El Estado mexicano, como muchos otros en el mundo, se construyó con guerras, con imposiciones, con despojos. Se ha escrito su historia como una pérdida de territorios y de los agravios que se padecieron por parte de potencias imperiales. Pocos se atreven a reconocer que en la construcción del Estado propio también se cometieron esos actos. Así comenzó a escribirse la “historia patria” desde principios del siglo XIX, hasta que se elaboró el relato oficial por encargo del gobierno liberal.
Prácticamente todas las personas que crecieron y viven en México saben que cuando nació la República, el mapa del país era diferente al que actualmente conocemos. En las escuelas mexicanas se enseña que un territorio se convirtió en un estado independiente, que poco después decidió anexarse a otra nación. También se enseña que en la década de 1840, hubo una guerra injusta. El resultado fue que otros territorios del norte fueron conquistados por aquella misma nación.
Esto es verdad. México era más grande antes de que Texas se convirtiera en un estado independiente que luego se unió a Estados Unidos de América. Después de una terrible guerra, este país se quedó también con los territorios de Nuevo México y California. Pero también es verdad que hay un país llamado Guatemala, cuyo mapa también era distinto al momento de nacer. En 1824, la mayor parte de la provincia de Chiapas, que dependió de Guatemala en la época colonial, se convirtió en un estado independiente y luego se anexó a México. Más tarde, este país envió tropas al Soconusco para conquistarlo. Muchos años después, pretendía mover la frontera hasta incluir el Petén.
Las personas de México suelen acusar a su vecino del norte de haberles arrebatado territorios, pero desconocen que su país se quedó con territorios de su vecino del sur. Quienes fueron educados con los planes de estudio mexicanos aseguran que Estados Unidos es una potencia que injustamente se apropió de lo que no era suyo, pero no se cuestionan que México se quedara con lo que había dependido de Guatemala.
El Estado mexicano, como muchos otros en el mundo, se construyó con guerras, con imposiciones, con despojos. Lo más frecuente es recordar la historia de cómo se perdieron territorios, de los agravios que se padecieron por parte de estados vecinos o de potencias imperiales. Son muy pocos los que se atreven a reconocer que en la construcción del Estado propio también se cometieron esos actos.
Otro de los problemas de aceptar que los países se construyen a partir de las negociaciones e imposiciones de los intereses de grupos económicos poderosos, de las vicisitudes de la guerra y de la capacidad de resistencia de sectores sociales menos favorecidos es que podemos concluir que los Estados, con las características y fronteras que tienen, son producto de la contingencia, es decir, que pudieron haber sido otra cosa, o de plano no existir.
Al sur de México hay varios países que, durante algunas décadas, fueron una sola república que ya no existe más. Al finalizar la de 1830, la federación centroamericana estaba integrada, de sur a norte, por los estados de Costa Rica, Nicaragua, Honduras, San Salvador, Guatemala y Los Altos. Todos esos estados se convirtieron en países independientes, menos el último que fue conquistado por Guatemala.
Hay proyectos de Estado que nunca se consolidaron. En 1823, circuló una propuesta para crear una república federal que incluyera Oaxaca, Tabasco, Chiapas y la península de Yucatán. No fructificó. Tampoco los intentos de varios políticos de Jalisco para considerar que su Estado fuera independiente de México. Lo mismo pasó en Yucatán. El Estado mexicano que hoy conocemos pudo haber sido de una forma diferente o, tal vez, no existir.
En la segunda mitad del siglo XIX, los historiadores de México, pero también los de otros países, escribieron obras en las que relataban que sus propios países existían desde hacía mucho tiempo, que de alguna manera estaban predestinados a ser, con las características que tenían. En México, la primera propuesta para escribir una historia general de México la hizo un chiapaneco llamado Manuel Larráinzar.
