El evangelista

Guadalupe Lozada León

Personaje insustituible y necesario en un país de iletrados, era el escribiente público más reconocido, tanto por aquellos que no conocían el alfabeto como por quienes requerían la elaboración de algún documento.

Cuenta Federico Gamboa, en su novela El evangelista, que sus únicas herramientas eran “una mesa de pino sin barniz, silla de tule, carpeta, papel, tinta y pluma”. De ahí que este oficio fuera preferido por aquellos que, conociendo el alfabeto y el alma humana, querían vivir de manera independiente, lejos de la presión de un patrón que los explotara; o bien era para los que, habiendo vivido mejores tiempos, no tenían más remedio que valerse de su saber para ganarse la vida.

El evangelista sabía transmitir los sentimientos en una carta de amor o en un juicio. A veces recibía dictado; otras, elaboraba el escrito basándose sólo en lo que su cliente le solicitaba o contaba. En la ciudad de México se ubicaban en la plaza de Santo Domingo (en el Centro Histórico), donde hasta la fecha hay personas que ayudan a los que tienen que llenar formatos y solicitudes de empleo, e incluso a quienes necesitan escribir una carta de amor.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Pregoneros del ayer” del autor Guadalupe Lozada León y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.