El presidente Abraham Lincoln fue un defensor de la libertad, entendida dentro de la sociedad y las leyes de su tiempo. Al entrevistarse con él en enero de 1861, el diplomático mexicano Matías Romero lo describió como un hombre sincero con respecto al tema de la esclavitud e informó a Benito Juárez que el presidente estadounidense le confió “de una manera explícita y hasta vehemente que se interesaba mucho por la paz y prosperidad de México; que durante su gobierno, lejos de oponer obstáculo alguno a la consecución de esos fines, hará lo que pueda por coadyuvar a ellos”.
Así fue. En parte. Ese mismo año inició en la vecina nación del norte una guerra civil y la política doméstica eclipsó a la internacional. Lincoln combatió ferozmente dentro de su propia frontera y a Benito Juárez lo colmó de buenos deseos y nada más. En 1862, la alianza tripartita que invadió nuestro país conoció su postura con respecto a una intervención: “ningún gobierno monárquico que pudiera formarse en México en presencia de ejércitos y de armadas extranjeras en las aguas y sobre el territorio de México, tendría ninguna probabilidad de seguridad o permanencia”. Lincoln recordaba así a los europeos que si en nuestro país se buscó una revolución a favor de una monarquía, fue por los guiños que Europa hizo al sector social que añoraba el viejo régimen, pero evidentemente estos carecían de fuerza en toda América, que adoptó la democracia como forma de gobierno.
Unos Estados Unidos capaces solo de escribir y no de actuar terminaron por confirmar la decisión francesa de desembarcar. Lincoln no prestó la ayuda necesaria a México. No podía. La pólvora, el dinero y los hombres se agotaban entre la Unión norteña y la Confederación sureña. La victoria final del norte fue hasta el 9 de abril de 1865. Pero Lincoln sería asesinado por un fanático del sur de nombre John Wilkes Booth apenas cinco días después.
Juárez escribió a Matías Romero: “el gusto que nos causó [la derrota de los confederados] se nos amargó con el asesinato del presidente Lincoln. He sentido profundamente esta desgracia porque Lincoln, que con tanta constancia y decisión trabajaba por la completa libertad de sus semejantes, era digno de mejor suerte, y no del puñal de un cobarde asesino”.
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Abraham Lincoln es asesinado el 14 de abril de 1865