La fastuosa despedida a Carlos I en Nueva España

Las exequias del emperador

Gerardo Díaz

Junto a los Reyes Católicos, su nieto Carlos fue una figura esencial para la consolidación de España y la conformación de un imperio con una longevidad de siglos.

 

A él reportó Hernán Cortés el hallazgo de Tenochtitlan y el conquistador, a nombre de ese monarca, realizó y justificó, más allá del mar, las alianzas con los enemigos de los mexicas.

Pero a mediados del siglo XVI, agotado y sintiéndose desfallecer, la época de Carlos terminaba. El poder lo dejó en manos de su hijo Felipe y a sus 56 años se retiró a sufrir su enfermedad de la gota al monasterio de Yuste. Ahí falleció el 21 de septiembre de 1558 y en su honor se realizaron sendos funerales en Europa.

Como es sabido, para entonces la comunicación de España con sus posesiones en América dependía totalmente del sistema de flotas, así que dicha noticia se conoció en Nueva España hasta el siguiente año. El virrey Luis de Velasco procuró que ese desfase no importara y que el duelo fuese demostrado también entre los súbditos de este territorio. Para ello ordenó celebrar las exequias más grandes vistas hasta entonces en el continente, aunque tuvo sus dificultades.

En primer lugar, todavía no existía en la capital novohispana un templo como la Catedral Metropolitana, por lo que se decidió oficiar las ceremonias correspondientes en el atrio del templo de San Francisco (en lo que hoy es la calle Madero). En segundo lugar, la edificación de un túmulo digno del rey llevó tres meses al arquitecto y maestro mayor Claudio Arciniega.

La fecha elegida para el lamento general fue el día de San Andrés, el 30 de noviembre de 1559. El virrey ordenó que, veinte días antes de este evento, todos los hombres y mujeres, sin importar su condición, debían portar ropaje de luto. El cronista de las exequias, Francisco Cervantes de Salazar, señaló que no solo se logró tal cometido, sino que los hubo numerosos y lujosos, e incluso un caballero gastó en ello más de mil pesos de plata, una verdadera fortuna para la época. También en ese periodo, las iglesias de la ciudad tocaron sus campanas al unísono tres veces al día.

Finalmente, la fecha llegó y, durante dos horas y media, miles de personas se dieron cita para despedir al monarca de un imperio tan grande y complejo que, a más de un año después de su muerte, apenas celebraban sus funerales en la Ciudad de México.

 

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