Justo Sierra. La cabeza de la transformación educativa en el Porfiriato

Ma. Eugenia Aragón Rangel

Después de décadas de inestabilidad política, Sierra encabezó el proyecto educativo más importante del siglo XIX, con el respaldo del gobierno de Porfirio Díaz. El llamado “Maestro de América” elaboró un ambicioso plan nacional que abarcó desde los jardines de niños hasta el nivel universitario. Un programa que sería considerado “el gran cuadro de la construcción espiritual de México”.

 

La ciudad de Campeche, hoy San Francisco de Campeche, era el primer puerto y la segunda ciudad del estado de Yucatán hacia la primera mitad del siglo XIX, al mismo tiempo que era víctima de amargos acontecimientos políticos que le restaban toda tranquilidad deseada: invadida por las fuerzas estadounidenses, corría el riesgo de que México, una vez firmada la paz con los Estados Unidos, arremetiera en su contra como su primer objetivo en represalia a Yucatán por haberse separado de la Federación. Pero sobre todo la amagaba la propagación implacable de la llamada Guerra de Castas iniciada en julio de 1847.

En torno a estos eventos nació el 26 de enero de 1848 el primer hijo varón, tercero en la línea de descendencia, fruto del matrimonio del doctor Justo Sierra O’Reilly (hombre erudito, iniciador del periodismo literario en la península, célebre jurista yucateco, político, historiador, novelista y escritor) y de Concepción Méndez y Echazarreta (hija de Santiago Méndez Ibarra, quien fuera gobernador de Yucatán y actor importante en la política regional del siglo XIX). Decidieron darle por nombre Justo y bautizarlo en la Santa Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Concepción el miércoles 9 de febrero.

De su padre, Justo recibió el ejemplo de la actividad periodística y de su abuelo materno la desinteresada inclinación hacia la política, la tenacidad por el trabajo, la determinación en sus propósitos, el compromiso y la honradez. Junto con sus hermanos María Concepción, Santiago y Manuel José, fue inscrito en Colegio de San Miguel de Estrada de su ciudad natal para realizar sus estudios primarios. A sus nueve años, su vida cambió de rumbo cuando su casa fue asaltada y destruida por problemas políticos que tuvo su padre relacionado con el movimiento campechano independentista. Amagados, los Sierra Méndez se fueron a vivir a Mérida a una señorial casona de estilo colonial, cerca de la llamada esquina de La Culebra.

La vida familiar continuó desenvolviéndose en un ambiente refinado y erudito al que contribuían las frecuentes reuniones concurridas por prestigiados personajes de la ciencia, la jurisprudencia, la literatura, la historia y el arte. Inscritos los cuatro chicos en el Liceo Científico y Comercial, llegaron los ecos de una lucha sin cuartel que por tres años ensangrentó a la República: la Guerra de Reforma. La esperanza de paz en el horizonte patrio tenía un nombre: Benito Juárez.

Años de juventud

Recién entrado el ejército liberal triunfante a la Ciudad de México, el padre de Justo falleció la noche del 15 de enero de 1861. Una vez reorganizada la familia, el joven tuvo que dejar tras de sí la blanca Mérida, su inolvidable casona y en ella a su abuelo, a su madre y a sus hermanos, con la encomienda de partir rumbo a la Ciudad de México en pos del llamado de su exigente tío Luis Méndez y Echazarreta, padrino y tutor, monarquista y miembro del Consejo Imperial.

Comprometido en apoyarlo a completar sus estudios preparatorios, Luis Méndez lo internó en el Liceo Franco-Mexicano del señor Eduardo Guilbault, ubicado en la antigua mansión de los condes de Orizaba, hoy Casa de los Mascarones, entre San Cosme y la fuente de Tlaxpana. En plena intervención francesa, su familia se reubica de Mérida a Veracruz, mientras que Justo concluye la preparatoria (1863).

Con el anhelo de graduarse en la carrera de Derecho, ingresó al antiguo Colegio de San Ildefonso, que entonces alojaba a la Escuela de Jurisprudencia, lugar en el que crecía el ímpetu republicano y eran admirados Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, Porfirio Díaz, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano y Vicente Riva Palacio. Poco a poco se fue modelando un Justo Sierra sobresaliente en los estudios, distinguido por sus rasgos cientificistas y reformistas, a favor de la república, de la educación gratuita y obligatoria; dueño de un pensamiento liberal que no lo hizo dudar de su religión ni poner en riesgo la inalterable relación con su tío.

 

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