La definición de mestizo se aplicó sin titubeos a los hijos de parejas que vivían violencia ocasional, o de uniones pasajeras en las que ni el padre español ni la familia materna indígena aceptaban a los vástagos.
La justificación de la conquista exigía imponer una nueva vida, una vida cristiana, piadosa, caritativa con el prójimo y rigurosa con uno mismo. Pero los españoles peninsulares estaban muy lejos de ese ideal y los que se trasladaron al Nuevo Mundo tampoco fueron, por lo general, los más honrados y laboriosos. Aunque declarasen en su solicitud de viaje las más honestas y generosas intenciones, en definitiva, todos buscaban enriquecerse, elevar su nivel de vida y su situación social, los que habían sido servidores aspiraban a tener sirvientes. Todos querían gozar libertades que en sus tierras no se concebían, y acumular tesoros que se convertían en prestigio, reconocimiento social y hasta incorporación a las instituciones de gobierno y los órganos de poder.
La explotación de las riquezas naturales y la introducción de nuevos medios productivos debía llevar a la prosperidad general, pero tan buenos fines tenían que llevarlos a la práctica quienes no quisieron o no supieron hacer que todos disfrutasen de la bonanza que ellos gozaban. Un buen fin puede enlodarse con medios deshonestos, pero un fin egoísta, personal y avaricioso solo se logra con medios injustos y, en ocasiones, despiadados.
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