¡A esconderse, que ahí viene la basura!

Juan Rulfo (primera parte)

Ricardo Lugo Viñas

En septiembre de 1953 apareció en los escaparates de todas las librerías de la Ciudad de México El llano en llamas, primer y único libro de cuentos del escritor jalisciense Juan Rulfo (1917-1986), publicado por el sello editorial Fondo de Cultura Económica en su colección Letras Mexicanas. Dos años más tarde, en 1955 y bajo el mismo sello, se publicó la que también sería su primera y única novela, Pedro Páramo, que originalmente llevó los tentativos títulos de Una estrella junto a la luna y Los murmullos.

 

Así, con 38 años a cuestas y con tan solo dos libros publicados, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, mejor conocido como Juan Rulfo, se convirtió, acaso, en el principal protagonista de la literatura mexicana. Pero, desde el primer momento, la acostumbrada mezquindad de la república de las letras, nacionales y extranjeras, no dejó de regatearle su merecida pertenencia al Olimpo de la literatura universal del siglo XX. Entrevista tras entrevista, irremisiblemente, le preguntaban –casi le exigían– que cuándo se publicaría su siguiente libro.

Al respecto, uno de los mejores amigos de Rulfo, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso, incluyó en su libro La oveja negra y demás fábulas el relato “El zorro es más sabio” en el que, de cierta manera, narra el asedio del que Rulfo era objeto. La fábula cuenta cómo cierto zorro escritor ganó tal notoriedad internacional con la publicación de dos libros que los animales del bosque, que eran muy mañosos, comenzaron a murmurar y a embestirlo con eso de que, como era muy bueno, tenía que escribir otro libro. Pero el zorro, que era más sabio, pensaba: “En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el zorro, no lo voy a hacer”. Y no lo hizo.

Tras aquellos dos únicos libros publicados, Rulfo –que como sabemos se decantó por la fotografía, escribió guiones para cine y editó centenares de libros en el entonces Instituto Nacional Indigenista– guardó hasta sus últimos días un prolongado y perentorio silencio “literario”. Para capotear la insistencia de la prensa y sus críticos, Juan Rulfo solía asegurar que estaba trabajando en una novela titulada La cordillera, y en un libro de cuentos de nombre Días sin floresta. Por si fuera poco, todo el tiempo era cuestionado sobre el avance de dichas obras, a lo que Rulfo contestaba: “Estoy por concluirlas”. Cosa que nunca ocurrió.

Pero el hostigamiento escaló a tal grado que –según contó el poeta Alí Chumacero– Rulfo y su familia fueron víctimas de un penoso e inadmisible suceso: alguien comenzó a robar la basura de su casa, en la calle Felipe Villanueva, de la colonia San Ángel Inn, al sur de la Ciudad de México. Sabida era la propensión que Rulfo tenía por deshacerse de los borradores de sus obras, a las que, con frecuencia, tildaba de “muy malas”.

Así pues, algún “fan”, o algún detractor, ¡es lo de menos!, se atrevió a escalar hasta tales extremos de la estulticia y vulnerar de aquel modo la vida privada de Rulfo. Al parecer, ese alguien le pagaba al recolector para que “apartara” la basura de la casa, con la infame intención de hurgar en ella y, quizás, hallar algunos de los supuestos manuscritos desechados y hechos bolita por el propio Juan Rulfo.

Hubo la necesidad de comprar una de esas maquinitas trituradoras de documentos, además de, como diría el clásico chachachá del maestro Jorge Zamora, “cada que se escuchaba la campana por allá: ¡A esconderse, que ahí viene la basura!”.

 

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