La rivalidad entre el Club Deportivo Guadalajara y el Club de Futbol América persiste hasta el siglo XXI, en gran medida por su desarrollo institucional que los hizo optar por posturas diferentes en cuanto al origen de sus respectivos jugadores. Esto por sí mismo es la tradicional e histórica polaridad, pero también entraron en juego otras circunstancias más allá de la cancha como el apego regional ante el centralismo de la capital e incluso de infraestructura entre el centro y la provincia.
Los tapatíos fueron los primeros en presumir un estadio monumental digno para albergar eventos internacionales desde 1960 y tendrían que pasar seis años para que el América pudiese presumir de ello. De igual manera, los números no cuadraban para los capitalinos, que tenían una clara desventaja de juegos sin poder derrotar a su mexicanísimo rival.
Fue el 15 de enero de 1967 cuando por fin el Azteca recibiría el duelo más comentado por la prensa en toda la República. Los apostadores de verdad creían en los nuevos ciclos y vislumbraban una victoria americanista, mientras que los más prudentes del dinero ya anticipaban que las Chivas les bautizarían su estadio.
El juego resultó muy atractivo. El siempre cumplidor Vavá inauguró el marcador venciendo al ahora histórico Ignacio Calderón y Jorge Coco Gómez pondría a bailar de júbilo a los locales al hacer el segundo de tiro libre. ¡Vámonos! La gente le gritaba al árbitro. Aunque todavía quedaban minutos de juego. Muchos según los locales y pocos de acuerdo con los visitantes. De pronto el Guadalajara recordó que tenía el orgullo apostado y descontó por medio de Francisco Jara. Cuando la situación parecía que podría terminar en tragedia para el flamante local, pasó lo de aquellas épocas: llovieron patadas del Guadalajara y respuesta inmediata a puñetazos de los capitalinos con todo y suplentes, quienes acudieron felices a apoyar a sus compañeros.
Fue tanto el recíproco reparto de "cariño" que el árbitro decidió expulsar a un jugador por equipo en salomónica decisión. Así Chaires por los visitantes y Fernando Cuenca por los locales caminaron hacia el vestidor todavía con cara de pocos amigos. De hecho, el último muy enojado y sin poder creer la decisión del silbante pues nadie lo vislumbró en el zafarrancho, si acaso su pecado fue levantarse del banquillo.
Así, con buen futbol, garra y varios goles, el América se despojó de su maldición ante el Guadalajara y tras varios años festejaba por fin una victoria, en su nueva casa y con su gente. Una situación que para los ahí presentes hacía albergar mucha éxito deportivo en el futuro.