La célebre escena del encuentro entre el representante terreno de Tezcatlipoca y Hernán Cortés (el 8 de noviembre de 1519), resume el arduo misterio del cruce de dos civilizaciones desconocidas entre sí. La interpretación de los temores de Moctezuma se repiten hasta el presente. Atendiendo al lenguaje corporal de Cortés, dibujado por los informantes de Sahagún en el Códice Florentino, devela, sin tantos equívocos, a un Hernán mustio e insignificante.
De modo que cuando Cortés emprendió la marcha con diez mil guerreros totonacos y tlaxcaltecas, Moctezuma ya no los podía detener. Y llegaron a la ciudad el 8 de noviembre de 1519. Los recibió en persona el monarca azteca con su séquito. Y ni el ejército de guerreros con sus facciones profesionales de caballeros águila y caballeros jaguar, ni el pueblo asombrado que vio entrar a los extraños y a sus terribles enemigos tlaxcaltecas, tomaron las armas, sino que guardaron silencio y prudencia frente a los advenedizos. Tal actitud hubiera sido impensable sin una orden previa del tlatoani para que nadie osara alterar el orden. ¿Estaba vencido, ya de antemano, el monarca mexica y consideraba que una actitud contraria habría provocado un baño de sangre inútil? ¿Calculó al mismo tiempo que habría otra forma, de orden diplomático, para resolver el problema?
La decisión de Moctezuma frente al invasor seguirá siendo un enigma para explicar su actitud. Los siglos han pasado sin que se haya podido conocer el problema a cabalidad. Y permanece la incógnita en la consideración de la índole antropológica de la milenaria cultura de los pueblos americanos, que trata de sopesar cómo reaccionaría la mentalidad mesoamericana frente a la cultura occidental europea representada en aquel momento célebre por España, menos aún, por un puñado de españoles. Cómo fue la trabazón, la negociación y la hostilidad entre ambas facciones, que trajera como resultado la abolición del imperio mexica y la instalación colonial de la Nueva España.
Las versiones sobre el encuentro Cortés-Moctezuma y sus consecuencias siempre fueron diversas desde el propio siglo de las grandes crónicas, el XVI. La versión más conocida y difundida hasta hoy atribuye gran importancia a la valoración de la mentalidad religiosa de los indígenas: los españoles habrían sido considerados del bando del dios Quetzalcóatl, que regresaba por sus fueros. Ante el conocimiento indígena de la procedencia de los visitantes, estos vendrían del sitio de las deidades, la unión del mar y el cielo.
La versión del primer cronista, Hernán Cortés, contenida en la segunda carta de relación que envió al rey en 1520, fue la de que al recibirlo en la Calzada de Iztapalapa el 8 de noviembre de 1519, Moctezuma le cede su trono, argumentando que ya sus antepasados habían advertido del regreso de los verdaderos dueños de estas tierras.
Tanto Cortés como Bernal Díaz sostuvieron que el tlatoani fue engrillado con hierros y aprisionado, a los seis días de su llegada.
Los tlacuiloque o dibujantes que ilustraron el Códice Florentino con los datos que recopiló Sahagún, muestran la secuencia plástica del encuentro en la calzada y de inmediato la prisión de Moctezuma.
En una de las imágenes más evocativas que dibuja el célebre encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma (p. 56), en un punto llamado Xoluco, ambos avanzaron hasta encontrarse de frente en Huitzilan (hoy frente al Hospital de Jesús, en 20 de Noviembre). La imagen fue diseñada por uno de los tlacuilos que ilustraron la obra de fray Bernardino de Sahagún, editada en México por primera vez en 1829 con el título de Historia general de las cosas de la Nueva España, y que se había escrito en náhuatl en 1577 y treinta años después en castellano.
En esta imagen del encuentro destaca una Malinche retadora; un Moctezuma con reconcomio de un último reclamo, acompañado de sus azorados señores; un Cortés como el niño que rompió la loza fina del comedor. A la izquierda, sus hombres con armaduras. Al centro doña Marina. A la derecha Moctezuma; Cacama, señor de Texcoco; Tetlepanquetzal, señor de Tacuba; Itzcuauhtzin, gobernador de Tlatelolco. Este es el único que no está coronado con el xiuhuitzolli, mitra de los tlatoque, grandes señores. Los cuatro, descalzos, Moctezuma ricamente ataviado. Cortés aparece afeitado, con un ramo de flores en las manos y de aspecto raro o infantil. El ramo y muchas bandejas de calabazas y jícaras, colmadas de diversas flores, eran cortesía del reinado para los visitantes fuereños. Considerable un pueblo que usa estos hábitos. Malintzin ricamente vestida a la usanza tlaxcalteca, que alude a Matlalcueye, diosa del agua y de la montaña (ya el volcán junto a Tlaxcala, antes nombrado como esta diosa, cambió a “La Malinche”). Descalza como los señores mexicas, cuando siempre apareció calzada a la española desde Chalchicuecan; su huipil de mangas abiertas centra al pecho un quincunce o símbolo sacro de los rumbos del mundo y los Soles o Edades. Al fondo una casa que luego sería de Pedro de Alvarado.
