El 9 de marzo de 1916, al grito de “¡Viva Villa!” y “¡Viva México!”, más de quinientos hombres atacaron Columbus, Nuevo México, dirigidos por el general Candelario Cervantes, quien ejecutó un plan diseñado por Francisco Villa. Los atacantes fueron rechazados por fuerzas del ejército estadounidense después de una batalla que duró alrededor de seis horas y causó grandes destrozos en el pueblo.
“América Latina invade los Estados Unidos. Llueve hacia arriba. La gallina muerde al zorro y la liebre fusila al cazador. Por primera y única vez en la historia, soldados mexicanos invaden los Estados Unidos”. Así resumió el escritor uruguayo Eduardo Galeano (Memoria del fuego III, 1986) el ataque de unos seiscientos revolucionarios mexicanos a la población de Columbus, Nuevo México, el 9 de marzo de 1916. Se cuenta que el general Francisco Villa observó el combate desde un cerro cercano. Los villistas fueron rechazados después de seis horas de combate que causaron grandes destrozos al poblado.
¿Por qué Villa atacó Columbus?
A lo largo de 1915 la poderosa División del Norte fue destruida en una serie de terribles batallas libradas contra el Ejército Constitucionalista. Antes de que terminaran esas batallas, cuando la balanza se inclinaba claramente contra el villismo, Estados Unidos reconoció al gobierno constitucionalista encabezado por Venustiano Carranza, lo que sumado a otros hechos convenció a Pancho Villa de que el Primer Jefe había firmado un pacto que convertiría a México en un protectorado estadounidense. Decidió impedir semejante iniquidad mediante un acto de provocación que causara una guerra que salvara a la patria. En realidad, no había tal pacto, aunque Villa tenía motivos para creer en su existencia.
El historiador Friedrich Katz ha explicado que, con el ataque a Columbus, Villa pensaba provocar una intervención estadounidense que debilitara a Carranza y lo obligara a romper su pacto secreto con Estados Unidos… y en el mejor de los casos, provocar la caída de la cabeza del constitucionalismo. Suponía también que la previsible reacción nacionalista sería canalizada por el villismo, que resurgiría de su derrota y podría volver a ser una alternativa nacional al carrancismo. También pensaba que, en la coyuntura internacional, Estados Unidos no ocuparía México, que la intervención sería limitada.
Esa última esperanza se cumplió casi de inmediato: el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, había logrado hasta entonces contener la agresividad de la derecha e importantes sectores de la opinion pública, que exigían intervenir en México, pero ante el clamor provocado por el ataque villista tuvo que ceder, cuidándose de no hacerlo en gran escala: no quería comprometer al ejército en México cuando para él era inminente la guerra contra Alemania, en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Le escribió a un cercano colaborador: “Empieza a parecer que la guerra con Alemania es inevitable. Si viene, y ruego a Dios que no sea así, no quiero que las energías y las fuerzas de Estados Unidos tengan que dividirse, porque necesitaremos hasta la última onza de reserva”.
El resultado, en palabras de Wilson, se presentó el 10 de marzo: “Una fuerza suficiente será enviada de inmediato en persecución de Villa, con el solo objeto de capturarlo y poner fin a sus desafueros. Esto puede hacerse y se hará como ayuda amistosa para las autoridades constituidas de México y con escrupuloso respeto a la soberanía de esa república”.
En pos de Pancho Villa
El 15 de marzo cruzó la frontera la vanguardia de la “Expedición Punitiva”. Integraban la columna cuatro regimientos de caballería: 7º, 10º, 11º y 13º, que tenían la encomienda de perseguir a Villa. Dos regimientos de infantería, el 6º y el 16º, se encargarían de custodiar los campamentos y comunicaciones. La columna traía consigo ocho cañones de montaña y ocho aeroplanos a las órdenes del capitán Benjamín D. Foulois. En total, 4 800 hombres bajo el mando de John J. Pershing.
El 17 de marzo Pershing estableció su cuartel general en Colonia Dublán (Nuevo Casas Grandes): ahí permanecería su base de operaciones durante toda la expedición, pues los norteamericanos se sentían cómodos entre los colonos mormones, de origen estadounidense y angloparlantes, que vivían en esa población.
Pershing se enteró de que Villa estaba en Babícora y envió allá a los setecientos soldados del 7º de Caballería (sí, el mismo regimiento destruido por los nativos siux de Toro Sentado en Little Bighorn, en Montana). El Centauro del Norte se acercaba, los atraía, jugaba con su lentitud, como lo ilustró el piloto carrancista Alberto Salinas Carranza: los expedicionarios estadounidenses iban excesivamente cargados y recorrían de 28 a 35 kilómetros diarios, “nuestras soldaderas, a pie, recorrían esa distancia”.
Cuando los estadounidenses llegaron a Babícora, Villa estaba en Rubio; cuando llegaron a Rubio, Villa iba hacia Namiquipa; cuando se acercaron a Namiquipa, Villa había dado una paliza a una columna carrancista y abandonó la cuenca del río Santa María para remontarse al río Papigochi. Como resume Paco Ignacio Taibo II, Pancho no parecía tener prisa: no deja que lo alcancen pero juega con ellos. Quiere atraerlos al corazón de Chihuahua.
