El despiadado ataque filibustero al Pacífico novohispano, 1688.
La emboscada
Es importante recordar que buena parte de las tripulaciones piratas se integraban por militares y marinos navales con experiencia, quienes, decepcionados, acorralados o huyendo de los abusos de sus superiores, abandonaban el camino castrense por la libertina vida filibustera. Ellos inculcaban sus conocimientos y formación a la tripulación, así como su iniciativa y arrojo. De ese “sexto sentido táctico”, que buena parte del personal militar y naval desarrolla, se asían y capitalizaban para el éxito de sus empresas piráticas.
En una operación anfibia clandestina, por dos días caminaron evitando veredas y carreteras para aproximarse a Acaponeta. Capturaron una pequeña aldea, una de las tantas comunidades de pescadores y mercaderes regionales, con la única finalidad de conseguir rehenes para un escudo humano y guías para atacar su objetivo. Con la precisión militar propia de las hoy llamadas “operaciones especiales”, Franco y sus filibusteros se aproximaron por el oriente, con lo que pusieron de su lado el factor sorpresa.
No obstante, la presencia de casi un centenar de piratas en las inmediaciones no podría pasar desapercibida, por lo cual las autoridades militares comenzaron sus preparativos para defender el asentamiento. Su estrategia era clara y derivada de su experiencia del año anterior: emplear a los indígenas coras para emboscar a los piratas y, una vez debilitados, emplear a la caballería virreinal con carga de aniquilación. Era un buen plan, simple y elegante, para repeler el asalto. Se contempló todo, excepto la astucia y conocimientos militares de Franco, quien se anticipó al plan novohispano.
A sangre y fuego
Mientras avanzaban a Acaponeta con su escudo humano de rehenes, el líder pirata realizó un acto que quedaría inscrito en la historia y que se convertiría en un emblema global que ni él mismo habría podido imaginar: levantó al frente un estandarte de color rojo que tenía pintados, en color blanco, una calavera y dos fémures humanos cruzados.
El simbolismo era claro: si la conocida bandera negra se desplegaba era para indicar al oponente que debía rendirse, pero la roja anunciaba que no habría cuartel, sino un despiadado derramamiento de sangre. La calavera implicaba la muerte y los fémures cruzados un despliegue de violencia tan salvaje que los huesos de los contrincantes serían despellejados. Así, se anunciaba que el único desenlace sería la muerte sangrienta y cruel del oponente. Ante esta imagen, manifestación de las intenciones piratas, los coras se replegaron y huyeron. Al oír la conmoción, los Dragones novohispanos –las fuerzas militares al servicio de la Corona–, pensaron que la emboscada de los indios había sido efectiva y se lanzaron a la carga... Demasiado tarde se percataron de que ellos fueron los emboscados y terminaron aniquilados sin piedad.
Derrotada la caballería, el asentamiento de Acaponeta se halló abierto de par en par al asalto de la turba. Los saqueos, violaciones, robos y despilfarros fueron de proporciones extraordinarias y solo comparados, si acaso, con las vejaciones que sufrió el puerto de Veracruz cinco años antes. Franco exigió a las autoridades novohispanas el pago de un amplio rescate por liberar la localidad. Era la primera vez que un enclave urbano completo se volvía rehén de los piratas.
La cantidad demandada era de cien mil piezas de reales de a ocho de plata (los famosos pesos mexicanos), ochocientos vagones de trigo, doscientas cargas de mula de maíz y ochocientas cabezas de ganado o su equivalente en carne. Era un precio altísimo para el virrey de Nueva España, Gaspar de la Cerda, conde de Galve, para quien pudo representar una tremenda humillación.
El escape con el botín
Desde Acapulco, zarpó una escuadra naval para destruir al buque pirata, considerando que sería una labor sencilla para la potente Real Armada Española. Su arribo a las inmediaciones de Nayarit tuvo lugar tres semanas después, en las primeras horas del 31 de diciembre de 1688.
Frente a las playas nayaritas, entre Novillero y Teacapán (en la actual Sinaloa), se suscitó un zafarrancho contra los filibusteros. La clara ventaja de los buques de la Armada Real, sin embargo, fue aparente, pues el desenlace fue desfavorable a los atacantes, ya que Franco y sus hombres escaparon del enfrentamiento con todo y el botín de Acaponeta. Los guardacostas de la Armada Real habían sido burlados por los piratas, quienes continuarían su campaña de ultrajes y agravios por lo menos hasta 1693, año a partir del cual los registros españoles carecen de más información sobre ataques filibusteros en el Pacífico a manos de dicha tripulación.
Con el asalto a Acaponeta se inició una nueva época en la piratería, en la cual no solo el mar Caribe y el golfo de México eran vulnerables, sino también los bastiones europeos en las costas del Pacífico, incluidos los dominios españoles. También se había mostrado que piratas y filibusteros motivados y con experiencia podían realizar ataques anfibios y derrotar a la Armada Real con sus propios medios, tácticas y doctrina.
De esta manera, el ataque a Acaponeta en 1688 cambiaría la marinería del siglo XVII, así como la concepción de la seguridad marítima y portuaria, aparte de introducir un estímulo para la gestión naval en los siglos posteriores. Este cambio en la historia quedó simbolizado por el ícono que usó la banda de piratas que avanzó contra el virreinato novohispano, protegida bajo la bandera roja con una calavera y los huesos cruzados como desafío, reto e ideología.
Si quieres saber más sobre la hazaña desde el Atlántico al Pacífico busca el artículo completo “La bandera roja de Acaponeta”, del autor José Medina González Dávila que se publicó en Relatos e Historias en México número 118. Cómprala aquí.