Portadas festivas y arcos triunfales

Tradiciones novohispanas que persisten

Abraham García Mejía

Las portadas que adornan por cierto tiempo las fachadas o arcos de los templos católicos indican alguna celebración importante, como las fiestas a los santos patronos de la comunidad. No se tiene un origen claro de estas portadas, sin embargo, nos remiten a los arcos triunfales de la cultura romana que, ligados al poder, con su muestra iconográfica servían para rendir honores a los emperadores y a las gestas militares. En una victoria bélica, el pueblo romano levantaba ese tipo de arcos con elementos efímeros realizados con vegetales y otros productos perecederos, y por los cuales atravesaban aquellos héroes.

De Roma a Nueva España

Los europeos, al llegar a América, traían consigo esta serie de rituales y ceremonias que había continuado en la época del Medievo y, posteriormente, siguió vigente en el pensamiento renacentista, al recuperar las raíces de la cultura del mundo clásico. Como menciona el historiador Juan Chiva Beltrán, las estructuras de tales arcos en forma de portada se convirtieron en las entradas de triunfo, sustituyendo simbólicamente a las puertas de la muralla, donde los pobladores rendían honor y pleitesía a sus gobernantes.

Ese elemento simbólico se transportó a la religión católica para realizar procesiones triunfales que se convirtieron en un aspecto festivo para el protagonista de alguna celebración. En el caso de la Ciudad de México, capital de la Nueva España, existen crónicas y registros de que se realizaban arcos triunfales para recibir a los nuevos virreyes con gran solemnidad y algarabía; el recorrido iniciaba desde Veracruz y seguía la ruta del viaje de conquista que realizó Hernán Cortés, con el fin de reafirmar el poder hispánico.

Para la elaboración de tales arcos, los artistas y escritores novohispanos aportaban recursos iconográficos como lienzos, estatuaria, emblemas, jeroglíficos, poemas o discursos cívicos, entre otros, con el objetivo de demostrar las hazañas o la trayectoria de los nuevos gobernantes. Existe registro detallado de las entradas de los virreyes Diego López Pacheco y Portugal, en 1640; Tomás de la Cerda y Aragón, en 1680; José Sarmiento Valladares, en 1696, y de Agustín de Ahumada y Villalón en 1755. 

De Iturbide al ferrocarril

Ya en el México independiente, en el siglo XIX, los arcos continuaron usándose como elementos simbólicos para celebrar triunfos y rendir honor. Fue el caso del que se levantó para la entrada del Ejército Trigarante, encabezada por Agustín de Iturbide en 1821 y que se plasmó en un lienzo resguardado por el Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec.

Los arcos también estuvieron presentes en las ceremonias organizadas por el presidente Antonio López Santa Anna entre 1853 y 1855; en la recepción a los emperadores Maximiliano de Austria y Carlota de Bélgica en 1864, o en la celebración del triunfo de la República, liderada por Benito Juárez, en 1867.

Con la llegada de Porfirio Díaz al poder en 1876, los arcos se volvieron populares para la inauguración de obras de trascendencia, como las relacionadas con el ferrocarril; fue el caso de los arcos de Zuitepec o el de Buenavista del Monte. Estos estaban elaborados con cañas, maderas, alambres y elementos vegetales, y aludían a las civilizaciones prehispánicas dentro del naciente nacionalismo, el cual pretendía borrar la época de dominación de los 300 años del virreinato español.

La mano de obra y los materiales para la confección de esos arcos provenían de los pueblos indígenas. Esta dinámica se replicó en las procesiones solemnes y festivas del calendario litúrgico de la Iglesia católica, así como en los recibimientos de una autoridad eclesiástica que llegara a una comunidad, como hasta la fecha se hace.

Tradición viva

A continuación, se comparte parte de la historia de vida de un continuador de aquella tradición entre los pueblos originarios de la cuenca de México. Se trata del señor Mario Arturo Aguilar Gutiérrez, del barrio de la Asunción, en el pueblo de Iztacalco de la Ciudad de México. El señor Mario aprendió de su abuelito, Anastasio Aguilar García (igualmente originario del barrio de la Asunción), cuando en Iztacalco, gracias a lo que se sembraba en el ecosistema lacustre del pueblo, se obtenían todos los materiales necesarios para las portadas que engalanaban los templos en alguna fiesta o celebración religiosa.

La de Mario no es la única familia en Iztacalco que hoy se dedica a este oficio: también las hay en los barrios de Santiago, los Reyes, Santa Cruz y San Miguel. Mario recuerda que empezó a trabajar en el mercado de flores de la Merced, al lado de su abuelito y su papá. Así comenzó a ayudar en la elaboración de portadas, estrellas y herraduras para bodas y festejos de XV años. La primera portada que elaboró fue para la mayordomía del Señor de Chalma en Iztacalco.

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