La historia de las Dianas Cazadoras y el taparrabos

La original y la réplica

Marco A. Villa

Sin embargo, apenas posó sobre su pedestal, los dimes y diretes comenzaron; entre ellos, que distraía el discurso patriótico de la importante avenida de la Ciudad de México. Pero sobre todo su voluptuosa figura y desnudez escandalizaron a las buenas conciencias lideradas por la Liga de la Decencia, que terminaron por obligar al escultor a ponerle un taparrabos hacia 1946.

 

Entre notas alusivas a la Segunda Guerra Mundial, algunas del viaje del presidente Manuel Ávila Camacho a Veracruz y otras más pomposas, como el homenaje a los creadores del Himno Nacional organizado por la SEP, en el que se honraron sus restos y luego “diez mil escolapios” cantaron algunas de sus estrofas, en la prensa capitalina apareció la escueta noticia de que la monumental “Flechadora de la Estrella del Norte” embellecería el Paseo de la Reforma a partir del sábado 10 de octubre de 1942… pero sin flecha ni cuerda en su arco.

La curvilínea estampa de una tonelada y tres metros de altura de “la apetecible Diana –escribió Salvador Novo–, cuyos flechazos mal apuntados, que por las noches iluminan con agua de colores”, se ubicaría “en la entrada principal […] del milenario bosque” de Chapultepec, muy cerca de los apacibles leones.

Nombrada simplemente Diana Cazadora por los ciudadanos, el periodista Vicente Leñero destacó su cuerpo perfecto: en “la fórmula antropométrica de los certámenes (busto, cintura, cadera), podría concursar, representando a Chapultepec, con un 153-112-164 (cifras en centímetros) que, proporcionado a un cuerpo real de mujer que midiese 1.70 de estatura, equivaldría al trinomio 86-64-93”.

La escultura tuvo un costo de seis mil pesos de la época y fue una idea original de Vicente Mendiola, realizada entre 1938 y 1942 sobre seis piezas de bronce fundidas por el escultor Juan Francisco Olaguíbel, quien le “dio la perfección del vuelo y el inefable encanto de estar quieta, serena, rodilla al aire y senos hacia siempre, como pétalos que se hubiesen caído”, según escribió el poeta Efraín Huerta.

Sin embargo, apenas posó sobre su pedestal, los dimes y diretes comenzaron; entre ellos, que distraía el discurso patriótico de la importante avenida de la Ciudad de México. Pero sobre todo su voluptuosa figura y desnudez escandalizaron a las buenas conciencias lideradas por la Liga de la Decencia, que terminaron por obligar al escultor a ponerle un taparrabos hacia 1946.

A fines de noviembre de 1967, algunos intelectuales solicitaron al regente del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, que le quitaran la prenda, pues no representaba la imagen que nuestro país debía dar a la comunidad internacional que acudiría a la “olimpiada cultural” que se celebraría al año siguiente, en el marco de los Juegos Olímpicos. Pero Olaguíbel dañó la pieza, por lo que tuvo que ser retirada y almacenada, hasta que Corona del Rosal la adquirió para luego donarla a su pueblo natal, Ixmiquilpan, en la región hidalguense del Valle del Mezquital, en cuyo centro se alza desde aquel tiempo.

El retiro de esta “virgen impúdica, mujer desvergonzada, estatua pornográfica” –como escribiría en tono irónico Leñero– llevó a que en el pedestal original se colocara una réplica, la cual permaneció ahí hasta septiembre de 1976, cuando fue movida al jardín de Río Ródano (en el cruce con Circuito Interior, hoy a un costado de la Torre Mayor), donde permaneció hasta agosto de 1992, cuando volvió a la cuarta glorieta de Paseo de la Reforma en reemplazo de la Fuente del Cutzamala, conocida popularmente como “Las sombrillas” o “Las regaderas”.

 

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Las Dianas Cazadoras