El acueducto de Chapultepec fue construido por mano de obra indígena en el siglo XVI. Sus vestigios son también los más antiguos de su tipo en el valle de México. Las dimensiones reales del acueducto de Chapultepec pueden observarse en algunas litografías de la Ciudad de México, principalmente elaboradas entre los siglos XVIII y XIX. Hoy queda solo un poco de aquella extensa arquería.
Cuando hoy circulamos por la avenida Chapultepec de la Ciudad de México, aún podemos observar una serie de arcos que se conservan en su camellón y que son testigos mudos de una interesante historia que sucedió a finales del siglo XVI, en medio de una brutal epidemia que asoló sobre todo a los habitantes indígenas de la urbe.
Una de las primeras necesidades que debieron ser cubiertas después de la caída de México-Tenochtitlan en 1521 fue el abasto de agua potable. Por ello se mandó reconstruir con mampostería el acueducto que desde el periodo prehispánico llegaba por la calzada de Tlacopan desde Chapultepec. Al final del acueducto la fuente de la Mariscala, donde hoy se encuentra el Palacio de Bellas Artes, abastecía de agua a la ciudad española.
Las ciudades indígenas de Tenochtitlan y Tlatelolco, en cambio, comenzaron a tener problemas de abasto del preciado líquido. En 1575 el gobernador de San Juan Tenochtitlan, don Antonio Valeriano, se presentó ante el ayuntamiento español para solicitar ayuda de cal para construir un segundo acueducto desde Chapultepec, que llegaría hasta el mercado de San Juan, centro de la ciudad india de Tenochtitlan desde hacía dos décadas y continuamente necesitado de agua. El cabildo indígena se comprometía a poner la mano de obra y la piedra.
El ayuntamiento español se negó a colaborar, pues en fechas recientes se habían propuesto dos proyectos para traer agua a la ciudad: uno, desde las fuentes de Churubusco, había fracasado después de haber generadoenormes gastos; el otro, desde Santa Fe, prometía ser más exitoso, pero también se esperabamuy costoso. Frente a la negativa del ayuntamiento a apoyar la propuesta de Valeriano, este acudió al virrey Martín Enríquez, quien obligó al cabildo a sacar dinero de la sisa (impuesto que se cobraba sobre la importación del vino) para los gastos del nuevo acueducto.
Un año después de comenzadas las obras, una terrible epidemia azotó a la ciudad en 1576 y retrasó la conclusión del proyectado acueducto, el cual se inauguró finalmente en 1582, a siete años de haberse iniciado. El tianguiz o mercado de San Juan era un enorme espacio (en el cual se construyó en el siglo XVIII el Colegio de las Vizcaínas) y muy cerca de su esquina suroeste se puso la tarja que coronaba en acueducto y recibía su agua. Por entonces el mismo virrey Enríquez ordenó la continuación de las obras del caño que traía el preciado líquido desde las fuentes de Santa Fe, obras detenidas también por la epidemia. Este caño terminaría en la falda norte del cerro de Chapultepec y medio siglo después dicha agua, considerada mejor, se condujo hacia La Mariscala y la ciudad española, dejando las fuentes de Chapultepec, de menor calidad, para alimentar el barrio indio de San Juan.
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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).
Acueducto de Chapultepec