La anécdota la contaba el pintor y dibujante Héctor Xavier, perteneciente a la llamada Generación de la Ruptura. Resulta que él era amigo y vecino del rebelde y lucífero escritor José Revueltas. Ambos vivían al suroeste de la Ciudad de México, en la calle Holbein número 191, colonia Noche Buena, en el edificio Asís, muy cerca del Parque Luis G. Urbina, conocido popularmente como Parque Hundido, pues fue construido –a mediados de la década de 1930– en el socavón de una antigua ladrillera.
Pues bien, un día cualquiera de 1959 o 1960 José y Héctor departían mientras tomaban un vino en su departamento. Pepe –como lo llamaban sus amigos–, además de cuentista, novelista, ensayista, poeta, dramaturgo, filósofo autodidacta, marxista, militante, guionista de cine y periodista, era un gran conversador. Solía envolver a todos, en derredor suyo, con sus narraciones, risas y anécdotas. Al cabo de un rato, y como se había terminado la botella de vino, a Pepe le comenzó a dar hambre, de modo que le propuso a Héctor ir a buscar comida. Así, ambos salieron del edificio, y a unos cuantos pasos dieron con un puesto de tortas. Pidieron dos para llevar.
Con las tortas bajo el brazo se encaminaron al Parque Hundido, con la noble intención de comerlas. Y así sucedió. Pepe y Héctor se sentaron en una cándida banca, al amparo de la sombra de unos frondosos álamos. Al destapar el envoltorio que cubría las tortas, el suculento olor que despedían –acaso a milanesa, huevo o chorizo– atrajo a un perro sin dueño, y pronto atrajo a otro, y a otro y a otro más… hasta que se vieron rodeados por una conglomeración de canes callejeros.
Pepe, que siempre estuvo del lado de las causas justas, no lo pensó dos veces y al instante desmigajó su torta para entregársela, bocado a bocado, a aquellos insaciables y famélicos perros. Pero además, fiel a su pasión política y libertaria –que en múltiples ocasiones lo llevó a la cárcel–, quiso alimentar y avivar el espíritu de aquel tumulto de animales esmirriados, así que se subió a la banca en la que estaba sentado y, elocuente e iluminado, les soltó un sentido discurso: “Compañeros canes:/ Aprovecho esta concentración/ para tomar por asalto la palabra/ y decirles mi desdén, mi resistencia, mi furia/ por la vida de perros/ a que se les ha sometido/ y que ustedes aceptan/ sumisamente/ con una larga, peluda y roñosa/ cobardía entre las patas/ (animación en el parque)”.
Este fragmento del discurso en realidad fue escrito por Enrique González Rojo Arthur, poeta e íntimo amigo de Revueltas. El verdadero discurso que Pepe predicó aquel día a su pulguiento auditorio se lo llevó el implacable viento. Sin embargo, años más tarde, al escuchar la anécdota en voz de Héctor Xavier, González Rojo, en un ejercicio de creatividad, imaginó las palabras que podrían haber salido de los labios de Revueltas –a quien bien conoció en vida– aquella tarde de tortas y perros en el Parque Hundido. El resultado fue el poema titulado “Discurso de José Revueltas a los perros del Parque Hundido”, publicado en 1981 (ya fallecido Revueltas) en el libro Por los siglos de los siglos. En 2013 la editorial Ideazapato lo imprimió como libro, bajo el mismo título y con ilustraciones de Santiago Solís.
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