El Soconusco y la historia general de México
Larráinzar nació en San Cristóbal (hoy San Cristóbal de las Casas) en 1809, cuando esa ciudad era la capital de la provincia de Chiapas y parte de la Audiencia de Guatemala. En esos años, España vivía una crisis porque Napoleón obligó al rey a abdicar e impuso a su hermano como nuevo monarca. Las familias ricas de los territorios de la Capitanía General de Guatemala se apresuraron a contribuir en la defensa de la monarquía.
Tiempo después, cuando en 1813 Mariano Matamoros cruzó el istmo de Tehuantepec, por órdenes de José María Morelos, fue detenido cerca de Tonalá por tropas organizadas por los grupos poderosos de la región. En ese momento, los chiapanecos no estaban interesados en unirse al movimiento de independencia de México.
La situación cambió en 1821. Todas las provincias de la Audiencia de Guatemala se adhirieron al imperio mexicano, aunque después se separaron cuando cayó el emperador Iturbide. La mayor parte de Chiapas se convirtió en un estado inependiente y, casi de inmediato, decidió unirse a la federación mexicana, en vez de a la centroamericana. Solo la región del Soconusco se negó a seguir ese camino.
En México, se consideró que la unión de Chiapas fue producto de la voluntad de sus habitantes, pues se hizo un plebiscito. En Guatemala, por el contrario, se supuso que fueron los grupos poderosos chiapanecos los que, movidos por sus intereses, hicieron un plebiscito amañado.
Estas reacciones son normales. Después de todo, los mexicanos consideraron que Texas se convirtió en un estado independiente por las maniobras de los extranjeros, mientras que los propios texanos consideran que su independencia se debió a la voluntad de todos los habitantes de ese territorio, expresada en la elección de diputados a una convención.
Manuel Larráinzar pertenecía a una de las familias adineradas chiapanecas que en 1813 rechazaron la independencia de México, pero en 1824 se unieron a esa república. La fortuna familiar y la unión con México le permitieron tener una buena educación tanto en San Cristóbal como en el Colegio de San Ildefonso de la Ciudad de México. Abogado, colaboró con varios gobiernos en distintos cargos públicos. Sin embargo, por lo que más se le recuerda es por sus obras de historia, en especial Noticia histórica del Soconusco y de su incorporación a la República Mexicana, de 1843.
Un año antes las fuerzas mexicanas se lanzaron sobre el Soconusco para incorporarlo a México. Tras esos acontecimientos, al finalizar el verano de 1842, las tropas mexicanas promovieron consultas en los pueblos de esa región, para que pareciera que se unían a la república mexicana de manera voluntaria. El 11 de septiembre, el presidente Antonio López de Santa Anna decretó que el Soconusco formaba parte de Chiapas y, por lo tanto, de México.
La fecha en la que se promulgó el decreto no era casual. Respondía también a los usos del pasado y la construcción de la memoria patria. El 11 de septiembre se conmemoraba el triunfo de 1829 contra los españoles que querían reconquistar México. Uno de los generales triunfadores fue Santa Anna.
Los guatemaltecos consideraron que las consultas organizadas por el ejército mexicano eran una farsa, que el Soconusco había sido conquistado y que México cometió una injusticia. Según Larráinzar, “varios escritores de Centro-América han presentado [la conquista del Soconusco] con un carácter odioso, como un acto vituperable, y digno de la más alta censura”. De ahí que el abogado chiapaneco se propusiera escribir una obra en la que se mostrara que la incorporación del Soconusco a México era legítima y justa.
Resulta curioso que, para empezar su Noticia histórica, Larráinzar se refiriera a la época prehispánica. Es verdad que desde muchas décadas antes, varios historiadores habían escrito la historia del pasado indígena, anterior a la conquista, pero habitualmente se le consideraba como el estudio de “antigüedades”, sin vincular ese pasado con el presente de México. Francisco Xavier Clavigero, el más importante de los criollos del siglo XVIII que contó la historia del Anáhuac antes de la conquista, señaló al finalizar su obra que esta había sido un justo castigo a la idolatría de aquellos pueblos. Clavigero, como la mayoría de los historiadores que lo siguieron, podía mostrar la grandeza de las culturas prehispánicas, pero no se identificaba con ellas.
