Agustín Lara

El músico poeta
Ricardo Lugo-Viñas

“Una de las esencias del alma mexicana”, así llamó el escritor Ricardo Garibay al compositor de música romántica más popular del país durante buena parte del siglo XX. Su nombre completo era Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, aunque él solía decir: “Simplemente llámenme Agustín”.

 

El origen del celebérrimo Flaco de Oro aún lo siguen debatiendo Veracruz —en particular el municipio de Tlacotalpan— y la ciudad de México, a razón de una polémica que el propio compositor alimentó en vida.

Pocos años antes de su muerte se encontró evidencia de que Agustín Lara tenía familia en el Centro Histórico de la capital, en la calle Puente del Cuervo 16, cerca del mercado Abelardo L. Rodríguez. Se piensa que pudo nacer ahí. Incluso varios investigadores, como el periodista Jaime Almeida, encontraron un acta de Agustín que da cuenta de su nacimiento en la ciudad de México en 1897, y no en 1900 como el compositor decía (se quitaba tres años de edad). Lo cierto también es que pasó su niñez en Tlacotalpan, pues la familia se mudó ahí. Además, se sentía jarocho, amaba la ciudad de México y sus placeres, y le hubiera gustado nacer en España. La fantasía siempre lo acompañó, como a todos los genios.

Flaco, enjuto, débil a primera vista, de cabellos engomados y con la cicatriz de un supuesto navajazo que le corría de la oreja a la boca; su voz terrosa y grave y poseedor de un carácter fuerte. No era atractivo y sin embargo todo en él enamoró a muchísimas mujeres. “Nací feo y lo seguí siendo toda mi vida. Pienso que lo único atrayente en mí para las mujeres, es mi fealdad. ¿Por qué han de quererme las mujeres bellas? Porque quieren y pueden. Y por puro contraste. Me siento feo. Pero no me preocupa, por ello, Dios pudo disponer de más tiempo para embellecerme el alma. Es mi cuerpo algo que yo no elaboré, pero reclamo la completa paternidad de mi espíritu”.

Este pianista de burdeles se convertiría en el más connotado compositor mexicano de boleros y música popular de corte romántico durante buena parte del siglo XX. Estrafalario, millonario  —el garaje de su casa resguardaba once autos, todos de lujo—, terrible y orgullosamente cursi. Gran bebedor, lo mismo de finísimo coñac que de fresco pulque hidalguense. Un sibarita. Dueño de una colérica energía. Impaciente, irritable. Amaba la vida, el mundo, las mujeres, las lágrimas y el vino.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Agustín Lara” del autor Ricardo Lugo-Viñas y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 90