25 de diciembre

Feliz dies natalis

La Redacción

Antiguamente, en los viejos calendarios, el mundo renacía el 25 de diciembre con el solsticio de invierno, cuando la noche es más larga y el día más corto.

 

El solsticio de invierno comenzó a ser celebrado desde tiempos prehistóricos en lo que hoy es Europa y Asia Menor. Y es por ello que en muchas culturas, muy anteriores al cristianismo, el día 25 se asociaba al cumpleaños del Sol, con fiestas a distintas deidades que inspiraron a varias religiones. El dios Mitra, en Roma, era uno de estos, también el Sol Invictus, porque el ciclo del nuevo año era la Navidad o Natalis solis invicti (el nacimiento del Sol Invicto).

El culto al Sol Invicto se extendió en Roma por primera vez con el emperador Heliogábalo, cuyo nombre hacía referencia a la divinidad solar de su ciudadnatal, Emesa (hoy Homs), en Siria. Heliogábalo alzó un templo dedicado a esta nueva divinidad en Roma, aunque con la muerte violenta del emperador en 222, este culto se redujo a ciertas élites militares. Sin embargo, la efigie de los emperadores continuó en las monedas con la iconografía de la Corona irradiada durante otro siglo más.

Aureliano

En 272 Aureliano derrotó a la principal enemiga del Imperio romano: la reina Zenobia, quien se había escindido con el Imperio de Palmira (Asia Menor, Egipto, Siria), pero con la ayuda providencial de las tropas de la ciudad-Estado de Emesa, que llegó justo cuando las milicias romanas se estaban disolviendo.

Aureliano logró el triunfo que afirmó a Roma en ese vasto territorio y contó que tuvo la visión del dios Sol, de Emesa, quien intervino para animar a las tropas. Por ello, en 274 revivió el culto al Sol Invictus y le consagró el 25 de diciembre con la fiesta llamada Dies Natalis Solis Invicti (día del nacimiento del Sol Invicto). En las ceremonias vestía una corona con rayos e instauró el cuerpo de pontífices Solis Invicti.

En Roma existía una religión de Estado y su culto oficial era pagado por este, aunque las otras religiones coexistían con aquella. El cristianismo no era perseguido por ser un dogma distinto, sino porque sus seguidores pretendían abolir las otras religiones por no ser “verdaderas”.

Así, de las antiquísimas fiestas solares, la del Sol Invicto era la más importante del Imperio romano hacia finales del siglo III, por influencia de las tradiciones orientales.

La fiesta Dies Natalis Solis Invicti se hizo cada vez más importante a medida que se insertaba en las fiestas romanas más antiguas, las Saturnalia, dedicadas al dios de la siembra Saturno y que comenzaban el 17 de diciembre y concluían el 25. Eran días de alegría, intercambio de obsequios, grandes banquetes, juegos, así como de libertad para los esclavos. Jolgorio, pues.

Constantino

Durante las batallas por afirmar su poder, en 312 el emperador Constantino, también seguidor del dios Sol, era el Pontifex Maximus de los romanos. Su moneda oficial tenía la inscripción Soli Invicto Comiti (“Al compañero Sol Invicto”). Pero ese año, según Eusebio de Cesarea –obispo y colaborador suyo, quien escribió Vida de Constantino–, antes de la batalla de Ponte Milvio el emperador le había contado bajo juramento que en el cielo vio una cruz que lo impulsó a triunfar, así como una inscripción: In hoc signo vinces (“Bajo este signo vencerás”).

Pese a ello, Constantino no abandonó la religión de Estado. Con un decreto de marzo de 321 estableció que en el venerable Día del Sol, 25 de diciembre, descansaran los magistrados y los habitantes de las ciudades, y que se cerraran todas las tiendas.

En 330 Constantino por primera vez oficializó la fiesta de la natividad de Jesucristo con un decreto que la hizo coincidir con la del nacimiento del Sol Invictus, y en 337, el papa Julio I hizo oficial la fecha de la Navidad en nombre de la Iglesia católica.

Antes de esto, en los años del cristianismo primitivo, el nacimiento de Cristo tuvo diferentes fechas, hasta el cambio decidido por Constantino y luego confirmado por el papa Julio I. Otras Iglesias cristianas, como la ortodoxa, copta y armenia, en cambio continúan celebrándolo el 6 de enero, cuando la Epifanía representa la Anunciación del nacimiento de Cristo.

El primer testimonio de la celebración de la Navidad cristiana se remonta al 380 gracias a los sermones de San Gregorio de Nisa (Turquía). Ya para 376, el culto de Mitra había sido suprimido en Roma por orden del prefecto.

El famoso edicto de Tesalónica del emperador romano Teodosio I, del 27 de febrero de 380, estableció que la única religión de Estado sería el cristianismo de Nicea (en referencia al Concilio de Nicea, Asia Menor, de 325).

La última inscripción que hace referencia al Sol Invictus se remonta al 387, aunque tuvo muchos devotos hasta el siglo V. Y en 392, con un edicto, el emperador Teodosio dio inicio a las persecuciones contra los ritos “paganos”. Así, por ejemplo, terminaron las celebraciones en honor de la diosa Isis, madre de Horus, en todo el Imperio. Más tarde, con los decretos del emperador Justiniano, en 536, se cerró el último templo de Isis en Egipto, imponiéndose la Navidad cristiana en todos los dominios romanos.

Dos Navidades

La confusión entre cultos paganos y cristianos duró varios siglos, en especial porque el edicto de Teodosio, que prohibía cultos distintos al cristianismo bajo pena de enajenación de bienes e incluso de muerte, no condujo a la conversión de los paganos.

Parece evidente que la suplantación del día del Sol Invicto por el del nacimiento de Cristo haya ocurrido por la antiquísima práctica “pagana” del solsticio de invierno, que se hallaba fuertemente arraigada en todo el mundo al norte del ecuador.

Dado que no se conocía el día exacto del nacimiento de Cristo, en el siglo V la Iglesia católica occidental ordenó que se celebrara para siempre en el mismo día de la antigua fiesta romana. Las celebraciones paganas de la Saturnalia, que concluían con la deidad del Sol Invicto en Roma, estaban demasiado arraigadas en la costumbre popular como para ser abolidas. Así, la religión anterior fue sustituida, pero no el jolgorio, y no es de extrañar que los cristianos estuvieran felices de perpetuar la celebración, ahora bajo otro signo.

 

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