La novedad de Larráinzar radica en que el primer capítulo de su Noticia histórica lo dedicó a contar cómo los olmecas, los toltecas y los mexicas ya habían conquistado el territorio de Soconusco y, por lo tanto, podía argumentarse que era mexicano desde hacía siglos. El pasado indígena anterior a la conquista dejaba de ser, en la obra de Larráinzar, ajeno. Era parte integrante de la historia del Estado mexicano.
Desde el punto de vista de este autor, el Soconusco había sido conquistado siglos atrás y no el año anterior a la publicación de su obra. Sobre esto, hay que advertir dos cosas. La primera, que Larráinzar asumía que, de algún modo, los olmecas, los toltecas ylos mexicas eran ya mexicanos o, al menos, su germen o semilla. La segunda, que si bien la unión del Soconusco a México se pudiera datar desde hacía siglos, eso no quitaba que fuera un territorio conquistado; es decir, que hubiera sido incorporado por la fuerza.
Los siguientes capítulos de la Noticia histórica contaban cómo, en la época de la conquista española, esa región quedó bajo la jurisdicción de la audiencia de México y del obispado de Tlaxcala, antes de que se crearan la audiencia de Guatemala y el obispado de San Cristóbal. Por supuesto, pasaba por alto que casi todo el periodo colonial Soconusco no formó parte del virreinato de Nueva España, sino que dependió de Guatemala.
Para el periodo independiente, Larráinzar resaltó el entusiasmo con el que los chiapanecos se unieron a México en 1821, al mismo tiempo que señaló que la gente del Soconsuco había sido víctima de la intriga de algunas malas personas, que consiguieron que Tapachula declarara que era independiente de Chiapas y que no deseaba formar parte de México.
Por último, argumentó que el “sagaz” presidente Antonio López de Santa Anna promovió, de manera decidida, el envío de tropas mexicanas al Soconusco, para ayudar a sus habitantes del desastre político en el que vivía Guatemala en aquellos años. Según él, a la gente de esa región le iría mejor formando parte de “una nación respetable, rica y poderosa”.
Entre paréntesis, estos argumentos no serían tan diferentes de los estadounidenses, que justificaron la incorporación de Texas con razones “históricas” (la compra de Luisiana, que según ellos incluiría el territorio del oeste), con las convenciones que hicieron los texanos para separarse libremente de México y luego anexarse a Estados Unidos, y con las ventajas de formar parte de una nación poderosa y las desventajas de permanecer en un país con tanta inestabilidad política.
Algunos años después, cuando Larráinzar se integró en la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, elaboró un programa para escribir una historia de México. El resultado, publicado en la célebre imprenta de Ignacio Cumplido en 1865, apareció con el nombre de Algunas ideas sobre la historia y manera de escribir la de México. Su interés era escribir la historia contemporánea, es decir, la del Estado independiente, pero al igual que hizo con la historia del Soconusco, decidió elaborar un programa que incluyera la época prehispánica y el periodo colonial, como parte de la historia del mismo país.
Por vez primera, se planteaba una historia de México que no veía como aspectos separados la etapa prehispánica ni la colonial. Para historiadores liberales y conservadores anteriores, como José María Luis Mora o Lucas Alamán, la historia de México empezaba en la conquista. Otros liberales, como Lorenzo de Zavala, consideraban que empezaba en la independencia. Carlos María de Bustamante veía la historia de la nación mexicana como una que empezaba en la época prehispánica, pero que se interrumpía con la conquista y volvía a empezar con la independencia. Larráinzar, en cambio, proponía una visión integral de México como una misma nación, con tres etapas históricas, semejante a las europeas: Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna.
La caída del imperio de Maximiliano y el triunfo definitivo de los liberales permitió que, tiempo después, la propuesta de Larráinzar fuera llevada a cabo.