El último informe de Porfirio Díaz

Gerardo Díaz

Durante la presidencia de Porfirio Díaz se determinó que el mandatario acudiría al Legislativo para rendir un informe en septiembre y abril de cada año.

 

El hablar ante la Cámara de Diputados fue un ejercicio que con el paso de los años se volvió monótono para el presidente Porfirio Díaz, sobre todo en la última década de su gobierno. Su legitimidad era inapelable y todo tropiezo social quedaba en segundo plano tras colocarlo en la balanza contra los beneficios económicos de su abanderado progreso. Los aplausos que siempre sonorizaban el recinto legislativo confirmaban que el país estaba conforme.

Sin embargo, en esta ocasión, de la garganta del viejo general brotaron palabras poco habituales: perturbando, revolucionario, levantamiento, sublevaron, etcétera. Pero el mandatario no era el único, pues frases con ese vocabulario se escuchaban con intranquilidad en muchas conversaciones. Eran frases que representaban la realidad que entonces se vivía en el norte del país.

Francisco I. Madero fraguaba algo. Cada día se le unían más seguidores y ante la incapacidad del ejército para combatir a los dispersos grupos, había que incentivar que lo abandonaran voluntariamente. En ese sentido Díaz declaró, ante ese Congreso del que había dispuesto tantas veces, que apoyaría la no reelección de los gobernantes.

Ironía. Declaraciones similares de Porfirio Díaz a James Creelman habían llevado a un entusiasmado Madero a la contienda presidencial. El no cumplir su palabra en aquel entonces lo tenía sofocado ahora. Promesas de un sistema de partidos, asumir una responsabilidad sobre la distribución digna de la tierra y demás reformas constitucionales sonaban ahora como un eco carente de honestidad.

La revolución estaba soltando a la caballada, esa que Díaz estaba orgulloso de haber domado. Como hábil patrón tuvo hombres que lo ayudaron en el trabajo sucio; y en esta ocasión pidió de su apoyo una vez más, la última: el “Ejecutivo espera que, como siempre, las Cámaras colegisladoras se dignarán prestarle su apoyo valiosísimo y dedicarán al estudio de tan arduos problemas toda su sabiduría. Al mismo tiempo, hace un llamamiento encarecido al patriotismo y a la cordura del pueblo mexicano, que, en esta ocasión, como en tantas otras, sabrá sacar avante a la República de las dificultades que la rodean y mantenerla en la alta situación de prosperidad y cultura que le ha conquistado la estima y el respeto de las demás naciones”.

El auxilio no llegó. Legisladores y hombres de confianza terminaron dándole la espalda. El 25 de mayo de ese mismo año renunció.

 

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