Con esta cinta estelarizada por Charito Granados, Evangelinda Elizondo y Lalo Fajardo, el cine nacional salía de la ciudad para relatar a su público sentidas historias ambientadas en los despoblados ambientes campiranos de imponente fuerza natural.
¡La vida en el medio rural siempre será romántica y confortable para los ricos! O al menos eso es lo que pinta para Raúl (interpretado por Eduardo Fajardo), copropietario de la antigua Quinta del Barranco, un acogedor lugar ubicado en un paraje del México campirano de mediados del siglo pasado, al que el joven adinerado accedía por las vías terregosas que partían los rudimentarios parajes de San Isidro a bordo de su lujoso Chrysler de pesado caparazón. Comunicadas con las zonas aledañas y algunas más lejanas por los trenes que a diario rompían el silencio agolpado entre las colinas, estas poblaciones veían pasar la vida entre el rezago de sus colonos poco cobijados por los afanes de la modernidad, la calma cotidiana y una economía cuya materia prima provenía del trabajo en el campo, algunas veces a la usanza de las viejas haciendas novohispanas.
A este ambiente llega la bibliotecaria Gabriela (Rosario Granados) proveniente de la ciudad y luego de haber concluido sus estudios universitarios, para reunirse con su abuelo Pedro, administrador de la finca de los hermanos Raúl y Ernesto. A su salida de la estación del tren, la chica sostiene un encuentro fortuito con Raúl que termina por enamorarlos; sin embargo, su relación deberá soportar los embates de la celosa Tania, esposa de Ernesto, quien se muestra enamorada de su cuñado a cada instante. Además, será este el temperamento que marcará el curso de una historia en el que las pasiones ajenas y la tragedia terminaron por darle el brillo necesario para trascender entre lo mejor de la cinematografía nacional de la época de oro, en los años además en los que experimentaba un gran auge.
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La intrusa