Día de muertos, ¿tradición prehispánica o invención del siglo XX?

Una fiesta más renacentista que indigenista

Agustín Sánchez González

Aunque el tono indígena se impuso, hay que decir que la conmemoración actual del Día de Muertos es más cercana a las danzas macabras renacentistas europeas con sus diálogos en verso y la alegoría de la muerte, personificada como un esqueleto humano que muestra a las figuras del poder para recordarles su paso efímero por la vida.

 

En los periódicos del siglo XIX es raro encontrar noticias que den cuenta del Día de Muertos con el sentido que tiene hoy: la gran conmemoración que, se dice, tiene orígenes prehispánicos. Actualmente se celebra esta fiesta popular en casi todas las plazas públicas del país, incluyendo el Zócalo de la Ciudad de México.

En la prensa de aquella centuria lo que se halla son noticias sobre largas procesiones a las tumbas de los difuntos, en donde se realizaban una suerte de fiestas que muchas veces culminaban en borrachera, pero no se menciona que la conmemoración sea de carácter indígena; aunque era obvio que, como tantas otras fiestas tradicionales, en esta se expresara el carácter sincrético del mestizaje cultural.

Sin embargo, es importante no olvidar que en noviembre suceden dos conmemoraciones católicas en torno a la vida y la muerte: el día primero se recuerda a Todos los Santos, y el segundo es Día de los Fieles Difuntos.

Los muertos también son nacionalistas

Fue con los primeros gobiernos emanados de la revolución cuando comenzó a conformarse una cultura y una iconografía nacionalistas basadas en el orgullo por las raíces indígenas, entendidas estas casi como el único origen mexicano. Esto se hizo visible en las fiestas del centenario de la consumación de la Independencia, en 1921, en las que las civilizaciones originarias fueron una figura central en el desfile y hasta se organizó, por primera vez, el concurso de la India Bonita para rescatar la belleza “mexicana”, adjetivo que se entendía como sinónimo de lo indígena.

El historiador Ricardo Pérez Montfort ha mostrado cómo el indigenismo fue ligándose cada vez con mayor fuerza a los proyectos oficiales posrevolucionarios, mientras que el hispanismo fue identificado como parte del discurso conservador. Ese nacionalismo comenzó a desplazar cualquier otra visión cultural, de tal suerte que se promovieron, de una manera institucional, todos aquellos eventos que destacaban la visión indígena; por ejemplo, en 1930 la deidad mexica Quetzalcóatl fue promovida como sustituto de los Reyes Magos e incluso se le personificó e hizo regalos a los niños pobres.

De ese modo, la fiesta del Día de Muertos comienza a aislar la celebración católica y a inventar una nueva en la que se consolidarán algunas calaveras de José Guadalupe Posada pero, principalmente, la Catrina, obra de Diego Rivera que muchos hasta la fecha adjudican a Posada.

Posada, más renacentista que indigenista

El gran dibujante Posada, cuyas obras se han convertido en una figura central del imaginario del Día de los Muertos, como si fuese recuperador de la tradición prehispánica, en realidad jamás se interesó por el indigenismo histórico porque él dibujaba para asustar a los lectores con sus danzas macabras, y estas son más cercanas a las calaveras renacentistas europeas o a los horrores que pintó en España Francisco de Goya (1746-1828), que al tzompantli mexica. Así, en todo caso, la obra del mexicanísimo Posada tiene más influencia europea que prehispánica. De hecho, la primera calavera que se conoce, publicada en el periódico El Jicote en 1871, es una calavera con guadaña y rasgos medievales.

Posada nació y vivió inmerso en la cultura eminentemente católica, lo que se expresa en su visión artística que nada tiene que ver con el indigenismo. Es más posible hallar una de sus influencias en el libro de finales del siglo XVIII, La portentosa vida de la muerte, de fray Joaquín Bolaños.

La otra vertiente de la fiesta del Día de Muertos se encuentra en la famosa obra del español José Zorrilla: Don Juan Tenorio, una pieza teatral que se representaba en México desde los años treinta del siglo XIX –cuando el autor vivió en nuestro país– y que desde sus orígenes se relacionó con el Día de Muertos, tanto por las escenas del cementerio y las apariciones como por el uso de la versificación, como sucede con las célebres calaveritas que se escriben en esa fecha. Justamente por esa asociación que hicieron los espectadores, la obra también comenzó a representarse a principios de noviembre de cada año.

Una invención del siglo XX

Aunque el tono indígena se impuso, hay que decir que la conmemoración actual del Día de Muertos es más cercana a las danzas macabras renacentistas europeas con sus diálogos en verso y la alegoría de la muerte, personificada como un esqueleto humano que muestra a las figuras del poder para recordarles su paso efímero por la vida. En las Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique, poeta castellano del siglo XV, retrata muy bien esa visión cuando dice:

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando…

Y es que el nacionalismo mexicano, conformado en los primeros decenios posteriores a la Revolución, gestó diversas formas culturales con el sello de tradicionales, pero en cierto sentido son invenciones sociales que con el tiempo adquirieron el tono de ancestrales. Una de ellas es la fiesta religiosa católica del Día de Muertos que por diversas artes y en pleno siglo XX se apropió de forma predominante de los elementos de una antigua fiesta pagana.

 

El artículo "Día de Muertos" del autor Agustín Sánchez González se publicó integramente en Relatos e Historias en México número 87: 

“Los motivos de los tlaxcaltecas”. Versión impresa.

“Los motivos de los tlaxcaltecas”. Versión digital.

 

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