Notable imagen, nada épica, ni festiva, ni solemne. Y acudiendo a la interpretación del lenguaje corporal, se podría aludir sin tantos equívocos a un Hernán mustio e insignificante. La Malinche, aunque está algo atrás que los hombres, sobresale en estatura. Y mira a los ojos a Moctezuma con desenfado. Su mirada, ya que se prohibía dirigirla al monarca, es un punto crucial de la Conquista: la mujer se atreve a mirar el rostro de quien fungía como dios en la teocracia mexica. Y la prohibición de mirar al rostro de Moctezuma, una práctica que evoca la invisibilidad de las deidades.
Sobre este célebre y simbólico encuentro, cuya escena resume el arduo misterio del cruce de dos civilizaciones que habían permanecido desconocidas entre sí a lo largo de toda la historia del orbe, se tendió su testimonio narrativo en las referencias inmediatas, y que permaneció con su extraña versión hasta el presente. Hernán Cortés escribió al rey un año después, comunicándole el supuesto discurso de Moctezuma, dicho en su palacio al siguiente día del encuentro, en donde el tlatoani le cedía voluntariamente su trono. Lo que significaba sumisión de vasallaje hacia la Corona española. Esta es la primera versión del discurso y las demás estuvieron basadas en ella. El Códice Florentino de fray Bernardino de Sahagún, así como el resto de las crónicas y estudios escritos en adelante, hasta nuestros días, repitieron pues el increíble sentido de tal discurso.
Pero, contrarios a él, hay desde luego varios aspectos que abonan su descrédito: el discurso de Moctezuma, con seguridad habría estado expresado con un muy alto y refinado lenguaje compuesto con los giros clásicos del protocolo cortesano mexica. Salpicado de metáforas inaccesibles tanto para Malintzin (que hablaba un náhuatl elemental, que usó en Painala, su pueblo de habla popoluca, hasta los doce años aproximadamente y ejercitado solo en el seno familiar), como para Jerónimo de Aguilar. La faraute (traductora) habría vertido del náhuatl al maya-chontal, que aprendió en Xicalango, y que Aguilar, el náufrago rescatado por Cortés en febrero en Cozumel, que hablaba maya yucateco, recibió para expresarlo en castellano a los oídos de Cortés. Entre el maya-chontal y el yucateco, hay desde luego diferencias lingüísticas de importancia, no obstante que ambas lenguas sean comprensibles entre sí, en cierto grado.
Aunque el sentido de tal discurso siempre se repitió, en las crónicas hay también notables diferencias. Sahagún (XII, fojas 25-26, facs. del Gobierno de la República), cuya obra es producto de testimonios indígenas escritos en náhuatl y traducidos por él al español, declara que tal discurso no fue expresado al siguiente día del encuentro como dijo Cortés, sino en el momento mismo de tal suceso. Y que la Malinche tradujo del náhuatl al español para comprensión de Cortés. Por su parte, las seguidas imágenes dibujadas en el Códice Florentino, ilustrando la narración de esos pasajes escritos, muestran al grupo de los españoles, con la Malinche entre ellos, que jalan del brazo a un Moctezuma reticente, ante el asombro de sus acompañantes. Un soldado español, con armadura, capacete y lanza, aprisiona al tlatoani.
Moctezuma siempre aparece contrito y humilde en estas ilustraciones: él, cuya arrogancia y poder eran conocidas en toda Mesoamérica. ¿Acaso consta en estos testimonios que el tlatoani es vencido desde que Cortés pisa el suelo mexicano? ¿Cómo fue que los tlaxcaltecas, enemigos de siglos, pudieron entrar hasta el corazón de la metrópoli?
Moctezuma es vencido por muchos pueblos subyugados, que aliados a la hueste de Cortés, portadora de armas superiores, destruyen el imperio de los mexicas.
Ello ocurre en el momento mismo del encuentro y está presente la Malinche: en la calzada un soldado con armadura aprisiona a Moctezuma. Aquella imagen del Florentino fue la base de otras, muy fantasiosas, dibujadas en el siglo XVIII. Los grilletes son puestos por orden directa de Cortés, orden que ejecuta un hombre vestido de civil.
¿Aceptaremos que en la consciencia del hombre mesoamericano, sobre todo en la de Moctezuma, pesara tanto la creencia cosmológica del fin de las Edades para entender su candidez y tardanza en combatir al enemigo?
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Luis Barjau. Antropólogo y maestro en Etnología; realizó estudios de posgrado en Sociología en la Universitá Degli Studi di Roma, Italia. Ha sido investigador y director de etnohistoria del INAH. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y autor de numerosos ensayos sobre el México prehispánico, así como de los libros Voluntad e infortunio en la Conquista de México, La conquista de la Malinche y Hernán Cortés y Quetzalcóatl, entre otras obras.
El enigma de la rendición de Moctezuma