La persona que nació y fue bautizada con el nombre de Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, con el tiempo creció, se educó y decidió no multiplicarse para abrazar la vida religiosa. Ejerció su vocación hasta que fue electo obispo de Linares en el Nuevo Reino de León. Y así como cualquier otro ser humano, un buen día se murió, y es aquí que empieza su historia, justo en… la hora de su muerte.