Bien sabido es que la orden de los jesuitas en México prestó especial atención a la instrucción escolarizada y al mismo tiempo dirigieron sus esfuerzos a la formación de sectores populares, tal como apunta con precisión Verónica Zaragoza cuando señala a Juan Martínez de la Parra como figura emblematica en la gran tarea de catequización de aquellos días.
Juan Martínez de la Parra nació en la ciudad de Puebla de los Ángeles entre 1652 y 1655. Siendo muy joven decidió formar parte de las filas de la Compañía de Jesús; al terminar sus estudios fue enviado a Ciudad Real, Chiapas, pero a los pocos meses se le ordenó dirigirse al colegio de San Lucas de Guatemala para leer el curso de filosofía, es decir, impartir dicha materia. En 1684, Martínez de la Parra regresó como operario a la Casa Profesa de la Ciudad de México en la que vivió hasta su muerte. En este recinto desempeñó el importante cargo de prefecto de la Congregación del Salvador, dicha congregación había sido fundada en 1594 y tenía como fin ejercer la “caridad con los pobres, los enfermos y los encarcelados”. Al frente de ella, el jesuita sostuvo una casa de mujeres dementes que había sido fundada por el carpintero José Sáyagos hacia 1687. Este centro había contado con el apoyo del arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas (1680-1698) pero a su muerte, en 1698, el jesuita se hizo cargo de su manutención y, con el apoyo de sus congregantes, mandó construir una casa más amplia con un oratorio y solicitó una merced de agua para beneficio de las mujeres. Pero fueron las pláticas que dio los jueves por la tarde en la Casa Profesa, entre 1690 y 1694, lo que le valió el reconocimiento público.
Explicar la doctrina cristiana no era una tarea fácil. El jesuita relata que, antes de iniciar dichas pláticas, tuvo dudas sobre el modo de abordarlas y predicarlas pues el público que asistía a ellas era muy variado.
Pero su principal duda era si debía sólo enseñar o también persuadir. Esta interrogante es fundamental para entender la predicación y labor catequística de la Compañía de Jesús, ya que el fin último de estas pláticas era influir en la mentalidad y el comportamiento de la sociedad novohispana.
Para llevar a cabo su labor también se valió de un famoso librito escrito por otro jesuita, nos referimos al Catecismo del padre Jerónimo de Ripalda (1536-1618), obra de gran difusión y primordial en la educación cristiana que exponía de manera clara y sencilla los fundamentos de la fe. En México, por ejemplo, se llegó a traducir a varias lenguas indígenas.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Juan Martínez de la Parra” de Verónica Zaragoza y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 7.