La Casa Borda fue construida en 1775 por el reconocido arquitecto barroco Francisco de Guerrero y Torres. En el siglo XX la antigua mansión tuvo usos muy variados.
Como pocos edificios de la calle Madero, en el centro de Ciudad de México, Casa Borda es el ejemplo perfecto de lo que las grandes fortunas son capaces de levantar. El acaudalado minero del siglo XVIII don José de la Borda construyó la que sería la más grande de las mansiones de la capital novohispana.
Habiéndose propuesto emular al conquistador español Hernán Cortés, cuya mansión sobre lo que fuera el Palacio de Axayácatl (una parte de la cual hoy es la sede principal del Nacional Monte de Piedad) abarcaba una manzana completa, don José se hizo de los predios suficientes para que su residencia rodeara las calles hoy conocidas como Madero, Bolívar, 16 de Septiembre y Motolinía; sin embargo, tuvo que contentarse con ver cumplida solo la mitad de su sueño debido a que murió en 1778.
A pesar de ello, logró dejar el palacio particular más grande de su época, cuyo solo balcón ocupa actualmente –a pesar de las múltiples transformaciones– un amplio espacio del tramo de Madero que hace esquina con Bolívar y continúa un muy largo trecho por esta última. Así la describe don Artemio de Valle- Arizpe en su Calle vieja y calle nueva: “[es por] el desarrollo de sus fachadas, la más grandiosa de la época virreinal. Las justas proporciones de sus vanos, lo mismo que los sencillos encuadramientos, llaman la atención por su maciza solidez, igualmente por su larga balconería, toda ella con recios baluartes de hierro forjado a mano”.
Tras la muerte de don José, la suntuosa mansión tuvo múltiples y variados usos. Durante algún tiempo, a fines del siglo XIX se instaló en los altos el Casino Español; más adelante se abrió en el patio una tienda de ropa. En los bajos, por el lado de lo que en los últimos años de dicha centuria se llamaba la 2ª de San Francisco, se estableció la afamada “doraduría” de Pellandini, donde lo mismo se encontraban espejos, marcos y vidrios biselados que vitrales, tapices, vitrinas, estatuas de mármol y alabastro, así como todo aquello relacionado con los espléndidos detalles ornamentales del art nouveau, característico de la época.
Pero tal vez las mayores modificaciones al lugar fueron las que se dispusieron para instalar, en los primeros años del siglo XX, al famosísimo Salón Rojo, un centro de diversión con amplias salas de cine, neverías, restaurante y la primera escalera eléctrica de la capital.
Hoy, de lo que fuera la espléndida mansión solo quedan vagos recuerdos en la fachada y en la parte alta, además del balcón con el que alguna vez su dueño pensara rodear la manzana. El patio original se ha convertido en el Pasaje Borda, que conserva así el recuerdo de quien estableciera ahí un auténtico recinto palaciego, muestra evidente de su enorme poder económico.