"Siempre campo de batalla de diferentes intereses económicos, siempre producida por mano de obra coaccionada o maltratada, el azúcar ha sintetizado, desde hace mucho, el peor aspecto de la historia del Nuevo Mundo. Pero es dulce”. Así condensó el antropólogo Sidney W. Mintz la trascendencia de tal edulcorante, cuya historia expone la cara más negativa del colonialismo en África y América.
Tras su milenaria domesticación en el sudeste asiático (en la isla de Nueva Guinea), y luego su paso hacia la India, el Mediterráneo y el Magreb hasta llegar a Europa junto con la expansión árabe, la caña de azúcar ha sido uno de los cultivos más extendidos en el mundo desde la Antigüedad.
Dicha gramínea llegó al llamado Nuevo Mundo desde finales del siglo XV, de la mano de Cristóbal Colón. Los españoles establecieron los primeros centros de producción en las Antillas, en especial en La Española (actual Haití y República Dominicana), y desde entonces utilizaron el trabajo esclavo (ya probado en las islas atlánticas) de los nativos americanos, que luego fueron sustituidos principalmente por africanos, para producir –si bien a pequeña escala– la preciada azúcar, en ese tiempo una mercancía rara y de lujo. Los portugueses hicieron lo propio en Brasil, en donde instalaron grandes sitios de procesamiento de esa planta cuya especie más demandada hasta la fecha es la Saccharum officinarum.
Los españoles establecieron trapiches también en Cuba y Puerto Rico, y de allí pasaron a tierras continentales. La caña de azúcar arribó a Mesoamérica junto con las tropas de Hernán Cortés. Las condiciones ambientales en regiones como lo que hoy es el centro de Veracruz (Córdoba, Xalapa) o los valles de Cuernavaca y Cuautla (en pueblos como Tlaltenango, Cocoyoc y Temixco) fueron propicios para el desarrollo de ese cultivo. De hecho, para 1531, en Cuernavaca y sus alrededores –entonces parte del territorio del marquesado del Valle– Cortés ya era dueño de ingenios azucareros y exportaba el endulzante a Perú y España.
Si bien al inicio se utilizó mano de obra indígena en la producción azucarera novohispana (a través, principalmente, de las encomiendas), la disminución de la población nativa y las regulaciones de la Corona para limitar la explotación de ella llevaron a recurrir a la trata, por medio de la cual arribaron cientos de africanos al territorio virreinal, al grado de que, entre el siglo XVII y la primera mitad del XVIII, los esclavos constituyeron la principal fuerza de trabajo en las plantaciones de caña.
Así como había sido puerta de entrada de los conquistadores españoles, el puerto de Veracruz también fue el espacio al que llegaron aquellos africanos esclavizados. Muchos se quedaron en poblados veracruzanos, justamente para trabajar en haciendas azucareras, mientras que otros se dispersaron por el territorio novohispano. Cabe señalar que la labor en los cañaverales involucraba muchas veces a toda la familia, por lo que en ella también participaron cientos de mujeres, niños y niñas.
Por otra parte, tal sistema de explotación provocó movimientos de negros que se sublevaron en contra de los abusos y la esclavitud en la región cañera de Veracruz; entre ellos, el famoso Yanga. “Los ‘huidos’ o ‘cimarrones’ fueron esclavos que escapaban de las haciendas, solos o en pequeños grupos, para refugiarse en los montes. Los alzamientos consistían en grupos que se insurreccionaban violentamente atacando y quemando las haciendas y algunas veces dando muerte a los blancos. De la combinación de estas formas surgió el establecimiento de palenques, como formas de resistencia a las tropas que los perseguían”, refirió Adriana Naveda al documentar la lucha de aquellos africanos en la zona de Córdoba.
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