El último paladín de las cargas de caballería

Ricardo Lugo Viñas

A 150 kilómetros al noroeste de Ciudad Juárez, en Chihuahua, se encuentra el pequeño pueblo Puerto Palomas. En su plazuela principal, y a unos cuantos metros de la frontera con Estados Unidos, se levanta una estatua ecuestre del único y reconocido centauro de México. El del norte. Pancho Villa. Y es que parece imposible pensar la figura de Pancho Villa sin su caballo. Hombre y bestia son indisociables.

 

En México, y en el mundo, existe un amplio catálogo de representaciones ecuestres –pétreas, broncíneas, gráficas– que congelan el heroísmo, el fetichismo, la animadversión, el arquetipo del guerrero a caballo o la adoración popular del todopoderoso líder de la División del Norte. Sin embargo, la escultura que se haya en Palomas, por su ubicación y su fijo movimiento, nos conduce a dos instantes históricos memorables: la última y exitosa carga de caballería de la Revolución Mexicana y el ataque a la ciudad de norteamericana de Columbus.

La escultura, diseñada por Ricardo Ponzanelli, representa a un Pancho Villa como flecha, montando un robusto caballo desbocado que se abre camino entre los pastos. La fuerza del viento le vuela al jinete la chamarra y el sombrero, que apenas se sostiene por el barbiquejo. Va tirando bala. Y se le nota armado hasta los dientes. Villa es la punta de lanza de la más poderosa de sus armas de guerra: la carga de caballería. Es sabido que las cargas villistas siempre habían resultado invencibles.

Villa, al igual que casi cualquier Estado Mayor en combate de la época, confiaba en la infalibilidad de las cargas. Pero para 1915 se estaban volviendo obsoletas. Desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, los estrategas militares comenzaron a optar por las infanterías resguardadas en líneas de trincheras, protegidas por alambres de púas y empaladas. Los historiadores coinciden en que la última de las cargas de caballería exitosa comandada por Pancho Villa tuvo lugar en Paredón, Coahuila en mayo de 1914. Así lo registró el ingeniero Vito Alessio Robles, quien presenció el ataque: “Un huracán de caballos y de hombres pasa raudo por nuestros flancos. Es un espectáculo grandioso. Seis mil caballos envueltos en polvo y en sol”.

Sin embargo, para abril de 1915, Villa se topó con su Waterloo: la Batalla de Celaya. Su oponente, Obregón, había empleado el moderno sistema de trincheras que representó un duro golpe para las cargas. El Manco de Celaya aseguraba que, en los combates del Bajío, Villa cargó una y otra vez sus caballerías contra sus trincheras, y una y otra vez estas resistieron la oleada embravecida de bestias y jinetes. Aquel combate marcaría el inicio del fin de la reputación de invencibilidad villista.

El 8 de marzo de 1916, Pancho Villa y su reducidísima División del Norte invadió EUA desde Puerto Palomas. Con una carga de quinientos jinetes y en calidad de guerrillero atacó Columbus. Como sabemos, dicho ataque significó un duro golpe para las relaciones entre el presidente Carranza y el gobierno vecino, lo que causaría una breve pero intensa intervención norteamericana en Chihuahua.

 

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