Billie Holiday, el eterno brillo entre la inmundicia

Marco A. Villa

Quizá la versátil voz, capacidad de improvisación y magistral histrionismo de la afroamericana Billie Holiday acabaron por convencer a las plumas mexicanas que con dureza habían criticado al jazz desde la década de 1920, de que este género tenía gran calidad. Y tal vez aquellas palabras del afamado pianista y director de orquesta michoacano Miguel Lerdo de Tejada, de que este género “es una locura de sonido, de desafinaciones”, que su éxito consiste en “tocar mal, lo más mal que se pueda”, se difuminaron conforme esta cantante y compositora comenzó a ser conocida más allá de Filadelfia, su ciudad natal, al despuntar los años treinta.

 

Para cuando Eleanora Holiday Fagan, como se llamaba en realidad, se presentó en el prestigioso Teatro Apolo de Harlem en noviembre de 1934, tenía apenas diecinueve años, aunque también cierto renombre ganado a base de buenas actuaciones en diversos bares, tabernas o burdeles neoyorquinos. Acompañando a bandas de blues y jazz, sus shows no pasaron desapercibidos, por lo que poco a poco su nombre fue esparciéndose de voz en voz, hasta que hacia 1932 llegó a oídos del productor musical John Hammond, que enseguida la llevó con el connotado Rey del Swing, Benny Goodman.

Las puertas del éxito comercial se abrieron para Billie tras la grabación de su primer álbum, Your’s Mother Son-In-Law, hacia fines de 1933. También se integró a una agrupación de Goodman, donde rápidamente brilló. “Billie podía elegir la canción más cursi y cantarla de cuarenta formas distintas, lo que aprendió a hacer en los clubes mientras cantaba de mesa en mesa, especialmente en los clubes clandestinos. […] Así que ella iba cantando muy suave. ¡Era increíble! Algo natural en ella”, dijo Hammond alguna vez.

Fue este talento –más su sutil dramatismo e impactante capacidad para alterar la armonía de las canciones– el que puso a Billie entre lo más granado del mundo jazzístico. Así, pronto departió con exponentes como Johan Jones, el propio Goodman, Roy Eldridge, Teddy Wilson y Ben Webster, pero sobre todo con Lester Young, Artie Shaw y Count Basie, en cuya orquesta ganó aún mayor reputación a partir de 1937. En este periodo grabó piezas emblemáticas en la historia del jazz, como Fine and Mellow, Night and Day y My Last Affair (This Is).

En 1939, Holiday interpretó por vez primera Strange Fruit, sin duda su canción más representativa, la cual reflejaba la desesperación y humillación que vivió desde la infancia en el gueto, donde padeció abusos y supo de los linchamientos contra afroamericanos; incluso, ya en el pináculo de su carrera como parte del conjunto de Basie, ella y sus compañeros llegaron a disfrazarse para servir de bufones a los blancos; y también tuvo un papel de sirvienta en su única película, Nueva Orleans (1946), en la que el ya exitoso Louis Armstrong era igualmente del personal doméstico –también actuó Arturo de Córdova–.

Strange Fruit fue vetada por las autoridades de su país, que además comenzaron una cacería contra ella debido a su frenético consumo de heroína, además de que le quitaron su licencia para presentarse en clubes. Pese a ello, Billie pudo actuar en varios sitios de la famosa Calle 52 y otros foros dispuestos “en secrecía” para ella. Aunque pocas, estas actuaciones fueron memorables. La década de 1940, al igual que en los cincuenta, fue para Billie un continuo entre las grabaciones y los problemas personales que, sin embargo, no minaron su prestigio artístico.

Billie, Lady Day, fue una mujer enérgica al tema de la segregación y que llegó a impulsar una iniciativa de ley contra los linchamientos de los afroamericanos, la primera mujer negra en grabar con cuerdas, la protagonista del mejor show de jazz en televisión en la historia de la música, murió a los 44 años, enferma y arrestada, en el hospital.

 

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