La estadía del joven Bolívar en la capital de Nueva España fue corta. De la pluma del escritor Artemio de Valle-Arizpe surgirían relatos de dicha visita, aunque construidos cuando el libertador era ya una importante figura.
1783 fue un año de aquellos. De esos en los que confluyen muchas cosas. Por ejemplo, el 3 de septiembre se firmó la Paz de Versalles, con la que Gran Bretaña reconoció la independencia de Estados Unidos. Pero también para la futura América Latina sucederían cosas importantes y nacerían dos de sus libertadores. El 24 de julio en Caracas, Simón Bolívar; y el 27 de septiembre en Valladolid de Michoacán, Agustín de Iturbide. No se conocerían, seguramente. Pero sabrían el uno del otro y sus vidas quedarían entrecruzadas por las azarosas guerras de independencia.
Nunca coincidieron, pero estuvieron cerca. Por ejemplo, en marzo de 1799, a su paso hacia la península ibérica, Bolívar atrancó en Veracruz, pero al estar bloqueada La Habana por la guerra de España con Gran Bretaña, tuvo que mantenerse en suelo novohispano durante algunos días, lo cual le permitió hacer un rápido viaje a la Ciudad de México, permaneciendo ahí por una semana, para luego salir a las prisas tras expresar sus ideas de independencia al virrey Miguel José de Azanza.
No obstante, no hay demasiados testimonios de esos días, lo cual dio lugar a mucha especulación, y por ello, pasados los años, fue Artemio de Valle-Arizpe quien inventaría un amorío entre María Ignacia Rodríguez de Velasco, la famosa Güera Rodríguez, de veintiún años, casada y ya con tres hijos, y el joven caraqueño de dieciséis años, el cual habría conocido a la “hermosa rubia” por conducto de la marquesa de Uluapa, hermana de la Güera. El futuro libertador se retiraría pronto y no volvería a estar en la que él llamó “la opulenta México”.
Sin embargo, fue con el paso de los años, de las guerras independentistas de la América española, que tanto él como el vallisoletano Iturbide cobraron importancia, liderando la revolución uno, la contrainsurgencia el otro, para finalmente lograr la emancipación de diversos reinos en las postrimerías del conflicto armado cuando se acercó la tercera década del siglo XIX. Con ello nacería no solo el Imperio mexicano, conformado también por los estados norteños que hoy pertenecen a Estados Unidos y por la amplia Centroamérica, prácticamente hasta Panamá; sino también la Gran Colombia, conformada por las actuales Colombia, Venezuela y Ecuador, lo mismo que Bolivia, nombrada así en homenaje al prócer caraqueño.
Lo que aquí se aborda no es la vida y obra de estos dos notables personajes, ni recorre los anales de sus grandes y pequeñas proezas, sino que da cuenta de los puntos de contacto que tuvieron, más allá de nacer en el mismo año. Es decir, que hace referencia de las opiniones que ambos tenían del otro, así como la peculiar historia de que el hijo de uno estuvo al servicio del otro. Dos vidas paralelas que, con mayor o menor éxito, son espejo de las realidades latinoamericanas en el surgimiento de algunas de sus naciones durante las primeras décadas del siglo XIX.
Advierto que existen dos elementos principales a considerar. El primero es que, de ambas partes, existió una admiración mutua al menos hasta 1822, cuando sus carreras políticas y militares alcanzaron su mayor apogeo y esplendor; pero a partir de 1824, a la muerte del mexicano, en Bolívar se generó un resentimiento y desencanto hacia lo que Iturbide representaba, lo cual se mantendría por los siguientes años. La segunda es que, precisamente desde el fracaso del emperador mexicano, el caraqueño siempre referiría a Iturbide en acompañamiento de la inevitable ruina a la que estaba destinada la monarquía. No obstante, sus ideas republicanas –no siempre llevadas a la práctica como estadista– tampoco evitaron que Bolívar reconociera su admiración por figuras como las de Iturbide y Napoleón Bonaparte, a quienes sin duda distinguía por sus victorias, al tiempo, eso sí, de despreciarlos por sus decisiones políticas. Ni negro ni blanco, sino una amplia gama de grises.
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Bolívar e Iturbide: simpatías y diferencias