La digna actitud del embajador japonés durante el cuartelazo de 1913

Kumaichi Horiguchi

Ricardo Lugo Viñas

Al comenzar la Decena Trágica en febrero de 1913, el embajador japonés Kumaichi Horiguchi acudió a Sara Pérez, esposa del presidente Madero, quien le comentó que su esposo salió escoltado por cadetes. El japonés manifestó su preocupación y ofreció a los Madero su residencia, la embajada de Japón, como refugio. Consumado el golpe de Estado, Horiguchi pidió ver a Madero y Huerta se lo concedió. Le indicó que su familia estaba a salvo. Tres días después se enteró del asesinato del presidente. Él y otros embajadores presionaron para que el cadáver fuera entregado a su viuda.

 

Así pues, el embajador Horiguchi y su esposa Stina abordaron un automóvil y salieron de la legación japonesa (que se hallaba en la calle Orizaba y el parque Roma, actualmente parque Río de Janeiro, en la colonia Roma). Antes de partir, Horiguchi decidió colocar una pequeña banderita de su país sobre el cofre del auto, para que funcionara como identificador y, acaso, como inmunidad diplomática, noción que para entonces no existía en la legislación internacional.

Al llegar al Castillo de Chapultepec, la pareja de diplomáticos fue recibida por Sara Pérez. Ahí, la primera dama les informó que más temprano el presidente Francisco I. Madero se había marchado a caballo, escoltado por una columna de cincuenta cadetes del H. Colegio Militar al mando del teniente coronel Víctor Hernández Covarruvias, rumbo a Palacio Nacional. Horiguchi y Stina, que en el camino rumbo a la residencia de Chapultepec se habían percatado del olor a miedo y a angustia que se respiraba en las calles de la capital, le manifestaron a Sara su preocupación. Entonces, se dice, en ese momento Stina les ofreció a los Madero su residencia, la embajada de Japón, como refugio.

Doña Sara Madero dudó. Tal vez en un primer momento juzgó excesiva aquella medida. Pero dado el curso de los acontecimientos, y quizá tras consultarlo con su esposo el presidente, decidió, agradecida, tomarle la palabra a Stina. Así pues, por la tarde, la familia del presidente Madero llegó a bordo de seis autos a la embajada de Japón en México. A la cabeza de todos, Sara Pérez. Y, detrás de ella, los padres del presidente: Francisco Madero Hernández y Mercedes González Treviño, además de una veintena de ayudantes que los asistían en el Castillo de Chapultepec. Más tarde, ese mismo día, llegaron a la embajada Ángela y Mercedes, hermanas del presidente, en compañía de sus hijos y sirvientes.

En la embajada, además de Kumaichi y Stina, vivían sus jóvenes hijos Iwa –íntima amiga de Antonieta Rivas Mercado– y Daigaku Horiguchi –que se convertirá en Japón en un poeta equivalente a nuestro Ramón López Velarde–. Este último escribiría acerca de aquellos aciagos días: “La familia del presidente llegó a la legación a refugiarse. […] ¿Por qué fueron a refugiarse a ese sitio? Tal vez porque confiaban en nosotros, por la amistad que teníamos desde antes; además, ellos creían que era el refugio más seguro y confiable donde su vida no peligraba. […] Fueron más de treinta personas: la esposa del mandatario, sus padres, sus hermanas. Con tantos huéspedes, me pareció que la amplia legación se veía reducida”.

La habitación principal de la embajada les fue cedida a los padres del presidente, y las de Iwa y Daigaku a su esposa Sara y sus hermanas respectivamente. Daigaku recordará un adagio japonés que su padre, el embajador Kumaichi, evocaba en aquellos momentos: “al pájaro perseguido no se le puede matar en casa propia”, y la familia de Madero eran, también, “aves que habían venido a refugiarse”. Desde el primer momento, el presidente Madero se mantuvo en contacto telefónico con su familia refugiada en la embajada nipona.

Un grave conflicto diplomático

Al tercer día, los víveres comenzaron a escasear en la legación. Entonces, Horiguchi tomó el teléfono y pidió ayuda a la comunidad japonesa que en aquel momento vivía en la Ciudad de México. Así, asumiendo grandes riesgos, pues en la ciudad “humean los cadáveres en pilas” y llovían balas y cañoneos, varios japoneses acudieron a la embajada para llevar alimentos. Es probable que viejos amigos japoneses de la familia Madero hayan sido los primeros en llegar a la sede diplomática, como Tatsugoro Matsumoto, jardinero del Castillo de Chapultepec y amigo del embajador; o Kingo Nonaka, enfermero del presidente Madero en la toma de Casas Grandes, Chihuahua.

El día 13, la tensión y el temor cundieron en la embajada. Los cañonazos se escuchaban a la vuelta de la esquina (el cuartel de operaciones de los golpistas (La Ciudadela) estaba a casi un kilómetro de distancia de la legación). La casa de la familia Madero –en Liverpool y Berlín, en la colonia Juárez– había sido hurtada y allanada a cañonazos. El día 14 el acoso fue peor: una columna de soldados federales (ahora sabemos que orquestados por el mismísimo general Victoriano Huerta) se pertrechó frente a la embajada y, armados hasta los dientes, exigieron que les fueran entregados los refugiados.

Entonces, en un acto por demás heroico y digno, el embajador Kumaichi Horiguchi salió de la embajada y tendió en la entrada principal, sobre el piso, una bandera de Japón. Luego –de acuerdo con su hijo Daigaku–, encaró en español a los soldados mexicanos y les advirtió: si alguien se atreve a disparar o a poner un pie en la legación nipona, desatará un grave conflicto diplomático. Esa noche, cerca de cuarenta miembros de la comunidad japonesa, armados con rifles y katanas, montaron guardia en el perímetro de la embajada.

 

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Kumaichi Horiguchi