“Algo extraño está pasando en Nueva Vizcaya. ¿Tenemos registrada la misión de San Francisco Javier y Santa Ana de los Chinarras? Porque están pidiendo limosnas otra vez”.
Más o menos algo así debió decirse en la conversación de los oficiales reales que informaron al monarca de España, en una carta el 22 de abril de 1719, que se habían pagado trescientos pesos de sínodo al padre Antonio Arias, de la Compañía de Jesús, como misionero de la misión de Santa Ana y San Francisco Javier, en la provincia de Nueva Vizcaya, donde se redujeron a las naciones de conchos y chinarras a la fe católica. Sin embargo, dicha misión parecía no haber sido reportada a España, desconocimiento que condujo a la amonestación, a través de una cédula real, del virrey de la Nueva España, Baltasar de Zúñiga y Guzmán, marqués de Valero, ya que no había informado al respecto, previniéndole “que ha causado reparo el que no haya informado de la fundación de esta misión y la asignación de sínodo, advirtiéndole para el futuro”.
Esta nueva misión fue promovida por el gobernador de la Nueva Vizcaya, Manuel de San Juan de Santa Cruz, quien además era uno de los hombres más ricos de la región, propietario de reales de minas y haciendas. Gracias a su buena relación con los jesuitas, logró que estos, dueños de la hacienda de Tabalaopa, en las cercanías del Real de San Felipe, hoy capital de Chihuahua, destinaran un espacio considerable para asentar a los indígenas en una nueva misión que sería atendida por los frailes de la Compañía.
Dicha necesidad derivaba de la destrucción causada, a partir de 1694, por la rebelión de grupos indígenas, janos, jocomes y chinarras, quienes se dieron a la tarea de saquear e incendiar las misiones de la Soledad de Janos, San Antonio de Casas Grandes y Santa Ana del Torreón, provocando que aquellos grupos reducidos e hispanizados que las habitaban quedaran desprotegidos, vagando por las riberas de los ríos Santa María y El Carmen.
En el Archivo General de Indias se conserva un documento sobre la reducción de los indios conchos y chinarras, en respuesta a la carta enviada en 1718 por el gobernador de Nueva Vizcaya,
“en la que informaba que había sabido por diferentes indios de las naciones [de] conchos y chinarras [que estuvieron agregados en algunos pueblos de dicha gobernación] estaban retirados en las sierras viviendo en gentilidad junto con otras naciones, cometiendo robos para su manutención, y los envió a llamar [el gobernador de la Nueva Vizcaya] para que se redujesen a la fe católica y a la obediencia real, ofreciéndoles tierras y aguas para poblar, bestias y perdón de los delitos que hubiesen cometido, y con este ofrecimiento se consiguió la reducción de muchos apóstatas y gentiles de ambos sexos y todas las edades.”
Fue a raíz de esto que el gobernador pensó en la posibilidad de crear una nueva reducción que él mismo financió. De esta manera, en 1716 se funda la misión y reducción de San Francisco Javier y Santa Ana de Chinarras, situada a unos veinticinco kilómetros al noreste de la actual ciudad de Chihuahua, en las cercanías de la villa de Aldama. De acuerdo con este primer documento enviado por Manuel de San Juan de Santa Cruz, él habría dado parte al virrey de la Nueva España de sus acciones en varias cartas, entre ellas una fechada el 12 de julio de 1718
“en la que informaba sobre la reducción de 789 indios, de ambos sexos y de todas las edades, de las naciones tarahumaras, pimas, seris y tepocas, y que con 581 de ellos se formaron dos pueblos y se agregaron los restantes al de Nuestra Señora del Pópulo, cuya administración estaba al cargo de los religiosos de la Compañía de Jesús, habiendo informado de ello al virrey de Nueva España para que señalase la congrua sustentación necesaria al misionero que asista a los primeros y solicitado también que enviase otros cuatro religiosos para los segundos.”
El virrey se enteró de las acciones del gobernador de la Nueva Vizcaya en relación con las reducciones y la creación de la nueva misión, y “con acuerdo de la Audiencia de México, aprobó la agregación de la administración de estos indios a la Compañía de Jesús, el perdón de los delitos cometidos, salvo los que fuesen de mucha gravedad”, sugiriendo que “para la población eligiese el paraje que le pareciese más conveniente y distante de sierras, ni otro en el que se pudiesen sublevar con facilidad”, debido a la experiencia previa.
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Santa Ana de Chinarras