El 26 de marzo el Centauro decidió darle un buen susto al general carrancista Marcial Cavazos (villista en 1913 y 1914), cuyas tropas guarnicionaban la región de Ciudad Guerrero. La oportunidad la brindaba el hecho de que la oficialidad estaría celebrando ahí el cumpleaños de Cavazos y que nadie sospechaba que Pancho estaba en el mismo lugar. Al amanecer del 27 de marzo los villistas atacaron Ciudad Guerrero. Las versiones de los hechos varían: algunas hacen huir al general Cavazos y a su segundo, el antiguo orozquista Lázaro Alanís, mientras las “Defensas Sociales” (compuestas por vecinos armados) enfrentaban a los villistas. Otras ponen a Cavazos al frente de la defensa. Alguna más cuenta que Villa, a la cabeza de setenta hombres, puso en fuga a más de doscientos carrancistas en el centro de Ciudad Guerrero. Entre tantas versiones hay una cosa cierta (y ni sobre la manera en que ocurrió hay acuerdo): Pancho recibió una herida unas pulgadas por debajo de la rodilla. Al parecer una “bala fría”, es decir, de rebote, le astilló la tibia y no salió.
Alguien le habría hecho a Villa una cura rápida y chapucera, aunque parece que fue el general yaqui Francisco Beltrán quien le sacó de la herida el cuero de las mitazas y desinfectó y vendó la lesión. Cuenta Paco Ignacio Taibo: “El desconcierto recorría la columna. El villismo era Villa. La sensación de eternidad que rodeaba al caudillo se desvanecía. Estaban en guerra con medio mundo. El jefe estaba herido y la herida iba a cambiar la operación que Pancho tenía en mente respecto de la Punitiva”.
Mientras lo curaban, Pancho supo que los norteamericanos se acercaban a Ciudad Guerrero. Los carrancistas de Cavazos habían sido dispersados y no representaban amenaza, pero al no poder montar a caballo la mayor ventaja de Villa se diluía. En junta de generales, el Centauro informó que se iba a ocultar y, tras consultar con los asistentes, delegó el mando militar en el general Francisco Beltrán; ordenó que las fuerzas se dispersaran, dándoles cita para tres meses después, y encargó su traslado y escolta al general Nicolás Fernández.
En una calesa, entre terribles dolores, sacudido por la fiebre y escoltado por 150 jinetes, Pancho salió de Ciudad Guerrero. Cuenta el escritor Rafael F. Muñoz que se despidió así de la gente: “Nomás me voy un rato hasta que se me desentuma la pata. Pero todos digan que Pancho Villa está muerto y que ustedes vieron que lo llevaban a enterrar”.
Solo un día después los estadounidenses llegaron a La Junta. El 7º de Caballería había recorrido seiscientos kilómetros en catorce días y ahora sí sentían a Pancho al alcance de su mano, pero los guías los hicieron andar en círculos y perdieron su oportunidad. Llevado en calesa, Villa volvió a tomarles un día de ventaja, mientras un centenar de leales a las órdenes de Eligio Hernández lanzaba tiros aislados, distraía, contenía a los invasores.
El general Pershing dio cuenta de estos hechos, y de lo que la Punitiva podía esperar, en un amargo telegrama a sus superiores, fechado el 18 de abril de 1916:
Sin duda gente ayudó Villa evadir tropas estadounidenses cercanías de Namiquipa. Nuestros mejores guías e intérpretes conocen pueblo mexicano durante larga residencia aquí, completamente engañados y columnas demoradas por falsedades de mexicanos. Cuando 7º Caballería dejó Bachíniva 29 de marzo, para Guerrero, peones mexicanos salieron de noche de ranchos vecinos para notificar Villa. Después combate Guerrero habitantes sin excepción ayudaron Villa escapar abiertamente dando información aparentemente auténtica basada por completo falsedades.
Mientras los norteamericanos volvían a perder su rastro, Villa, muy debilitado y en medio de una fuerte nevada, guió a su escolta sin decir a nadie hacia donde se dirigían. El 30 de marzo la pequeña tropa llegó a Cieneguita. Ahí Villa se quedó con cuatro hombres y ordenó a Fernández continuar con la calesa rumbo al sur, fingiendo que Villa seguía con ellos. Otras columnas del Centauro contaban por todos los rumbos de Chihuahua que Pancho estaba ahí, acá, acullá, que los mandaba, que estaba listo para regresar o que estaba muerto y enterrado.
Los cuatro acompañantes de Pancho eran su primo Joaquín Álvarez; su cuñado Juan Martínez, esposo de Martina Villa; su cuñado Marcos Corral, hermano de doña Luz Corral de Villa; y Bernabé Cifuentes. Iban al rancho Los Avendaños (cerca del pueblito de Santa Ana, municipio de San Francisco de Borja), propiedad del padre del general José E. Rodríguez, el valiente jefe del núcleo duro de la División del Norte, recién asesinado por los carrancistas. El 1 o 2 de abril, Pancho se escondió en la cueva del Coscomate, con Álvarez y Cifuentes: solo ellos dos y el padre del general Rodríguez sabían en dónde estaba.
Villa permaneció más de dos meses en la cueva. Perdió contacto con sus hombres y muchos lo dieron por muerto.