran venir de bases secretas ubicadas en la Baja California; y una copia del escrito enviado por el cónsul general de México en la ciudad angelina sobre la psicosis de la población civil. Cárdenas respondió a DeWitt asegurándole que en México la aviación estaba controlada respectivamente por la autoridad civil y militar correspondiente. El oficial estadounidense no volvió a tocar el tema.

Tensión fronteriza

El 10 de marzo, en Tijuana, las delegaciones de ambos países discutieron el Plan de Colaboración. La barrera idiomática fue superada recurriendo a la lengua francesa. Todos los temas de la agenda fueron resueltos, excepto uno: la intervención estadounidense en la defensa del litoral mexicano. Tras una situación tensa, las pláticas se suspendieron. El comandante de la nación vecina advirtió que “sus tropas entrarían a México en cuanto él pasara la frontera rumbo a su país”. Mientras tanto, los soldados mexicanos se opondrían “a que las tropas americanas entraran por la fuerza a México”.

Al enterarse de la situación, los tijuanenses salieron “armados con los elementos que tenían a su disposición: pistolas, armas de cacería, herramientas de labranza, garrotes y hasta costales con piedras que llevaban algunas mujeres”.5 Ante la posible invasión, los habitantes de la ciudad fronteriza harían valer su lema: “Aquí empieza la Patria”.

Cabezas frías prevalecieron en ambos bandos y se concluyó que la cláusula en disputa seria sometida a la aprobación del alto mando. En los días siguientes, Cárdenas se entrevistó dos veces más con DeWitt y se mantuvo firme en su postura de no permitir la entrada de soldados estadounidenses.

Deber cumplido

Al mismo tiempo, en Washington la delegación estadounidense presionaba en la Comisión Mexicano-Estadounidense de Defensa Conjunta para que México aceptara la instalación de estaciones detectoras. Asimismo, la actitud ambivalente del jefe del Estado Mayor presidencial, general Sánchez, poco ayudaba. Además, el 13 de mayo, un submarino alemán hundió el buque mexicano Potrero de Llano. La tensión de esos días aciagos motivó que Cárdenas escribiera en sus Apuntes: “Nunca, ni en la misma Presidencia de la República llegó mi preocupación y mi inquietud a ser tan honda como hoy que veo las graves amenazas que rodean al país”.

Finalmente, y luego del hundimiento del navío Faja de Oro, Ávila Camacho, ante la inminente declaratoria de guerra, expresó a Cárdenas su deseo de que fuera el próximo secretario de la Defensa Nacional. El expresidente aceptó porque había cumplido su deber: conservar la armonía con el vecino estadounidense sin menoscabar la soberanía nacional.

 

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Soren De Velasco Galván. Maestro en Ciencias Económicas y Administrativas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes; estudió Relaciones Internacionales en la London School of Economics. Profesor en la Universidad Tecnológica del Norte de Aguascalientes, es columnista de temas globales en La Jornada Aguascalientes y editor del suplemento sobre asuntos internacionales Jesús Terán, del mismo diario. Colaboró en el libro Tras los pasos de Jesús Terán (2016).

 

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