Indispensables cuando no existían empresas dedicadas a las mudanzas, los cargadores deambulaban por la ciudad llevando “el mundo” a cuestas, con lo que hacían honor al viejo dicho: “Si no tienes fuerzas, no te metas de cargador”. No sólo acarreaban pesadas cajas, sino los ajuares completos de las casas cuando de mudarse se trataba, pues había dueños que pretendían que el cargador transportase en un viaje lo que debía llevar en tres.
Sentencia Juan de Dios Arias en Los mexicanos pintados por sí mismos: “El atleta lía el colchón, se lo pone a cuestas en silencio y comienza a cubrir su cuerpo con los adminículos de un loro en su jaula, un paraguas de familia, dos o tres canastas, un vaso de usos secretos, un par de botas de lejano parentesco, una escoba, un plumero, un sombrero histórico y un rollo de periódicos que hicieron la oposición el año de 1824”.
Los cargadores también podían llevar, a donde fuera necesario, los ataúdes que algún carpintero acababa de hacer a la medida y a toda prisa.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Pregoneros del ayer” del autor Guadalupe Lozada León y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.