Thomas Jefferson propuso la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, con la que el sistema presidencialista llegaría a América y en menos de un siglo se expandiría en todo el continente.
Boston Tea Party
En Boston, en 1770, tropas inglesas dispararon contra una multitud que protestaba contra los nuevos impuestos al té, provocando algunas muertes. Este hecho ahondó más el abismo con el gobierno de Londres. En los años siguientes, las posiciones se radicalizaron en ambos lados, mientras continuaban las protestas contra dicho gravamen.
En diciembre de 1773 los colonos, en protesta contra la concesión del monopolio de la venta de té a la East India Company (que, casi al borde de la quiebra, de esta manera era rescatada por la Corona), hundieron tres barcos cargados con dicho producto en el puerto de Boston. Tal hecho fue llamado Boston Tea Party (Motín del Té, en español) por los líderes Samuel Adams y Paul Revere. Tras las represalias de Londres, los representantes de las Trece Colonias fortalecieron su alianza y proclamaron el autogobierno en el Primer Congreso Continental del 5 de septiembre de 1774.
El conflicto político se transformó en un enfrentamiento armado, primero en el estado de Massachusetts; luego se aceptó como una opción obligada en el Segundo Congreso Continental de 1775: las Trece Colonias votaron por la formación de un ejército comandado por George Washington. Era el comienzo de la revolución.
Igualmente, decidieron emitir su propia moneda y asumir prerrogativas de gobierno. Las discusiones enfrentaron a moderados y radicales; estos últimos lograron la aprobación de la Declaración de Independencia el 4 de julio de 1776. Nacían los Estados Unidos de América.
Los insurgentes lograron una victoria en Saratoga Springs en 1777. En su apoyo entraron Francia, Holanda y España, con ayuda militar y financiera para enfrentar al enemigo común.
Fueron cinco años de operaciones militares, muchas con triunfos favorables a los estadounidenses. Tras la derrota inglesa en Yorktown (1781), se iniciaron negociaciones de paz que desembocaron en la firma del Tratado de París y en la independencia de las colonias norteamericanas en 1783.
La expansión
Una vez obtenida la independencia, los estadounidenses tuvieron que definir la forma de gobierno para las antiguas colonias. Cada estado tenía sus propias identidades y no era fácil integrarlas, por el fuerte impulso al autogobierno y a la radical democracia que generaba divergencias políticas profundas.
Ante ello, prevaleció la idea de que cada uno era libre de adoptar su propia Constitución. Así, se configuraron diversas opciones que iban desde la preservación de documentos de la época colonial hasta la adopción de constituciones modernas (como la de Virginia) que sancionaron los principios de igualdad, libertad, división de poderes y rechazo a la esclavitud. El sistema federal les permitía conciliar tradiciones particulares y religiosas con el interés común, como la defensa militar y el impulso del desarrollo.
La Constitución, redactada en el Congreso de Filadelfia de 1787, sancionó el federalismo basado en la elección de ciudadanos del gobierno central y soberanía para determinadas funciones, como finanzas, política exterior y guerra, sin perjuicio de la garantía de autonomía a cada uno de los estados.
Los principales órganos del gobierno central se establecieron en el Congreso: la Cámara, electa por sufragio universal masculino y proporcional, y el Senado, integrado por dos representantes por cada estado. El presidente, elegido cada cuatro años mediante un sistema indirecto, fue dotado de fuertes poderes ejecutivos, mientras que la Corte Suprema se estableció como garante de la unión federal.
En la primera elección, de febrero de 1789, George Washington fue elegido presidente. El impulso económico de esos primeros años se vio favorecido por la colonización de nuevas tierras, de donde a fines del siglo XVIII surgieron los estados de Vermont, Kentucky, Tennessee, que fueron seguidos, a principios del XIX, por Ohio, Indiana, Michigan y Wisconsin. Entonces comenzó el avance de la frontera hacia el Pacífico, por lo que Estados Unidos adquirió paulatinamente un carácter continental en un inmenso territorio pródigo de recursos agrícolas y minerales.
El intenso debate político, influido por los ecos de la Revolución francesa y la constante oposición a la soberanía del poder federal, vio el surgimiento del Partido Republicano, animado por Thomas Jefferson, elegido presidente en 1800 y reconfirmado en el cargo en 1804. Su política interpretó la voluntad de la gran masa de pequeños agricultores para desplazar la política en favor de los gobiernos locales.
Durante dicha presidencia se compró la Luisiana, con lo que se duplicó la superficie de Estados Unidos y se fortalecio la política del desarrollo basado en la colonización. También se emitió una serie de medidas que prohibían el comercio con los países europeos con el fin de protestar contra las violaciones a los derechos comerciales por parte de Francia y Inglaterra.
Durante la presidencia de James Madison (1809-1817), las crecientes tensiones con Gran Bretaña llevaron en 1812 al estallido de una guerra que se prolongó por dos años. Los estadounidenses no lograron un alzamiento en Canadá, que permaneció leal a la Corona, mientras que los británicos lograron conquistar Washington, pero fueron bloqueados en Baltimore.
El Tratado de Gante puso fin al conflicto. Los dos países se comprometieron a devolver los territorios conquistados y, en conversaciones posteriores, se definió la frontera sur canadiense. De esa experiencia surgió el sentimiento patriótico estadounidense que afirmó su futuro completamente libre de los conflictos europeos.
La expansión industrial y agrícola, sin precedentes en la historia moderna, tuvo como base el ingreso a la Unión de Luisiana en 1812; Indiana, en 1816; Alabama, en 1819, y Texas en 1845, más los dos millones de kilómetros cuadros del suroeste arrancados a México tras la guerra de 1846-1848.
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La guerra de independencia de Estados Unidos