Cuando el jazz invadió Bellas Artes

En 1962 tomó el Palacio y llegó para quedarse
Yonathan Amador

 

En la primera mitad del siglo XX mexicano, el jazz era constantemente denigrado y se le asociaba con personas sin refinamiento musical. Pese a ello, el género comenzaba a cultivarse más allá de las orquestas formales y se ganaba poco a poco la preferencia del público.

 

 

En 1962, el jazz en México tenía ya una presencia importante con orquestas y ensambles como tríos o cuartetos. En los diarios más importantes del país ya no era raro encontrar notas sobre el quehacer jazzístico, mientras que en la radio existían los programas Panorama de jazz, conducido por Juan López Moctezuma –personaje importante en el desarrollo histórico del género en estas tierras–, y El jazz en la cultura, de Mario Shapiro; ambos se transmitían por Radio UNAM.

 

Pese a ello, este género aún mantenía cierto estigma: se le consideraba música para bailar, de cabaret. En un artículo publicado en El Universal en aquellos años, el periodista Rafael Fraga sintetiza ese pensamiento: “Hay quienes opinan que la música de jazz no es más que una serie de sonidos estridentes, sin ninguna importancia”. Las críticas y ataques que personajes de la élite musical como Manuel M. Ponce y Carlos Chávez, o el propio secretario de Educación José Vasconcelos, habían hecho contra el jazz durante los años veinte, aún permeaban en ciertos sectores, sin importar que el género, de la mano de músicos como los estadounidenses Duke Ellington o Miles Davis, había evolucionado a una instrumentación y sonido más sofisticados desde finales de los cuarenta.

 

“Se le hizo justicia al jazz”

 

El maestro Luis Herrera de la Fuente tomó las riendas de la Orquesta Sinfónica Nacional en 1954. En sus primeros años, en los pasillos del Palacio de Bellas Artes se le conocía por su carácter progresista y versátil. No sin problemas políticos y administrativos, logró establecer sus condiciones a finales de la década. Fue bajo su dirección que, en enero de 1962, el patronato de la orquesta –con Enrique Fernández Gual como gerente y la colaboración de Mario Shapiro– organizó el primer recital de jazz en Bellas Artes.

 

En ese mes, el periódico Excélsior hacía referencia a varios eventos de jazz: el estreno de Suite azteca del cubano Chico O’Farrill, que sucedería en el mismo Palacio de Bellas Artes en octubre; el éxito del baterista Tino Contreras y su cuarteto en Atenas, Grecia: “iban por una semana y llevan tres meses de presentaciones ininterrumpidas”, se destacaba. También se leía una nota sobre el trompetista Freddy Guzmán, ganador del II Festival Mexicano de Jazz, de su contrato con la disquera RCA Victor, de sus presentaciones en el Riguz (sobre avenida Insurgentes, frente al Parque Hundido, en Ciudad de México), el sitio de la época para escuchar jazz y en donde actuaba en sustitución de Tino.

 

Fue el viernes 26 de enero, en el mismo periódico, cuando se publicó una foto del trompetista sinaloense Cecilio Chilo Morán junto con la de Mario Shapiro, con la invitación para asistir, a las 19:00 horas, al concierto del sexteto de Morán, que sería acompañado por los comentarios de Shapiro sobre la historia del jazz. Ese momento, parteaguas en la historia del Palacio de Bellas Artes, significó el ingreso del género estigmatizado como música para bailar al recinto que, hasta esa fecha, solo había recibido música clásica, expresiones folclóricas y ballet.

 

En el escenario se presentaron Pablito Jaimes al piano, Humberto Cané en el contrabajo, Salvador Agüero en la batería, Jesús Aguirre en el trombón, Juan Ravelo en el sax barítono y Chilo Morán en la trompeta y dirección. El programa estuvo conformado por una mezcla de conocidos estándares de jazz, como Saint Louis Blues, My Funny Valentine o Round Midnight, así como temas propios del trompetista sinaloense, uno de Cané, otro de Ravelo y uno más de Jaimes.

