Dos revoltosas y conversas mexicanas: Eunice Odio

Extranjeros perdidos en México

Ricardo Lugo Viñas

Eunice Odio tuvo una obra reconocida y trabajó en México en diversas publicaciones escritas, pero su fama de comunista le impuso con el tiempo restricciones y aislamiento.

 

Una tarde de 1954, dos figuras de relieve de la literatura universal coinciden en la puerta de entrada del edificio que se levanta en Río Nazas 45 de la colonia Cuauhtémoc, en Ciudad de México. Se trata de Juan Rulfo, que en ese momento está escribiendo la novela que al año siguiente será publicada bajo el título de Pedro Páramo, y de la joven y celebrada poeta de origen costarricense, autora de Los elementos terrestres, Eunice Odio. Son vecinos y amigos. Viven en aquel edificio.

Octavio Paz –que también era vecino de la colonia porque vivía en Río Guadalquivir 109– se había referido a Eunice como “una mujer de alto vuelo”, y había agregado, premonitorio: “Tú, querida, eres de la línea de poetas que inventan una mitología propia, como Blake, como Saint-John Perse, como Ezra Pound, y que están fregados, porque nadie los entiende hasta que tienen años o aun siglos de muertos”.

Eunice, siempre rebelde, crítica, a contrapelo y corrosiva, contestó a Paz: “¡Qué consolador! Y ahora se va a dar un quemón. Como profeta es una pantufla, quizás porque no es cierto que yo haya ‘inventado una mitología’. Todos esos personajes son arquetipos de la vida, seres vivientes, no dioses semejantes a los hombres, sino elegidos parecidos a los dioses”.

En 1946, Odio había salido de su natal Costa Rica –donde había nacido en 1919– con la intención de emprender un viaje de conocimiento y reconocimiento por Centroamérica. Visitó Nicaragua, Honduras, El Salvador y Cuba –tierra de sus ancestros– donde logró publicar su libro Zona en territorio del alba. Finalmente se detuvo en Guatemala, obtuvo la nacionalidad por parte del gobierno filosocialista del presidente Juan José Arévalo y fue laureada con el premio centroamericano “15 de Septiembre”, otorgado por su obra Los elementos terrestres. En mayo de 1954, un golpe de Estado derrocó al presidente guatemalteco Jacobo Árbenz. Odio tuvo que salir y refugiarse en México. Arribó en junio siguiente y, tras un breve periodo de dos años (1959-1962) que radicó en Nueva York, vivió en nuestro país hasta su muerte, acaecida en marzo de 1974.

En México trabó amistad con algunos escritores como José Revueltas, Carlos Pellicer, Alí Chumacero, Otto-Raúl González, Ernesto Mejía Sánchez, Augusto Monterroso, Abigael Bohórquez, Efraín Huerta y Elena Garro. Con esta última su relación sería más íntima. Elena Poniatowska comparte al respecto: “Elena Garro la llamaba por cobrar desde París y la dejó [a Eunice] en la quiebra”. Fueron tan íntimas que Eunice fungió como mediadora entre Garro y Paz cuando estos se separaron. También fraguó una enorme amistad con dos paisanos suyos: el artista plástico Francisco Zúñiga y la poeta Yolanda Oreamuno, que pasó sus últimos días en el departamento de Odio y murió en sus brazos en julio de 1956.

En nuestro país se desempeñó como periodista cultural, traductora y crítica de arte. Su obra literaria más importante, Tránsito de fuego y El rastro de la mariposa, la produjo en México. Gustaba de la capital, frecuentaba bares y cafés, entre ellos el mítico Café La Habana donde, según su biógrafa Tania Pleitez, es posible que haya conocido a Fidel Castro entre 1955 y 1956, por ser un “lugar donde solían reunirse los revolucionarios cubanos”. En un principio Odio simpatizó con la Revolución cubana, pero pronto se convirtió en una férrea crítica del régimen de Fidel y también del stalinismo, opiniones que vertía en la prensa mexicana y que, a la postre, le ganaron animadversiones y rompimientos amistosos de algunos intelectuales de la izquierda mexicana.

En 1962, tras volver de Nueva York, se instaló en la misma colonia de Ciudad de México, pero en un edificio de Río Neva 16. Famosas fueron las reuniones bohemias y literarias que se organizaban con la pléyade mayor de las letras y el arte nacional e internacional. Corre la leyenda que a una de esas tantas tertulias asistió de incógnito Lee Harvey Oswald, asesino confeso del presidente John F. Kennedy.

Poco a poco, sin embargo, una suerte de tristeza se fue apoderando de Eunice, quizá por una desgracia amorosa, o por el desdén intensificado que la izquierda mexicana le propinó por lo ya mencionado. Se fue quedando cada vez más sola y con cada vez menos trabajo. Encontró cierto refugio en el alcohol. El novelista José Ricardo Chaves opinó: “En la poesía costarricense, Eunice Odio es la más alta cima: una Sor Juana Inés laica y centroamericana […]. En ambos casos, mujeres solas con poesía de altos vuelos”. En 1972, finalmente obtuvo la nacionalidad mexicana.

Murió sola un día de marzo de 1974, a los 54 años. Su amigo Efraín Huerta cuenta que el 23 de aquel mes la XEW emitió el siguiente mensaje: “en su departamento de la calle Neva 16 había sido encontrado el cadáver de Eunice Odio, calculándose que el hallazgo se hizo a los diez días de su fallecimiento”.

 

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