Justo Sierra. “Maestro de América”

Ma. Eugenia Aragón Rangel

Después de la revolución maderista y la caída del régimen de Díaz, Sierra regresó a su clase de historia en la Escuela Nacional Preparatoria. Más tarde, en reconocimiento a su trayectoria, el presidente Madero lo nombró ministro plenipotenciario de México en España.

 

1910 no solo trajo consigo una abundante cosecha para Justo Sierra, sino también el irreparable dolor de perder a su hija Luz, lo que minó su salud. Al ver realizado su sueño de restablecer la Universidad, renunció sin éxito al Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, aunque más tarde su intenció coincidiría con la dimisión del gabinete porfirista (24 de marzo de 1911), ante el inminente triunfo de la revolución maderista.

Sin recursos económicos, tuvo que dejar la casa que habitaba –propiedad de Gabriel Mancera–, ir a vivir con su hija María de Jesús y regresar a dar su clase de historia en la Escuela Nacional Preparatoria. Respetado y amado por la mayoría nacional, el presidente Francisco I. Madero reconoció su trascendencia al nombrarlo enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México en España.

Frágil de salud, fue despedido por la muchedumbre en la estación del Ferrocarril Mexicano en abril de 1912. Junto con su “güerita”, sus hijos Santiago y Concepción, su yerno Miguel Lanz Duret y sus nietos Miguel y Luz de Lourdes, abordaron en Veracruz El Corcovado rumbo a su destino y él hacia la muerte. En México quedaron sus hijos María de Jesús y Manuel (comprometido con Margarita Casasús).

A su llegada a París debió ser internado en el Hospital de San José. El diagnóstico no fue halagüeño; su corazón débil y un tumor inconveniente de extirpar le impidieron irse a Madrid. En la capital francesa se reúne con Porfirio Díaz, José Ives Limantour, Ramón Corral, Amado Nervo y Rodolfo Gaona. Semanas después, ya en Madrid, ocupan la casa perteneciente a su amigo Telésforo García, donde queda instalada la Legación de México.

La noche del 13 de septiembre de 1912 Justo Sierra fue a dormir para no despertar más. La noticia fue devastadora en España y México. Se le rindieron honores de teniente general del ejército por orden del rey Alfonso XIII y el día 24 el féretro fue despedido en Madrid. Tres intensas semanas de preparativos le tomó a México para recibir al héroe civil. El cuerpo del maestro fue llevado al anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria y se organizó un homenaje presidido por el presidente Madero y su gabinete, junto con políticos, diplomáticos e intelectuales. En las afueras del recinto lo esperaba el pueblo, alineado en las avenidas durante todo el trayecto hasta el Panteón Francés.

En 1919 se le concedió a su viuda una pensión de 300 pesos mensuales “para honrar la memoria del insigne educador”. Por decreto del 12 de enero de 1948, la UNAM se unió a la propuesta que la Universidad de La Habana hizo a todas sus similares hispanoamericanas para proclamar a Justo Sierra “Maestro de América”. Sus restos exhumados y depositados en una urna de bronce fueron tributo de homenajes acordados por el presidente Miguel Alemán, los cuales se verificaron en la Escuela Nacional de Maestros, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Cámara de Diputados. Contingentes militares, estudiantiles y obreros lo acompañaron hasta la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón Civil de Dolores.

Sin lugar a dudas, “Justo Sierra señorea con plenitud de dominio la triple república de la historia, de la educación y del corazón de sus conciudadanos”, afirmó Yáñez. Por decreto presidencial del 26 de mayo de 1999, su nombre se inscribió con letras de oro en el muro de honor del Palacio Legislativo de San Lázaro. Sus Obras completas, publicadas por la UNAM en 1948 y reeditadas en 1977, constan de 15 tomos, de los que el primero constituye una excelente biografía preparada por Yáñez. Entre los descendientes de Sierra han destacado el embajador Justo Sierra Casasús, el ingeniero y exrector de la UNAM Javier Barros Sierra, la historiadora Catalina Sierra Casasús y el científico Manuel Peimbert Sierra.

No queda más que terminar con una frase que nos pinta de cuerpo entero a don Justo Sierra: “Hay una cosa superior a nuestros afectos y más grande, no vacilo en decirlo, que la Reforma, que la libertad y que la patria misma: la verdad”.

 

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Justo Sierra. La cabeza de la transformación educativa en el Porfiriato