 

Dos días después del concierto, el domingo 28 de enero, los diarios El Universal y Excélsior publicaron sus reseñas. Con un destacado titular a seis columnas, el segundo expresó: “Bellas Artes abrió las puertas al jazz nacional”. La nota de Carlos Avecilla comentaba los antecedentes y pormenores del concierto, además de que rescató una declaración de Shapiro: “Se le hizo justicia al jazz. El concierto obtuvo un triunfo que nadie, ni siquiera nosotros los organizadores nos esperábamos. Esta primera experiencia nos demostró a todos que en México hay ya muchos conocedores de jazz”.

 

En El Universal, pese a mencionar que el concierto y el sexteto “en general no estuvieron del todo mal”, Rafael Fraga hizo una valoración sobre la preparación del grupo: “Probablemente fue demasiado precipitada la realización de este concierto o hubo algunos cambios en el programa general, lo que sin duda alguna fue la causa de que este conjunto de jazz no haya tenido el tiempo suficiente para prepararse mejor”. Luego añadió: “Escuchar a un conjunto de jazz en otro ambiente y sobre todo en una sala de conciertos requiere de parte de este o de cualquier otro, una mejor actuación… y más que nada la afinación”. Sobre este tema, Alberto Zuckermann y Susana Ostolaza señalan, en su libro El jazz en el Palacio de Bellas Artes, que Salvador Agüero declaró que el ensamble previo al concierto solamente tuvo un par de ensayos en El 33, un lugar en donde se tocaba jazz.

 

En lo que coinciden las crónicas citadas es en el éxito del concierto y que los asistentes se mostraron complacidos con la agrupación y los temas que interpretaron. Aparte, en la nota de Excélsior llama la atención la mención de que el concierto fue grabado por Radio UNAM y que Shapiro aseguró que se enviarían copias a radiodifusoras estadounidenses con las que la estación universitaria tenía convenios, así como a “jazzistas famosos”.

 

El jazz continuó

 

Ese mismo 1962, luego de la presentación de octubre de la orquesta de Chico O’Farrill, con la participación nuevamente de Chilo Morán como solista, el escenario principal de Bellas Artes recibió al quinteto del gran Dizzy Gillespie y al trío del canadiense Oscar Peterson. A lo largo de la primera década en que el jazz sonó en el Palacio, músicos mexicanos como Tino Contreras, Chucho Zarzosa o Juan José Calatayud, así como los extranjeros Dave Brubeck, Stan Getz, Astrud Gilberto, Thelonious Monk, João Gilberto, The Modern Jazz Quartet, Gerry Mulligan, Duke Ellington, Cannonball Adderley o Joe Zawinul, por mencionar algunos, tuvieron importantes presentaciones.

 

Esta serie de conciertos, así como la presencia del jazz en la máxima sede de las artes en México, demostró la apertura e impulso que el director mexicano Luis Herrera de la Fuente y Enrique Fernández Gual tuvieron con el género. Pasaron los setenta, ochenta, noventa… llegó el nuevo siglo y Bellas Artes, ya con menos resistencia, mantuvo sus espacios abiertos al jazz y a sus exponentes, aunque se han presentado más intérpretes extranjeros que mexicanos.

 

Si bien ha habido años en los que ningún concierto de jazz se ha llevado a cabo en el Palacio de Bellas Artes, debemos reconocer que desde 1962 y hasta la fecha, gracias a los impulsos vanguardistas y visión musical de Herrera, la síncopa no se ha apartado por mucho tiempo de este gran recinto cultural de nuestro país; de hecho, ya es parte importante de su historia.

 

 

El artículo "Cuando el jazz invadió Bellas Artes" del autor Yonathan Amador se publicó en Relatos e Historias en México número 125. Cómprala aquí